Abril. Primavera.
Paso un mes y la habitación se sentía más vacía que nunca. No importaba cuántas veces Harry intentara llenarla con alguna broma o cuántas veces Sam y Charlie intentaran hacer planes para distraernos. El silencio que dejó Emily no se llenaba con nada.
No estaba. No iba a volver. Y por más que lo repitiera una y otra vez en mi cabeza, no terminaba de caer.
Perder a mi mejor amiga fue como volver a una herida que nunca cerró del todo. Como si alguien hubiese arrancado de nuevo la costra sin avisar. Me llevó de nuevo al momento en que perdí a mamá. Ese mismo nudo en el pecho, ese mismo miedo a no poder sanar.
Y es eso lo que más me asusta. No sanar. No volver a estar bien. Que este vacío se quede a vivir en mí para siempre.
Emily era más que una amiga. Era la calma en medio del caos, la que sabía leerme sin que dijera una palabra, la que estaba siempre… hasta que ya no pudo. No me enojo con ella, jamás podría. Pero duele. Duele de una forma que no sé poner en palabras.
Y entre todo ese dolor, también está ella. Olivia.
No dejamos de hablar del todo, pero nada volvió a ser como antes. Y aunque intento acercarme, aunque cada parte de mí quiere volver a estar con ella, no puedo evitar sentir miedo.
Y ahora, con Emily y todo lo que pasó, me siento más frágil que nunca. Como si cualquier movimiento en falso me pudiera volver a romper.
Pero la quiero. Sigo queriéndola.
Y eso también da miedo.
Porque cuando quieres de verdad, cuando te importa tanto alguien, también te expones. Te abres. Y yo ya no sé cuántas veces más puedo abrirme sin romperme del todo.
Solo sé que, si no lo intento, me voy a arrepentir.
Porque con Olivia sentía algo que no sentí con nadie.
Y tal vez, solo tal vez… valga la pena arriesgarse otra vez.