Aquel jueves

CAPITULO Vlll

Los días posteriores a aquella noche fueron un torbellino. Adán apenas me hablaba, y cuando lo hacía, era distante, casi como si todo lo que habíamos construido hasta ahora no significara nada.

—¿Qué pasa contigo? —le solté una tarde, cuando finalmente logré que se quedara a solas conmigo después de clase.

Estábamos en el patio trasero de la facultad, un lugar apartado donde a menudo escapábamos para hablar. Esta vez, sin embargo, sentía que había un abismo entre nosotros.

—Nada, Ale. No quiero hablar de eso.

—¿De eso o de mí?

Adán suspiró y se pasó la mano por el cabello, un gesto que ya reconocía como su forma de evitar enfrentarse a algo.

—Es complicado.

—Todo contigo es complicado, Adán. Pero estoy aquí, ¿vale? Estoy intentando...

—¿Y crees que eso basta? —me interrumpió, su voz cargada de frustración.

Sus palabras me golpearon como una bofetada.

—¿Qué se supone que significa eso?

Adán me miró por un momento, y en sus ojos vi algo que no podía descifrar. Era miedo, culpa... y algo más.

—Significa que quizás no soy lo que necesitas.

Me quedé sin palabras. Antes de que pudiera responder, Adán se dio la vuelta y se marchó, dejándome solo con un millón de preguntas sin respuesta.

Esa noche, mientras intentaba procesar lo que había pasado, mi móvil vibró. Era un mensaje de Daiana.

"Tenemos que hablar. Es importante."

No quería responder, pero la curiosidad pudo más que mi orgullo.

"¿De qué quieres hablar?"

Su respuesta llegó casi al instante.

"De Adán."

Nos encontramos al día siguiente en un pequeño café cerca de la universidad. Daiana estaba impecable, como siempre, con esa sonrisa que nunca sabía si era genuina o calculada.

—Gracias por venir —dijo, señalándome la silla frente a ella.

—No estoy aquí para tomar un café contigo. Habla.

Daiana sonrió, como si mi actitud le resultara divertida.

—Mira, Ale. No tengo nada en tu contra, pero creo que te mereces saber la verdad.

—¿Qué verdad?

—Adán... no es quien crees que es.

Sus palabras me dejaron helado, pero intenté no mostrarlo.

—¿Y eso qué significa?

Daiana apoyó los codos sobre la mesa y me miró directamente a los ojos.

—Significa que mientras tú estás aquí, esperando algo serio, él está... bueno, digamos que no está precisamente solo.

Sentí cómo la sangre me hervía.

—¿Y tú qué sabes de eso?

—Porque estoy con él, Ale.

La confesión cayó como una bomba. Quise levantarme, gritar, hacer algo, pero me quedé congelado.

—Mientes.

—¿De verdad crees eso? —Daiana sonrió, inclinándose un poco más hacia mí. Su voz era baja, casi un susurro, pero cada palabra se sentía como un golpe. —¿Por qué crees que le conté a sus padres? No podía soportar que estuvieras siempre en medio.

Cuando salí del café, el mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor. Cada palabra de Daiana resonaba en mi cabeza, y por más que intentaba no creerle, algo en su mirada, en la seguridad con la que lo había dicho, me hacía pensar que podía ser cierto.

Decidí enfrentar a Adán esa misma noche. Lo esperé frente a su edificio, y cuando finalmente llegó, su expresión al verme lo dijo todo.

—Sabías que vendría —dije, sin molestarnos en los saludos.

—Ale...

—¿Es verdad?

Adán no respondió. Bajó la mirada, y eso fue suficiente para que mi corazón se rompiera en mil pedazos.

—¿Por qué? —pregunté, mi voz quebrada.

—No lo sé.

—Eso no es una respuesta.

—No sé qué quieres que te diga, Ale. No soy bueno para esto, ¿vale? No soy bueno para... sentir.

Quise gritarle, pero en su rostro vi algo que me detuvo. Estaba roto, tanto como yo. Y aunque quería odiarlo, no pude.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.