Aquel invierno de Londres

Capítulo 36: Injusto.

No pude dormir esa noche.

Me quedé en mi habitación, con las luces apagadas, abrazada a una almohada que no podía consolarme. La lluvia seguía golpeando los vidrios como si el mundo entero estuviera en duelo. Y aunque la casa estaba en silencio, dentro de mí había una tormenta.

Emily.

No podía dejar de pensar en ella. En cómo había dicho algo tan devastador con una calma que descolocaba. En cómo sus ojos no se quebraban, aunque los nuestros sí. Y, sobre todo, en cómo eligió vivir todo ese proceso en silencio, sin decir una sola palabra. Solo ella, sola con eso.

Desde que empezamos a compartir más cosas, me di cuenta de que Emily tenía una forma muy particular de estar. No necesitaba decir mucho para hacerte sentir que podías confiar en ella. Era amable, reservada, valiente. Muy valiente. Y tenía una sonrisa serena, un poco torcida, que aparecía justo cuando más la necesitabas, como si lo supiera.

Compartimos más de lo que pensé que compartiría con alguien en tan poco tiempo. Me contaba sobre cómo veía la vida, sobre las cosas pequeñas que disfrutaba: el olor del café recién hecho, ver películas antiguas un domingo por la tarde, los paseos sin rumbo. A veces nos sentábamos juntas sin decir nada, y ese silencio no pesaba. Era un silencio que acompañaba.

Nunca me dijo que estaba enferma. Nunca se quejó. Y ahora que lo sé, ahora que entiendo cuánto estaba cargando… me duele. Me duele en un lugar que no sabía que existía.

Siento enojo. Siento tristeza. Me siento impotente. ¿Por qué ella? ¿Por qué alguien que solo da cosas buenas al mundo?

Esa noche cerré los ojos con fuerza, como si así pudiera desaparecer todo, como si al abrirlos otra vez, nada de esto fuera real. Pero no. No desaparece. No hay una promesa de que todo va a estar bien. Y eso duele más que cualquier otra cosa.

Pero también me hizo tomar una decisión. No la voy a dejar sola. Ni un segundo. Aunque ella diga que está bien. Porque si algo aprendí de Emily, es que ser fuerte no siempre se demuestra con palabras. A veces se calla, se esconde detrás de una sonrisa, y necesita que alguien lo note.

Y yo… yo lo voy a notar siempre.




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