Aquel jueves

CAPITULO XVl

El día después de aquella noche bajo las estrellas fue como despertar de un sueño del que no quería salir. Adán y yo habíamos llegado a un punto en el que todo parecía encajar, como si finalmente el universo nos hubiera dado permiso para ser felices. Sin embargo, la vida siempre tiene su manera de recordarte que la calma no dura para siempre.

Era lunes y las clases habían retomado su ritmo habitual, con el ruido de los pasillos y el murmullo de los profesores. Ana, Lucía y Pablo se unieron a nosotros en el patio, como siempre. Sus bromas llenaban el aire de risas, pero noté que Adán estaba más callado de lo habitual.

—¿Todo bien? —le pregunté en un susurro mientras los demás hablaban.

Asintió, aunque sus ojos decían lo contrario.

—Sí, no te preocupes.

Decidí no presionarlo, pero no pude evitar sentir un nudo en el estómago.

A la salida del instituto, Daiana estaba esperándonos.

—Adán, tenemos que hablar —dijo, ignorando mi presencia por completo.

Sentí cómo mi pecho se tensaba, pero intenté mantener la calma. Adán me miró y me dio una pequeña sonrisa antes de seguirla hacia un rincón apartado.

Me quedé con Ana y Pablo, que claramente también habían notado la tensión.

—¿Otra vez esa tía? —murmuró Ana, cruzándose de brazos.

—No entiendo qué pretende —añadió Pablo, frunciendo el ceño.

Intenté escuchar la conversación, pero estaban demasiado lejos. Cuando Adán volvió, su expresión era seria.

—¿Qué quería? —pregunté, intentando sonar neutral.

—Nada importante —respondió rápidamente, pero no pude evitar notar cómo evitaba mi mirada.

Esa tarde, mientras caminábamos hacia mi casa, decidí enfrentar el tema.

—Adán, dime la verdad. ¿Qué pasa con Daiana?

Él suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Está enfadada porque, según ella, me he alejado de ella desde que estoy contigo.

—¿Y eso te importa? —pregunté, tratando de ocultar la inseguridad en mi voz.

Se detuvo y me miró directamente a los ojos.

—Ale, tú eres lo único que me importa. Daiana tiene que entenderlo, pero no quiero ser brusco con ella.

Quería creerle, de verdad que sí, pero algo en el fondo de mi mente no dejaba de susurrarme que había más en esta historia.

Cuando llegamos a mi casa, mamá estaba en la cocina, canturreando mientras preparaba algo para cenar. Su presencia siempre tenía un efecto calmante en mí. Adán se despidió con un beso rápido y una promesa de verme al día siguiente.

—Pareces pensativo —comentó mamá mientras ponía un plato de comida frente a mí.

—Es solo... cosas del instituto —respondí, evitando mirarla.

—¿Es por Adán? —preguntó directamente, sorprendiéndome.

—¿Cómo lo sabes? —balbuceé.

Ella sonrió, sentándose frente a mí.

—Soy tu madre, Ale. No hace falta que me lo digas para que lo note.

Le conté todo, desde mi preocupación por Daiana hasta el miedo constante de que algo pudiera salir mal. Mamá me escuchó con paciencia, asintiendo de vez en cuando.

—Ale, si Adán te quiere de verdad, no dejará que nadie se interponga. Pero también tienes que confiar en él. El amor no puede crecer sin confianza.

Sus palabras me dieron mucho en qué pensar, pero aún sentía que algo oscuro se cernía sobre nosotros, como una tormenta esperando a desatarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.