La casa estaba en silencio. De esos silencios que no reconfortan, sino que pesan. Afuera, la llovizna era suave, sin hacer mucho ruido, pero igual se sentía. Era una de esas tardes grises que no tienen principio ni fin. Mis padres estaban trabajando, y yo… simplemente estaba ahí, inmóvil, con la mente hecha un nudo y el pecho pesado.
El televisor estaba encendido con algo que no estaba viendo. Solo lo había puesto para no escuchar mis propios pensamientos.
Y entonces, sonó el timbre.
Me quedé quieta unos segundos, como si no hubiera estado segura de haberlo escuchado. Pero volvió a sonar. Me levanté sin apuro, sintiendo cada paso como si pesara el doble.
Abrí la puerta… y ahí estaba él.
Nick.
Bajo la lluvia, con la ropa apenas húmeda y la mirada completamente deshecha. Como si el mundo le pesara más de lo que podía cargar.
No dijo nada al principio. Me miró con esos ojos que conocía de memoria, pero que ahora se veían diferentes. Rotos.
—¿Podemos hablar? —dijo al fin, casi en un susurro.
Le hice un gesto para que pasara. Caminó hacia la sala con cierta incomodidad, como si no supiera si debía estar ahí. Yo lo seguí, en silencio.
Se paró frente a mí y, por un momento, parecía que no encontraba cómo empezar.
—No sabía a dónde más ir —confesó, con la voz temblorosa—. No podía seguir con esto adentro. Tenía que venir.
Lo observé sin decir nada. Él respiró hondo, como preparándose para saltar.
—Lo que pasó en Navidad… lo que dijo Sophie… no fue verdad. Ella y yo no tuvimos nada. Fuimos a una fiesta cuando estuve en Estados Unidos, sí. Y estaba ebria, me buscó, intentó besarme. Pero yo no lo permití. Me alejé. Le dije que no sentía nada por ella, que estaba con alguien más… contigo. Y aún así, dijo lo que dijo. Sabía que te iba a lastimar. Lo hizo a propósito.
Mi garganta se cerró. El dolor que había sentido ese día volvió, pero distinto. Más denso.
—¿Por qué me lo dices ahora? —pregunté con dificultad, con miedo.
—Porque no podía más —dijo él—. Porque después de perder a Emily… entendí muchas cosas. Entendí que no quiero seguir alejándome de las personas que amo. Que no puedo cargar con más silencios. Me duele haberte perdido así. Me mata tenerte cerca y no poder hablarte, no poder abrazarte, no saber si me odias o si simplemente ya no queda nada.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejé que cayeran. Lo miré. Y por un momento, todo se detuvo.
—No te estoy pidiendo que me perdones —agregó él—. Solo que me escuches. Que me creas. Que sepas que lo que sentí por ti, lo que siento, sigue ahí. Nunca se fue.
Silencio.
Uno profundo. Que ya no dolía como antes, pero que aún tenía eco.
Nick se quedó ahí, de pie frente a mí, como si dudara si avanzar o dar media vuelta. Pero no se fue. Sus ojos estaban clavados en los míos, como si no quisiera perderse ni una reacción.
—Hay algo más que necesito decirte —dijo en voz baja—. Estoy enamorado de ti. completamente enamorado.
El corazón me dio un vuelco. No lo dijo a la ligera. Lo dijo como alguien que había guardado ese sentimiento durante tanto tiempo que ya no podía callarlo más.
—Desde hace mucho —continuó—. Desde antes de que todo se enredara. Desde antes de saber siquiera lo que significaba sentir algo tan fuerte.
Tomó aire, como si necesitara reunir valor para seguir.
—Me enamoré de tu sonrisa primero. De ese pequeño hoyuelo que te sale en la mejilla izquierda cuando te ríes de verdad. De las pecas que tienes en los pómulos, esas que casi nadie nota, pero yo sí. Me perdí en tus ojos más veces de las que puedo contar… no son simplemente marrones. Hay un verde escondido en ellos que sólo aparece cuando te da la luz del sol.
Yo no me movía. Mis dedos se aferraban a aquel brazalete que Emily alguna vez me dio.
—También me enamoré de cómo frunces la nariz cuando algo no te gusta, de tu forma de hablar… pero sobre todo, de tu forma de guardar silencio. De cómo sabes cuándo callar y aún así hacerte sentir.
Su voz se quebró un poco, pero siguió adelante.
—Eres inteligente. Me enamoré de tu manera de ver el mundo, de cómo hablas de los libros que amas, con esa pasión que contagia. De cómo se te iluminan los ojos cuando mencionas a Woody. Como si en ese personaje encontraras algo que el mundo a veces te niega. Y odiaba tomar té, pero me enamora la forma en la que tu lo amas y me acostumbré a amarlo también.
Las lágrimas me picaban en los ojos. No podía mantenerle la mirada constantemente. Era demasiado.
Nick suspiró. Bajó la cabeza por un momento, como si todo le pesara.
—Y sé que te lastimé. Que muchas cosas se rompieron entre nosotros. Pero nunca dejé de sentir esto. Nunca. Incluso cuando no hablábamos. Incluso cuando creíste lo peor de mí… yo seguía pensando en ti. En tus manías, en tus ideas extrañas, en esa forma tuya de cuidar a todos, incluso cuando te olvidabas de cuidarte a ti misma.
Silencio. Uno distinto. No vacío. Lleno de cosas que no sabíamos cómo decir.
Lo miré, y algo dentro de mí se ablandó. El dolor seguía ahí, claro. Pero había algo más. Algo que empezaba a sanar, de a poco.
Y aunque no le respondí con palabras, él supo que lo había escuchado. Que lo había sentido.
Lo miré. Y por un momento no pude decir nada. Tenía un torbellino en el pecho, una mezcla de angustia, alivio, amor, miedo... Todo, absolutamente todo, se me juntaba ahí, justo en el centro de quien soy.
Respiré hondo, intentando ordenar las palabras que quería decirle desde hacía tanto.
—No tienes idea de lo que me dolió todo esto —empecé, suave, con la voz algo quebrada—. Me sentí tan confundida, tan sola. Me dolía no entenderte. No saber qué era verdad y qué no.
Él no me interrumpía. Me miraba con esos ojos que siempre supieron leerme mejor que nadie. Y aún así, se notaba el miedo en ellos.
—Me dolió perderte en Navidad. Me dolió sentir que te habías ido sin irte del todo. Que estabas ahí, pero lejos. Y me dolió más porque eras tu.