Aquel jueves

CAPÍTULO Vl

Las semanas siguientes se sintieron como un vaivén constante. Adán estaba cada vez más presente en mi vida, pero no podía evitar sentir que siempre tenía un pie fuera, como si nunca estuviera del todo conmigo. Había días en los que parecía que éramos los únicos en el mundo, riendo y compartiendo secretos en rincones escondidos de la ciudad. Y luego estaban los otros días, los días en los que desaparecía.

—¿Qué pasó ayer? —le pregunté una tarde, cuando finalmente decidió aparecer después de ignorar mis mensajes todo el fin de semana.

—Nada importante.

—No es nada si me lo cuentas.

Adán me miró con una mezcla de culpa y desafío.

—Estuve con unos amigos.

—¿Con Daiana?

No sabía por qué había dicho su nombre, pero algo en la forma en que la miraba en clase, en cómo siempre se encontraba cerca de él, me hacía sospechar.

—¿Y qué si sí?

—Nada. Olvídalo.

Adán suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado.

—No significa nada, Ale. Ella es... solo una amiga.

Intenté creerle, pero las dudas ya habían echado raíces.

~Daiana era una constante presencia en el mundo de Adán. Siempre estaba allí, riendo con él, tocándole el brazo de una forma que me hacía hervir la sangre. Y aunque Adán decía que no había nada entre ellos, era difícil ignorar la forma en que ella me miraba, con una sonrisa que no tenía nada de amable.~

—Deberías relajarte —me dijo Alya un día, cuando le conté todo. Estábamos en una cafetería cerca de la universidad, y ella revolvía su café con aire distraído.

—¿Relajarme? ¿Cómo, si cada vez que lo veo, está con ella?

—Mira, sé que te gusta mucho, pero Adán no es de los que se atan fácilmente. Tienes que decidir si estás dispuesto a aceptar eso o no.

—¿Y si no puedo?

Alya me miró con una expresión de ternura y lástima.

—Entonces prepárate para sufrir.

Unos días después, las cosas dieron un giro inesperado. Estaba en casa, terminando un trabajo para clase, cuando mi madre entró en mi habitación.

—Hay alguien en la puerta para ti.

—¿Quién?

—Un chico.

Bajé corriendo las escaleras y lo vi. Adán estaba allí, con una expresión que no podía descifrar y un casco de moto en la mano.

—¿Qué haces aquí?

—Necesitaba verte.

Mi madre pasó junto a nosotros, lanzándome una mirada inquisitiva, pero no dijo nada.

—¿Pasa algo? —pregunté cuando quedamos solos.

—Mis padres. Se están separando.

Había algo en su voz, algo quebrado, que nunca había escuchado antes. Lo invité a pasar, y nos sentamos en el sofá del salón. Me contó todo: las peleas constantes, los gritos que llenaban su casa, cómo su madre había empezado a hacer las maletas mientras su padre se encerraba en su despacho.

—No sé qué hacer, Ale.

Lo único que pude hacer fue abrazarlo. Sentí cómo su cuerpo temblaba ligeramente contra el mío, y en ese momento, supe que estaba completamente perdido por él.




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