Estábamos sentados en el parque, bajo la sombra cálida de un árbol, el sol de verano filtrándose entre las hojas. Nick tenía esa sonrisa tranquila que ahora me reconforta, esa que antes era un misterio y que hoy siento como un hogar.
Me tomó de la mano y me miró con esa intensidad suave que tiene cuando quiere decir algo importante.
—Sabes —me dijo, con una sonrisa cómplice—, cuando hablas, es como si estuviese escuchando Imagine de John Lennon. Esa canción que te hace pensar en un mundo mejor, en paz, en esperanza.
Me reí bajito, un poco sorprendida.
—¿En serio? —le pregunté, sin poder ocultar la ternura en mi voz.
Él asintió, apretando mi mano.
—Sí. Tu voz tiene eso... calma y fuerza al mismo tiempo. Como si estuvieras soñando despierta, pero sin dejar de pisar firme. Me encanta.
Por un momento quedamos en silencio, disfrutando del momento, sin necesidad de más palabras.
En esa tarde de verano, con el aire suave y el canto de los pájaros, entendí que a pesar de todo, a pesar de las heridas y las despedidas, habíamos encontrado nuestra propia melodía. Y que, como en la canción, podíamos imaginar un mundo donde el amor sea lo único que importe.