Aquel jueves

CAPITULO lV

Nunca había sentido algo así. Adán tenía una forma de hacer que el mundo pareciera menos pesado, pero también más confuso. No podía dejar de pensar en él, y al mismo tiempo, sentía un miedo constante de acercarme demasiado.

Durante las semanas siguientes, nos hicimos inseparables. Después de clase, siempre terminábamos en el mismo parque, en alguna cafetería del barrio, o simplemente caminando por las calles de Barcelona, perdiéndonos a propósito.

—¿Qué haces un sábado por la noche? —preguntó una tarde, mientras compartíamos un helado.

—Nada. Me quedo en casa.

—Eso hay que cambiarlo. Este sábado vienes conmigo.

No era una invitación; era una orden. Y aunque mi instinto me decía que probablemente no fuera una buena idea, no pude decir que no.

Cuando llegó el sábado, me encontré delante de un espejo, cuestionando cada decisión que había tomado hasta ese momento. ¿Qué me estaba poniendo? ¿Parecía demasiado interesado? ¿O no lo suficiente? Finalmente, opté por algo simple: una camisa negra y vaqueros. Alya me había dicho que la simplicidad siempre era mejor.

Adán me recogió en su moto. Nunca había subido a una antes, pero él me pasó un casco sin decir nada, y simplemente me subí detrás de él, sintiendo el viento golpeando mi cara mientras recorríamos la ciudad.

Terminamos en un bar pequeño, lleno de luces de neón y música que hacía temblar el suelo. Adán saludó a varias personas al entrar, como si fuera el rey de aquel lugar. Yo me quedé a su lado, sintiéndome completamente fuera de lugar.

—Relájate, Ale. Estás conmigo.

Esa frase, pronunciada con tanta seguridad, me tranquilizó de una forma que no esperaba. Me llevó a la barra y pidió dos cervezas, aunque yo apenas toqué la mía.

Fue entonces cuando lo vi en su elemento. Adán parecía hecho para ese tipo de lugares, para las multitudes, para la atención. Hablaba con todo el mundo, se movía con una confianza que yo nunca tendría, y aun así, cada pocos minutos, volvía su mirada hacia mí, como si estuviera comprobando que seguía ahí.

Pero no estaba solo. Entre las personas que parecían girar a su alrededor, había una chica que no dejaba de mirarle. Era alta, con el pelo rubio y un vestido ajustado que llamaba la atención de todos. Adán le sonrió y se acercó a hablar con ella, dejándome solo en la barra.

Intenté no mirar, pero era imposible. La forma en que ella se reía, cómo Adán inclinaba la cabeza hacia ella... Todo me resultaba insoportablemente doloroso.

—¿Es tu amigo? —preguntó una voz a mi lado.

Giré la cabeza y vi a un chico más o menos de mi edad, con el pelo oscuro y una sonrisa tranquila.

—Sí. Bueno, algo así.

—Tiene pinta de ser un problema.

No supe qué responder. En su lugar, me limité a sonreír, aunque ni siquiera estaba seguro de que fuera sincero.

Cuando Adán finalmente volvió a mi lado, parecía como si nada hubiera pasado.

—¿Todo bien? —preguntó, ignorando por completo la mirada que lancé hacia la chica.

—Sí. Todo perfecto.

Pero no lo estaba. Y creo que él lo sabía.




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