Julio.
Era una tarde cálida, típica del verano. El sol descendía lentamente, tiñendo todo con ese dorado suave que convierte lo cotidiano en algo especial. Hacía calor, sí, pero una brisa ligera ayudaba a que el aire no se sintiera tan denso.
Nick me había enviado un mensaje temprano: "Hoy a las 6, paso por ti. Quiero llevarte a una cita. No diré más, solo que es al aire libre. Vístete cómoda."
No pregunté nada. Me dejé llevar, como solía hacerlo cuando él tomaba la iniciativa. Elegí un vestido liviano, blanco con flores pequeñas, y recogí mi cabello de forma sencilla, dejando que algunos mechones cayeran con naturalidad. Había algo en el tono de su mensaje que me hacía pensar que esta tarde sería diferente. No sabía por qué, pero lo presentía.
Cuando llegó, bajé y lo vi esperándome junto a su auto. Tenía una camisa clara, remangada hasta los codos, y esa expresión que a veces le salía sin querer, mezcla de nervios y ternura. Me saludó con un beso en la mejilla y me abrió la puerta sin decir demasiado.
Durante el trayecto, fuimos en silencio, con la música apenas de fondo. Cada tanto me miraba, como si no pudiera evitarlo. Y yo lo miraba también, intentando entender qué pasaba por su cabeza.
—¿Vas a decirme a dónde vamos? —pregunté finalmente.
—Todavía no —respondió, sin girarse—. Pero ya falta poco.
Estacionó en un lugar apartado, cerca de una zona con árboles altos. Caminamos un poco, y entonces lo vi: un gazebo en medio del verde, completamente cubierto de rosas blancas. Había caminos marcados con pétalos, arreglos colocados con cuidado, y una manta extendida en el suelo con algo preparado para un picnic. Todo rodeado por una luz dorada, suave, como salida de un sueño.
Me quedé sin palabras.
—Una vez me dijiste —empezó Nick, acercándose por detrás— que las rosas blancas eran tus favoritas. Que te hacían sentir tranquila, en paz. Que no necesitaban llamar la atención para ser hermosas.
Asentí sin decir nada, sintiendo un nudo en el pecho.
—He estado pensando en todo. En lo que vivimos, lo que perdimos. En lo difícil que fue volver a encontrarnos. Pero también en ti. En tu forma de mirar el mundo. En cómo hablás de tus libros. En cómo te emocionás con cosas pequeñas. En lo valiente que eres incluso cuando tienes miedo.
Me giré hacia él. Su voz era suave, pero sus manos temblaban un poco.
—No quiero ser solo alguien que está intentando volver a tu vida. Quiero quedarme. Quiero ser tuyo, Olivia. aunque lo soy desde que cruzamos miradas por primera vez. ¿Puedo estar contigo? Formalmente. De verdad.
Lo miré por unos segundos, sintiendo que el corazón me latía muy fuerte. Sonreí sin poder evitarlo y acerqué mis manos a su rostro.
—Claro que sí, Nick.
Y lo besé. Despacio. Con todo lo que no habíamos dicho durante tanto tiempo. Con todo lo que nos dolía, pero también con lo que habíamos construido a pesar de eso.
Las rosas blancas se movían apenas con el viento, como si celebraran en silencio.
Nos quedamos ahí un buen rato, abrazados en silencio, como si el tiempo se hubiese detenido solo para nosotros. El sonido de las hojas moviéndose con el viento, el perfume suave de las rosas, el calor justo del atardecer... todo parecía en calma.
Nick se sentó a mi lado y sacó una pequeña canasta que había traído sin que me diera cuenta. Dentro había comida simple pero hecha con cariño. Sonreí al ver el cuidado que había puesto en cada cosa.
—Esto es hermoso —le dije, apoyando mi cabeza en su hombro—. Nunca nadie me había preparado algo así.
—Siempre lo quise hacer, solo que antes no era el momento —me respondió con una sonrisa tranquila—. Ahora sí lo es.
Comimos despacio, entre charlas suaves y algunas risas. Hablamos de todo lo que habíamos vivido los últimos meses. De Harry y sus bromas, de Charlie intentando aprender a tocar el piano, de Sam y su forma particular de decir lo que pensaba sin filtro. Y también, inevitablemente, hablamos de Emily.
—¿Sabés? A veces me la imagino aquí —le dije mirando el cielo que se empezaba a teñir de rosado—. Con esa risa suya tan genuina... creo que se hubiese emocionado al ver esto.
—Sí, yo igual—contestó bajando la mirada—. Siempre pienso que le hubiese encantado saber que lo estamos intentando de nuevo. Que no nos dimos por vencidos.
—Tal vez lo sabe —dije, sin pensarlo demasiado.
Él no respondió, pero apretó un poco más mi mano.
Nos acostamos sobre la manta y nos quedamos mirando el cielo. Él acariciaba mi brazo con movimientos suaves, como si quisiera memorizar cada parte de mí. Me sentía tranquila. De una manera que no había sentido en mucho tiempo.
—¿Te puedo preguntar algo? —susurró, mirando hacia arriba.
—Claro —le respondí.
—¿Creés que vamos a estar bien?
Me giré para mirarlo. Sus ojos estaban cargados de una mezcla de miedo y esperanza.
—No lo sé con certeza, Nick. Pero sí sé que vamos a intentarlo. Y eso, para mí, es todo lo que importa ahora.
Él asintió despacio. No hacía falta decir más.
Cuando el sol terminó de esconderse, empezamos a guardar todo. El silencio era sereno, como si por fin estuviéramos en paz con todo lo que habíamos vivido. Lo observé mientras doblaba la manta, con ese gesto tan suyo, meticuloso, atento. Lo amaba. Lo sabía con cada parte de mí.
Y por primera vez, en mucho tiempo, sentí que algo dentro de mí estaba empezando a sanar.