Octubre.
Ya habían pasado cinco meses desde que Nick se fue a Estados Unidos, y yo estaba empezando mi segundo año en la universidad. Cinco meses que se sintieron a la vez eternos y fugaces, como esos momentos que quieres retener y a la vez dejas ir.
Durante todo este tiempo, me había estado reuniendo con los chicos más seguido que antes, buscando en ellos un refugio y compañía. Sam, Charlie, Harry y Emily se volvieron mi sostén. Entre risas, ensayos y charlas largas, lograba que los días pesados se hicieran más llevaderos.
Con Nick, las cosas eran distintas. Los mensajes se habían vuelto más escasos, y cada notificación inesperada me golpeaba como una mezcla de alegría y miedo. No sabía si él estaba tan presente como antes, o si el peso de la distancia y la vida nueva allí lo estaba consumiendo.
A pesar de todo, en mi interior seguía sintiendo ese nudo, esa esperanza dulce y amarga de que aún había algo entre nosotros, algo que valía la pena cuidar.
Era un amor a distancia que se sostenía con fragmentos: llamadas cortas, mensajes breves, y recuerdos que me acompañaban cada día.
Pero, ¿sería suficiente?
A veces me pasaba las noches leyendo nuestras conversaciones antiguas, buscando alguna pista, algún indicio de lo que ahora sentía tan distante. Me repetía que era normal, que los cambios eran parte de crecer, de perseguir sueños... pero aún así, dolía.
Había días en los que me convencía de que estaba bien. Me levantaba, me vestía, salía a estudiar, reía con los chicos, incluso disfrutaba de cosas nuevas. Pero también había otros, más silenciosos, donde me costaba mirar el teléfono sin sentir una punzada en el pecho.
Empecé a notar que ya no me contaba tanto sobre su vida en Estados Unidos. No sabía con quién salía, ni cómo se sentía realmente. Las fotos que subía eran pocas, y en los mensajes, aunque dulces, había una especie de distancia que antes no existía. Como si estuviera hablando con alguien que empezaba a formar parte de otro mundo.
Pero a pesar de todo, lo seguía esperando. Lo esperaba en las canciones que escuchábamos juntos, en los cafés que solíamos visitar, en los recuerdos que había dejado pegados a cada rincón de mi cuarto.
Y aunque me dolía admitirlo… también tenía miedo. Miedo de que ese "nosotros" que tanto había sentido real, se estuviera quedando atrás sin que ninguno de los dos supiera cómo sostenerlo.