Aquel jueves

CAPITULO XVlll

Las semanas siguientes fueron un torbellino de emociones. Adán y yo tratábamos de mantenernos al margen de todo el drama que Álvaro generaba, pero sus constantes comentarios pasivo-agresivos y su presencia cada vez más inquietante eran imposibles de ignorar. Ana, Lucía y Pablo intentaban animarnos, pero incluso ellos parecían tensos, como si presintieran que algo malo estaba por suceder.

Una tarde, Adán y yo estábamos sentados en mi habitación, estudiando para un examen de historia. O, al menos, esa era la idea inicial. Adán había terminado tumbado en mi cama, con un libro en las manos que claramente no estaba leyendo, mientras yo fingía concentrarme en mis apuntes.

—¿Sabes? —dijo de repente, rompiendo el silencio—. He estado pensando en nosotros.

Le miré, extrañado.

—¿En qué sentido?

Se incorporó un poco, apoyándose en los codos.

—En lo felices que somos juntos. Es decir, a pesar de todo, de Álvaro, de Daiana, de lo complicado que puede ser esto... contigo, todo tiene sentido.

Mi corazón dio un vuelco. A veces Adán podía ser tan directo que me dejaba sin palabras.

—Yo también pienso eso —admití, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban.

Sonrió y, por un momento, el mundo exterior dejó de importar. Pero esa burbuja se rompió rápidamente cuando mi móvil vibró en la mesa.

Un mensaje. De Lucía.

"Ale, tenéis que tener cuidado. Álvaro está diciendo cosas sobre vosotros. No sé exactamente qué, pero parece serio."

Mi estómago se hundió. Adán se dio cuenta de inmediato de mi expresión.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Le mostré el mensaje y, por un segundo, vi una mezcla de rabia y miedo en su rostro.

—No puedo más con esto —dijo, poniéndose de pie.

—¿Qué quieres decir?

—Que no pienso quedarme quieto mientras Álvaro intenta arruinarlo todo.

Intenté detenerle, pero Adán estaba decidido. Salimos de mi casa y caminamos hasta el parque donde solíamos reunirnos. Sabíamos que Álvaro estaría allí; últimamente parecía que nos seguía a todas partes.

Cuando llegamos, el ambiente estaba cargado. Álvaro estaba sentado en un banco, y al vernos, esbozó una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

—Vaya, qué sorpresa —dijo, cruzándose de brazos—. ¿A qué debo el honor?

Adán no se anduvo con rodeos.

—¿Qué estás diciendo de nosotros?

—¿De vosotros? —repitió Álvaro, fingiendo inocencia—. No sé de qué hablas.

—Déjate de tonterías, Álvaro —intervine, mi voz firme aunque por dentro estaba temblando—. ¿Por qué estás haciendo esto?

Su expresión cambió. La fachada tranquila se desmoronó, y lo que quedó fue puro resentimiento.

—¿Por qué? —preguntó, dando un paso hacia nosotros—. Porque es injusto. Tú no deberías estar con él, Ale. Deberías estar conmigo.

Las palabras me golpearon como un puñetazo.

—¿Qué estás diciendo? —murmuré, incapaz de procesarlo.

—Sabes perfectamente de qué hablo —dijo, su voz es cada vez más intensa—. Llevo meses aguantando esto, viendo cómo él te roba, cómo te aleja de mí. Pero se acabó.

Adán dio un paso adelante, interponiéndose entre Álvaro y yo.

—Escucha, tío, no sé qué te has montado en la cabeza, pero Ale no es algo que puedas poseer. Es libre de estar con quien quiera.

—¿Y quién te crees tú para decidir eso? —espetó Álvaro, empujándole.

Adán retrocedió, pero no respondió al gesto. Yo me interpusé antes de que las cosas fueran a más.

—¡Basta! —grité, mi voz rompiendo el aire tenso—. Álvaro, no quiero nada contigo. Tienes que aceptarlo.

Su mirada se oscureció aún más, y durante un instante pensé que iba a hacer algo. Pero en lugar de eso, se dio la vuelta y se marchó, dejándonos con el corazón latiendo a mil por hora.

Esa noche, mientras Adán y yo hablábamos en el sofá, me di cuenta de que esto era solo el principio. Álvaro no se rendiría tan fácilmente, y lo que fuera que estaba planeando, aún no había terminado.




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