Aquel invierno de Londres

Capítulo 39: El tiempo.

Marzo.

Habían pasado dos meses desde aquella tarde en casa de Emily, y todavía me costaba respirar cada vez que recordaba sus palabras. El tiempo, ese que a veces sentimos eterno, ahora parecía correr con una urgencia silenciosa. Como si cada segundo tuviera más peso, más valor.

La rutina cambió para todos. Aunque estábamos ocupados con la universidad, con la vida misma, siempre encontrábamos la manera de vernos. De estar. No importaba la hora ni el lugar, todos sabíamos que lo esencial ahora era acompañarla. Emily lo necesitaba. Y nosotros, también.

Nos reuníamos casi siempre en casa de Harry o en la de Sam. Cocinábamos algo simple, poníamos música baja y hablábamos de todo y de nada. Reíamos cuando podíamos, porque Emily insistía en que la risa era medicina. Y cuando no salía la risa, simplemente nos quedábamos en silencio, compartiendo el momento, sin forzar nada.

Con Nick… las cosas no eran como antes. Había distancia. No esa que se mide en metros, sino la que duele un poco más, la emocional. Pero aun así, estábamos ahí. Juntos. Por ella. A veces hablábamos poco, a veces solo cruzábamos miradas que decían más que cualquier palabra. No era fácil. No sabíamos muy bien cómo volver a ser nosotros, pero tampoco nos soltábamos del todo. Sophie había vuelto a Estados Unidos sin siquiera despedirse de él —No entendía como alguien que causó tanto dolor podía seguir su vida como si nada hubiese pasado—

Lo veía ayudar a Emily con una canción, reírse con Harry mientras cocinaban, quedarse después de que todos se iban solo para asegurarse de que ella estuviera bien. Y en esos momentos lo recordaba. Lo recordaba como el chico que me hizo sentir todo. Y aunque parte de mí todavía estaba herida, otra parte… otra parte no podía dejar de quererlo.

Emily seguía siendo luz. Incluso en sus días malos, encontraba la manera de hacernos sentir bien a nosotros. Era increíble cómo podía estar sufriendo tanto y, aun así, preocuparse por cada uno. Preguntaba por nuestras clases, por los ensayos, por cualquier detalle que pudiera hacerla sentir parte de todo.

Y lo estaba. Era el centro. El motor.

Yo intentaba no llorar frente a ella. Porque no quería que me viera rota. Pero había noches en las que me encerraba en mi cuarto y lo hacía. Porque tenía miedo. Miedo de perderla. Miedo de que todo esto terminara demasiado pronto.

Y, sobre todo, miedo de no haberle dicho cuánto me cambió la vida conocerla.

........................

Eran casi las nueve de la noche cuando mi celular vibró sobre la mesa. Estaba a punto de responder un mensaje cualquiera cuando vi el nombre en la pantalla: "Mamá de Emily". Algo dentro de mí se tensó. Un presentimiento me apretó el pecho incluso antes de responder.

—¿Hola? —dije, con la voz ya alterada por la angustia.

—Olivia… —la voz del otro lado era suave, pero quebrada—. Tuvimos que traer a Emily al hospital. Se descompensó hace un rato. No logran estabilizarla.

Me quedé en silencio. Sentí que el estómago se me cerraba y que el aire me faltaba. Mi madre, que estaba cerca, notó de inmediato que algo andaba mal.

—¿Dónde está? —logré preguntar con dificultad.

—Hospital Central. Sala de urgencias. ¿Puedes venir? Por favor…

Colgó. El celular se me resbaló de las manos y me quedé inmóvil por unos segundos. No podía reaccionar. Sentí un nudo en el pecho, una angustia tan densa que me dejó sin palabras.

Mi padre se acercó, alarmado por la reacción de mi madre. Les conté lo poco que sabía, y sin pensarlo ni un segundo, ambos dijeron que me acompañaban.

—Vamos. No vas a ir sola —dijo mamá, tomando las llaves.

Durante el trayecto en auto no dije una sola palabra. La ciudad estaba envuelta en una lluvia persistente. Las luces de los semáforos se reflejaban en el asfalto mojado, y por alguna razón, todo se sentía más triste.

Apenas entramos al hospital, lo vi. El padre de Emily estaba de pie, completamente empapado, con la mirada clavada en el suelo. Tenía el rostro desfigurado por la preocupación.

—¿Cómo está? —pregunté en cuanto me acerqué.

—Sigue en urgencias. Tiene fiebre muy alta. Está con mucho dolor, le costaba respirar… —su voz tembló y se detuvo ahí.

Me senté en una de las sillas frías, sintiendo el cuerpo temblar. Cerré los ojos un segundo, tratando de contener las lágrimas. Pero no pude. Me sentía completamente rota.

Uno a uno, los chicos fueron llegando. Primero Sam, Luego Charlie, en silencio. Harry entró con los ojos enrojecidos y se sentó cerca de mí sin decir nada. Y finalmente, Nick.

Apenas lo vi, supe que algo dentro de él también se estaba derrumbando. Tenía la ropa empapada, como si hubiese salido corriendo bajo la lluvia. Caminó hacia mí sin vacilar, y se sentó a mi lado. No me dijo una palabra. No hacía falta.

La espera fue eterna. Nadie hablaba. Solo se escuchaban los murmullos del hospital, pasos, y cada tanto, una puerta que se abría o se cerraba. El tiempo parecía haberse detenido.

Emily estaba ahí adentro. Luchando en silencio.

Y nosotros estábamos afuera, con el corazón en un hilo, deseando que todo esto fuese solo una pesadilla.

La noche avanzaba lenta, cargada de un silencio espeso que lo envolvía todo. Nadie se atrevía a moverse demasiado, como si el mínimo gesto pudiese quebrar lo poco que nos sostenía. El sonido de la lluvia seguía cayendo suave contra los ventanales del hospital, como una banda sonora triste que acompañaba cada respiración contenida.

Fue entonces cuando vimos salir al médico. Caminó con paso firme pero mirada cansada. Se acercó a los padres de Emily y les habló en voz baja, pero todos entendimos al instante que algo no estaba bien.

—¿Puedo hablar con ustedes un momento? —preguntó el doctor, mirándonos con respeto.

Nos levantamos, y sin decir nada, nos acercamos en grupo. Nick me tomó de la mano. No la solté.

—Emily está muy débil. Su cuerpo ya no responde lo suficiente, y sus signos vitales están cayendo lentamente. No creemos que pase de esta noche —dijo con una delicadeza que rompía el alma.




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