Aquel jueves

CAPITULO Vll

Desde aquella noche en mi sofá, algo cambió entre Adán y yo. Había momentos en los que sentía que lo tenía cerca, más cerca que nunca, como si hubiera derribado una de las tantas murallas que siempre lo rodeaban. Pero luego estaban esos silencios, esas desapariciones que me dejaban con la sensación de estar peleando por algo que él no quería mantener.

Daiana seguía ahí. No había manera de evitarla.

—Hola, Ale —me saludó un día al cruzarnos en los pasillos. Su sonrisa era tan perfecta como irritante.

—Hola.

—¿Todo bien? Últimamente pareces... preocupado.

Su tono tenía algo de malicioso, como si disfrutara viendo cómo me tambaleaba en este juego de tira y afloja que parecía estar jugando con Adán.

—Estoy bien, gracias.

—Espero que sí. Adán habla mucho de ti.

Esa frase me dejó helado. No porque hablara de mí, sino por cómo lo dijo. Como si yo fuera un personaje secundario en una historia que giraba en torno a ellos.

Cuando me encontré con Adán después de clase, no pude evitar sacar el tema.

—¿Qué tienes con Daiana?

Adán frunció el ceño, como si la pregunta lo hubiera tomado por sorpresa.

—Nada.

—¿Por qué me parece que no es así?

—¿Por qué siempre buscas problemas donde no los hay?

Su tono fue cortante, y su mirada tenía ese filo que usaba cuando quería poner distancia. Sentí un nudo en el estómago, pero no insistí. Sabía que, si lo hacía, solo conseguiría que se alejara aún más.

Esa tarde, mientras caminaba hacia casa, me encontré con Alya. Estaba sentada en un banco del parque, con su portátil sobre las piernas.

—Te ves fatal —dijo sin rodeos cuando me acerqué.

—Gracias por notarlo.

—¿Es por Adán?

Me senté junto a ella y suspiré.

—No sé qué hacer, Alya. Es como si estuviera luchando contra algo que no puedo ganar.

—Porque lo estás.

La miré, sorprendido por su franqueza.

—¿Qué quieres decir?

—Adán es complicado. Lo sabes. Pero también sabes que Daiana no está ayudando.

—¿Y qué puedo hacer?

—Decidir si vale la pena.

Esa noche no pude dormir. Las palabras de Alya resonaban en mi cabeza, mezclándose con el eco de las miradas y sonrisas de Daiana, y con la sensación constante de que algo entre Adán y yo estaba al borde de romperse antes siquiera de empezar.

Entonces, como si el universo quisiera confirmar mis peores temores, recibí un mensaje en mitad de la noche. Era de Adán.

"Necesito verte."

No lo pensé dos veces. Me vestí rápidamente y salí de casa, caminando hasta el parque donde solíamos encontrarnos. Allí estaba él, sentado en uno de los columpios, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos.

—¿Qué pasa? —pregunté al llegar.

Adán levantó la vista, y en sus ojos vi algo que no esperaba: miedo.

—Daiana... le ha contado algo a mis padres.

—¿Qué?

—Que estoy contigo.

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.

—¿Y qué les dijiste?

—Nada. No puedo... no puedo lidiar con esto, Ale.

Quise decir algo, cualquier cosa que pudiera calmarlo, pero no encontré las palabras. Solo me quedé allí, viendo cómo Adán se alejaba, dejándome con el corazón hecho pedazos y un montón de preguntas que nadie podía responder.




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