El aire fresco de la noche se colaba entre los árboles mientras caminábamos por el sendero hacia un pequeño mirador que Adán había encontrado en las afueras del pueblo. Habíamos decidido escapar del bullicio, de las miradas y de las preguntas. Esta noche era nuestra, solo nuestra.
—¿Te has fijado en las estrellas? —me preguntó, señalando el cielo despejado.
Alcé la vista y me quedé sin aliento. La oscuridad era un lienzo salpicado de luces diminutas que parecían brillar solo para nosotros.
—Son increíbles —dije, aunque en realidad mi atención estaba más en él que en el cielo.
Adán me sonrió, esa sonrisa que hacía que todo lo demás desapareciera. Se quitó la chaqueta y la colocó en el suelo, invitándome a sentarme junto a él.
—Ven, vamos a estar más cómodos aquí.
Nos sentamos juntos, hombro contra hombro, y sentí cómo su mano buscaba la mía. El contacto era cálido, reconfortante. Durante un rato no dijimos nada, simplemente nos quedamos mirando las estrellas y disfrutando del silencio.
—A veces siento que esto no es real —murmuré, apenas consciente de que estaba hablando en voz alta.
Adán giró el rostro hacia mí, sus ojos oscuros reflejando la luz de las estrellas.
—¿El qué?
—Nosotros. Esto. Que alguien como tú esté conmigo.
Me miró con una intensidad que me dejó sin aliento.
—Ale, no digas eso. Tú eres... eres todo lo que siempre he querido, aunque no lo supiera hasta ahora.
Su sinceridad me golpeó como una ola. Antes de que pudiera responder, Adán se inclinó hacia mí y me besó. Fue suave al principio, como si estuviera probando el terreno, pero pronto se volvió más profundo, más urgente.
Mi corazón latía con fuerza mientras sus manos subían hasta mi rostro, sujetándolo con cuidado, como si temiera que me rompiera. En ese momento, todo lo demás dejó de importar: el pasado, los problemas, las dudas. Solo existíamos nosotros dos, en ese pequeño rincón del mundo.
Nos tumbamos en la chaqueta, todavía abrazados, y sentí cómo Adán me acariciaba el cabello, sus dedos moviéndose lentamente, como si quisiera memorizar cada detalle.
—¿Te das cuenta de lo especial que eres? —susurró contra mi oído.
Me quedé en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Todo lo que podía hacer era aferrarme a él, deseando que este momento no terminara nunca.