Aquel jueves

CAPÍTULO Xll

El ambiente en clase estaba cargado, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Desde que Ana, Lucía y Pablo supieron de nuestra relación, las cosas habían cambiado. Por primera vez, sentía que podía respirar, que no estaba caminando sobre cristales rotos cada vez que Adán y yo estábamos cerca. Pero no todos parecían compartir esa sensación de alivio.

Álvaro me miraba diferente. Sus bromas, que antes eran ligeras y algo pesadas, ahora llevaban un filo que cortaba. Cada vez que Adán estaba cerca, él encontraba la manera de interponerse, como si estuviera marcando un territorio que jamás le había pertenecido.

Una tarde, mientras salíamos del aula, Álvaro me alcanzó en la puerta.

—Oye, Ale, ¿puedes quedarte un segundo?

Adán, que ya estaba unos pasos por delante, se giró para mirarnos, pero yo le hice un gesto para que siguiera.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Álvaro bajó la voz, como si temiera que alguien pudiera escucharnos.

—No entiendo qué haces con ese tío.

Mi cuerpo se tensó.

—¿De qué estás hablando?

—De Adán. Vamos, Ale. Todos sabemos que no es bueno para ti.

Sentí que mi paciencia se desmoronaba.

—No es asunto tuyo, Álvaro.

—¿No? ¿Y cuando te deje tirado como hace con todos? Porque lo hará, Ale. Es cuestión de tiempo.

Quise gritarle, decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba, pero en lugar de eso, di media vuelta y me fui. No iba a darle el gusto de ver cómo sus palabras me afectaban.

Esa noche, Adán vino a casa. No habíamos planeado vernos, pero algo en mi voz al teléfono debió alertarlo.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó mientras dejaba su chaqueta en el sofá.

—Álvaro.

—¿Qué ha hecho ahora?

Le conté todo, tratando de restarle importancia, pero Adán no estaba convencido.

—Ese tipo está obsesionado contigo.

—No seas paranoico. Álvaro siempre ha sido así.

—¿Y eso lo hace mejor?

No quise seguir discutiendo. Lo único que quería era perderme en sus brazos, olvidar el mundo por un rato. Y, como siempre, Adán sabía leerme.

—Ven aquí —dijo, tendiéndome la mano.

Me acerqué, y en ese momento, todo lo demás dejó de importar.

Los días siguientes fueron un intento de volver a la normalidad, pero los celos de Álvaro empezaron a mostrarse de formas más evidentes. En clase, lanzaba comentarios sutiles que solo Adán y yo entendíamos. En los pasillos, siempre encontraba una excusa para estar cerca, para interrumpir cualquier momento que pudiéramos tener juntos.

Ana fue la primera en notarlo.

—Ese tío está pasando de la raya —me dijo un día mientras almorzábamos en el patio.

—Es Álvaro, siempre ha sido un poco intenso.

—No, Ale. Esto es diferente.

Lucía asintió desde el otro lado de la mesa.

—Ana tiene razón. Deberías hablar con él antes de que las cosas se salgan de control.

Sabía que tenían razón, pero la idea de enfrentar a Álvaro me resultaba insoportable. Habíamos sido amigos durante tanto tiempo que no quería arruinarlo. Pero cada día que pasaba, parecía más claro que esa amistad ya no era lo que había sido.

Esa noche, mientras Adán y yo paseábamos por las calles de Barcelona, le conté lo que Ana y Lucía habían dicho.

—No tienes que enfrentarlo tú solo —me dijo, tomando mi mano.

—No quiero que esto termine en un drama.

Adán se detuvo y me miró a los ojos.

—Ale, esto ya es un drama. Álvaro no va a parar hasta que lo pongas en su lugar.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría. Tenía razón. Álvaro había cruzado una línea, y era mi responsabilidad ponerle fin antes de que las cosas fueran a peor.

El reloj seguía avanzando, y con él, los problemas que se acumulaban a nuestro alrededor. Adán y yo estábamos cada vez más unidos, pero las sombras de la inseguridad y los celos amenazaban con separarnos.

El escenario estaba listo para el siguiente acto, y aunque no sabía qué nos esperaba, estaba seguro de que no sería fácil.




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