Diciembre.
Después de seis largos meses, Nick volvía a Londres.
Y yo… no sabía exactamente cómo sentirme.
La ciudad tenia ese aire frio de invierno, las hojas crujían bajo los pasos de la gente y el cielo nublado parecía envolverlo todo en una calma silenciosa. Pero dentro de mí, todo era ruido.
Me miré al espejo y me detuve. Seguía siendo yo… pero algo en mí había cambiado.
Tal vez era la forma en que me movía ahora, un poco más segura, un poco más liviana. O tal vez era el hecho de que, aunque él me había faltado, aprendí a no perderme a mí misma en su ausencia.
Me dejé crecer el cabello apenas más allá de los hombros. Ahora caía en ondas suaves, desordenadas pero naturales, y me gustaba cómo se movían cuando giraba la cabeza. Tenía la misma sonrisa de siempre, esa que todos decían que era genuina, de esas que nacen en los ojos antes que en los labios.
Y aunque por dentro me sentía un poco revuelta, por fuera intentaba mantener la calma.
No me había transformado por completo, pero me sentía más libre.
Más consciente de lo que quería.
Y también… más consciente de lo que podía perder.
El abrigo largo me abrazaba con un calor familiar mientras caminaba hacia la casa de Harry. Me sentía un poco como en esas películas donde la protagonista sabe que algo importante está por pasar, pero todavía no puede ver el guión completo.
Nick estaba de vuelta en Londres.
Y yo estaba por volver a mirarlo a los ojos.
No sabía si él me iba a reconocer, pero yo…
yo sí estaba lista para reconocer todo lo que sentía.
Llegue a casa de Harry poco despues. estaba cálida, iluminada por esas luces tenues que colgaban como guirnaldas de estrella sobre las ventanas empañadas. Afuera, el invierno ya era un hecho: el cielo gris, las bufandas eternas, los dedos fríos y el vapor saliendo de las tazas como suspiros. Diciembre en Londres tenía algo mágico, incluso cuando por dentro todo parecía un poco más complicado.
—¿Otro chocolate caliente, Liv? —preguntó Charlie desde la cocina, levantando la tetera en el aire.
—Sí, por favor —respondí, abrazando la manta con la que me había cubierto las piernas.
Estábamos todos ahí. Sam tirada en el sofá con Emily, murmurando algo que la hacía reír cada cinco segundos. Harry sentado en el piso con una guitarra que apenas tocaba, más concentrado en observarnos a todos que en afinarla.
—Me gusta este plan —dijo Emily, acurrucándose contra Sam—. Tranquilo, sin tanto drama.
Yo sonreí, pero algo dentro mío se revolvió. Los chicos habían sido mi refugio estos meses. Salidas espontáneas, pizzas a medianoche, charlas hasta las tres de la mañana. Nunca preguntaban demasiado, pero sabían todo. Sabían lo que me costaba hablar de Nick sin que se me enreden las palabras en la garganta.
—¿Estás nerviosa? —me susurró Harry sin mirarme, como si leyera mis pensamientos.
Asentí, suave.
Sí. Lo estaba.
No era sólo volver a verlo. Era todo lo que no se dijo. Lo que se guardó. Lo que dolió.
Era también lo que todavía sentía, aunque no quisiera.
Charlie volvió con las tazas humeantes y me pasó la mía, sonriendo con esa ternura silenciosa que la caracterizaba.
—Vas a estar bien, Liv. Siempre estás bien.
Yo bajé la mirada, sonreí por inercia y le di un sorbo al chocolate caliente.
No supe si quería que tuviera razón, o que esta vez, por una vez, pudiera dejar de estar bien.
Y entonces sonó el timbre.
Un silencio extraño se apoderó de todos. Charlie fue la primera en levantarse. Me miró de reojo, con esa mezcla de complicidad y advertencia. Yo me quedé quieta. Como si cualquier movimiento pudiese romper el aire. Como si moverse fuera más doloroso que quedarse ahí, flotando en el antes.
La puerta se abrió.
Y su voz fue lo primero que escuché.
—Hola…
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me levanté. Caminé lento, como si fuera una escena de película. Y ahí estaba él.
Nick.
Parado en la puerta, con la misma sonrisa de siempre, aunque un poco más gastada. Los ojos cansados, el pelo despeinado por el viaje. Y al lado suyo… una chica. Rubia, de sonrisa amable, que saludó con una mano tímida y un "Hola" bajo. Sophie.
—Liv —dijo él, apenas viéndome—. Te extrañé.
Mi corazón se encogió de golpe. No supe si abrazarlo o retroceder. Quise gritarle tantas cosas, pero no dije nada. Sophie miró hacia otro lado, incómoda, como si supiera que estaba entrando en algo que no le pertenecía.
— Ella es sophie —aclaró él enseguida, con torpeza—. Vino por unos días. Quería conocer Londres. Pensé… pensé que podríamos pasarla todos juntos.
Los chicos estaban mudos. Sam me miraba con los ojos entrecerrados, Charlie se mordía el labio como si estuviera conteniéndose, y Harry no decía nada, pero su mandíbula estaba tensa.
—Claro —dije yo, con la voz tan calma que me sorprendí a mí misma—. Qué bueno que volviste.
Y sonreí.
Sonreí porque era lo único que podía hacer para no romperme ahí mismo.
La noche había seguido su curso como si nada. Risas, conversaciones cruzadas, Sophie contando anécdotas sobre Los Ángeles, cafés escondidos, playas doradas. Yo sonreía, asentía, pero por dentro, cada vez que lo miraba, era como volver a un lugar que me dolía.
Después de un rato, Nick se levantó y me hizo una seña con los ojos. No dijo nada, pero entendí. Lo seguí hasta el patio trasero. El invierno ya se sentía más crudo. La brisa era helada y el cielo estaba cubierto de nubes, pero al menos ahí, estábamos solos.
—No sabía si querías verme —dijo, con las manos en los bolsillos, sin mirarme directamente.
—¿Y tú? ¿Querías verme?
Se quedó en silencio.
—Sí —respondió al fin, casi en un susurro—. Conté los días, Olivia. Cada mensaje tuyo me daba vida. Pero me perdí un poco allí. Todo era nuevo, todo se movía rápido…
—Y conociste a Sophie.
Asintió.
—Sí. Pero no como tú piensas. Es una amiga. Me acompañó cuando me sentí solo. Me ayudó a encontrar un ritmo. Pero no es… no eres tú. Nadie puede ser tú.