A veces me pregunto si todo esto realmente está pasando. Si este cuerpo, que ahora se cansa tan rápido, sigue siendo el mismo que se reía a carcajadas en la sala de Harry mientras ensayábamos canciones hasta quedarnos sin voz. Si sigo siendo la misma chica que se emocionaba cuando Nick encontraba un nuevo acorde o cuando, entre todos, compartíamos miradas cómplices antes de cantar frente a alguien, sin importar cuán improvisado fuera el escenario.
Creo que sí. Que todavía soy esa.
Porque a pesar de todo, soy feliz.
Lo soy porque tengo personas a mi alrededor que me abrazan, con palabras, con silencios, con gestos pequeños. Nick y Harry son mis pilares. Mis compañeros de vida. Me conocen tan bien que no necesito hablar para que entiendan lo que estoy sintiendo. Están ahí. Siempre.
Y Olivia… Olivia llegó de a poco, con esa calidez que se nota incluso cuando no dice nada. Fue imposible no encariñarse con ella. Tiene una forma de observar, de estar atenta, de cuidar sin que se note. Su compañía se volvió parte de mi rutina, de mis días buenos y malos. Con Sam y Charlie, siento que formamos algo nuevo, algo sincero, algo que me sostiene sin exigirme nada.
Siempre fui muy sensible. Siempre me afectaron las cosas más de lo que dejaba ver. Me hacía vulnerable cuando algo me importaba, y ahora todo importa demasiado. Guardarme esto durante tanto tiempo fue mi manera de evitar cambiar la forma en que me miraban. No quería ser solo “la chica enferma”. Quería seguir siendo Emily: la que canta fuerte, la que se ríe hasta quedarse sin aire, la que se emociona con una canción tonta o una historia pequeña.
Pero ya no puedo esconderlo. Y aunque me da miedo todo lo que viene, estoy en paz. Porque me miraron con amor. Porque lloramos juntos y, en ese llanto, sentí que no estaba sola.
Todavía tengo mucho por vivir. Y mientras me quede tiempo, voy a vivir cada momento con ellos como si fuera el más importante de todos.