Aquel invierno de Londres

Capítulo 35: El tiempo ya no estaba de nuestro lado.

Enero, 2018.

Después de esa noche, algo dentro de mí simplemente… se apagó.

Las fiestas pasaron sin brillo, sin emoción. Navidad fue un día más. Año nuevo, una cuenta regresiva sin sentido. Y mi cumpleaños número 19 fue otro recordatorio de que la vida sigue. No tuve ganas de hablar con nadie. Me encerré en mi propio mundo, en el silencio. Ignoré cada mensaje, cada llamada. Ni siquiera respondí a Emily, a Harry... mucho menos a Charlie o Sam. Y de Nick, ni hablar.

Sus mensajes seguían llegando. A veces todos los días, a veces con más distancia. Eran palabras que dolían, porque venían de alguien en quien ya no sabía si podía confiar. Algunos eran simples, del tipo: “¿Estás bien?” o “Solo quería saber de ti”. Otros, más largos. Más insistentes. Pero yo no podía con eso. No podía con él.

Me sentía herida, decepcionada... y sobre todo, agotada. Agotada de sentir tanto. Agotada de esperar algo que parecía no tener rumbo.

Y aunque extrañaba a los chicos, aunque pensaba en Sam y Charlie, en Emily cada vez que tomaba un té o en Harry cuando pasaba por alguna tienda de guitarras, no me salía escribirles. Era como si mi corazón se hubiese cerrado con llave, y yo no supiera —o no quisiera— encontrar la forma de abrirlo de nuevo.

Pasaba las tardes en mi habitación, leyendo sin prestar atención, viendo series sin terminar capítulos, escuchando música que solo me hacía llorar. Mi madre preguntaba si estaba bien, y yo respondía que sí, que solo era el cansancio de la universidad. Pero ni yo me creía esa excusa.

La verdad es que me sentía rota. Y ya no sabía si tenía fuerzas para recomponerme.

...................

Llovía. Otra vez.

El cielo llevaba días cubierto por ese gris plomo que parecía haber decidido instalarse sobre Londres hasta nuevo aviso. Desde mi ventana, las gotas golpeaban con constancia, acompañando el silencio de mi cuarto. Ya no me molestaban, de hecho, se habían vuelto una especie de compañía.

Estaba en la cama, con una taza de té entre las manos, mirando sin mirar una película vieja que ya conocía de memoria. El teléfono estaba al lado mío, sin sonido, como siempre. Pero vibró. Una vez. Luego otra.

Al principio no quise mirar, pero algo me impulsó a hacerlo. Era el grupo.

Emily: “Chicos, necesito verlos. Es importante. ¿Podemos juntarnos hoy?”

Harry respondió casi al instante, sorprendido: “¿Está todo bien?”

Emily: “Sí, pero prefiero decirlo en persona. ¿Nos vemos en mi casa a las seis?”

Sam: “Obvio, ahí estamos.”

Charlie: “Cuenta con nosotras.”

Y ahí estaban todas esas palabras que me hacían recordar lo mucho que los extrañaba. La calidez del grupo. Las risas. Las miradas cómplices. Ese lugar donde, por mucho tiempo, me sentí segura.

Miré la conversación por un largo rato, dudando. Mi dedo flotó sobre la pantalla antes de escribir algo. ¿Y si era una excusa? ¿Y si simplemente necesitaba vernos porque también se sentía como yo?

Respiré hondo.

Yo: “Yo también voy.”

No sabía si estaba lista para volver a verlos. Pero algo en ese mensaje de Emily me dio un pequeño empujón. Tal vez… era hora.
.......................

La lluvia no se detuvo en todo el camino. Esa llovizna fina y constante parecía derretirse en los cristales, borrando la forma de la ciudad. Cuando llegué a casa de Emily, las luces cálidas del interior contrastaban con el gris del cielo. El corazón me latía con fuerza, aunque no entendía del todo por qué.

Fui la última en llegar. Al abrir la puerta, escuché las voces suaves, contenidas. Había algo en el aire. Una calma tensa. Algo no estaba del todo bien.

Emily estaba en el sofá, envuelta en una manta, con una taza entre las manos. Harry y Sam sentados a un lado, Charlie del otro. Y Nick… sentado más apartado, pero su mirada se levantó en cuanto crucé el umbral.

—Gracias por venir —dijo Emily con una sonrisa que no le alcanzaba a los ojos.

Me senté en el hueco libre del sofá, sin decir una palabra. Nadie lo hacía. Solo se oía el golpeteo de la lluvia contra los ventanales y el leve chasquido de la taza al dejarla sobre la mesa.

—Desde hace un tiempo me he estado sintiendo rara —empezó ella—. Me dolían los huesos, me cansaba más de lo normal. Mis padres insistieron en hacer estudios..

El silencio se volvió denso.

—Tengo cáncer de huesos —dijo al fin, bajando un poco la voz—. Terminal. No hay mucho más que se pueda hacer. Y tomé la decisión de no hacer el tratamiento. Se que no servirá de nada, que solo me dará como mucho unos meses más. Pero no será lo mismo

Mi cuerpo se quedó inmóvil. El corazón me golpeaba en el pecho, como si se resistiera a lo que acababa de oír.

—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó Charlie con la voz entrecortada.

Emily alzó la mirada. Había tristeza, sí, pero también algo de calma.

—Que me quedan unos meses. Tal vez menos. Me lo dijeron hace un tiempo, pero… no sabía cómo contarlo.

Sam llevó una mano a su boca. Harry bajó la cabeza. Nick cerró los ojos.

Yo no sabía qué hacer. Quise hablar, abrazarla, decirle que todo iba a estar bien, aunque supiera que no. Pero no pude decir nada. Solo podía mirarla, sintiendo las lágrimas caer sin que pudiera detenerlas.

—No quiero que me traten diferente —dijo ella, serena—. No quiero compasión. Solo necesitaba que lo supieran. Y que pasemos el tiempo que queda juntos, como siempre.

Me incliné para abrazarla sin pensarlo. Fuerte. Como si pudiera transmitirle algo de vida solo con el contacto. Después se sumaron las demás, uno por uno. Incluso Nick, en silencio.

Esa tarde lluviosa en Londres, en ese living cálido, con el corazón hecho pedazos, entendimos algo: el tiempo ya no estaba de nuestro lado.

Y cada momento con Emily, desde ahora, lo sería todo.




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