Habían pasado meses, pero Londres seguía oliendo igual. A lluvia, a calles viejas, a historias que no se terminan. Y aunque conocía cada rincón, esta vez era distinto. Esta vez, volvía por ella.
Cuando crucé la puerta de la casa de Harry, sentí ese calor familiar que solo se da cuando estás rodeado de quienes te conocen de verdad. Pero fue cuando la vi a ella que todo el viaje valió la pena. El frío, las horas sin dormir, los silencios. Todo.
Olivia estaba parada al lado de Sam, como siempre: natural, auténtica. Pero había algo distinto. No era que hubiera cambiado, era que se sentía más suelta. Más libre. Su cabello estaba un poco más largo, le caía en ondas suaves por los hombros. Pequeños detalles, pero suficientes para hacerme mirarla como si fuera la primera vez. Y al mismo tiempo, como si nunca hubiera dejado de hacerlo.
Seguía teniendo esa sonrisa genuina, la que no fingía. La que nacía de adentro. Esa que, por más que pasara el tiempo, seguía siendo mi lugar seguro. Y su mirada… su mirada me atravesó. Tenía luz, pero también tenía fuerza. Como si hubiera crecido en todo este tiempo.
Mientras la observaba, mientras la escuchaba reír con los demás, abrazar a Charlie, bromear con Harry, lo sentí. Con la misma intensidad del primer día, con más verdad que nunca.
Me volví a enamorar de Olivia.
O tal vez nunca dejé de estarlo. Tal vez no importaba cuánto hubiese pasado. Mi corazón la había estado esperando todo este tiempo.