Aquel jueves

CAPITULO XlX

El clima estaba pesado esa noche, como si la ciudad misma estuviera a punto de estallar. Barcelona se mantenía viva, como siempre, pero en mi pecho algo se sentía diferente. La atmósfera era densa, llena de presagios, como si todo lo que habíamos vivido hasta ese momento no fuera más que el preludio de algo mucho peor.

Adán y yo habíamos decidido dar un paseo por la playa para despejarnos, aunque los pensamientos oscuros no me dejaban descansar. Nos habíamos distanciado un poco de la universidad, del caos con Álvaro, de todo lo que nos atormentaba. Solo queríamos estar juntos, aunque sabíamos que la calma era efímera.

Pero esa noche, nada de lo que hicimos pudo evitar que el destino se desencadenara.

Caminábamos entre las sombras, dejando que la brisa marina acariciara nuestras caras. El murmullo de las olas chocando contra las rocas parecía ser lo único que rompía el silencio. Adán, siempre tan sereno, intentaba calmarme con sus palabras suaves, pero yo sentía que la tormenta estaba más cerca de lo que imaginaba.

—Sé que todo esto está siendo un puto lío, Ale —me dijo, su voz grave—. Pero te prometo que no voy a dejar que nada nos separe.

Lo miré, mis ojos llenos de miedo. Sabía lo que estaba en juego. No era solo la relación que teníamos, era nuestra seguridad, nuestra paz. La situación con Álvaro había pasado de ser un simple inconveniente a algo mucho más peligroso.

No sabía cómo decirle lo que sentía. Él lo veía todo con esperanza, con la convicción de que siempre encontraríamos una salida, pero yo sabía que ese no sería siempre el caso.

Y en ese instante, como si el universo quisiera confirmar mis temores, lo vi.

Álvaro, de pie en la distancia, observándonos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Adán se detuvo, notando mi tensión, y giró para seguir mi mirada.

—¿Qué coño hace aquí? —susurró, la furia acumulándose en su voz.

No podía ser. ¿Cómo había llegado hasta allí sin que nos diéramos cuenta? ¿Qué quería de nosotros?

—Adán, no… no vale la pena —le dije, intentando que se calmara.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Álvaro cruzó el espacio entre nosotros con una rapidez sorprendente. Estaba furioso, su rostro más pálido que nunca, los ojos inyectados en rabia.

—¿Así que ahora eres feliz, no? —dijo, su voz quebrada por el odio.

Me quedé paralizado, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mi pecho. La situación era demasiado volátil, como una bomba de tiempo.

—No es lo que piensas, Álvaro —dije, mi voz vacilante, pero con el corazón latiendo rápido.

Él ignoró mis palabras y, en un arrebato de frustración, se acercó a Adán con una mirada desafiante. El ambiente estaba cargado de tensión, como si todo fuera a estallar en cualquier momento.

—Esto tiene que acabar, Ale —dijo Álvaro, su tono de voz más bajo pero cargado de dolor.

Era evidente que las emociones se desbordaban, y el enojo lo había consumido. La forma en que miraba a Adán, con una mezcla de celos y resentimiento, era palpable. Las palabras parecían no ser suficientes para resolver el conflicto, y las tensiones entre nosotros ya no se podían ignorar.

Adán respiró hondo y se acercó un paso más a Álvaro, intentando calmar la situación.

—Álvaro, no te equivoques. No te he hecho nada. No soy el enemigo aquí.

Pero la respuesta de Álvaro fue fría, cargada de reproches, como si no pudiera entender nada de lo que estaba pasando entre nosotros.

En ese instante, la tensión explotó. Álvaro, cegado por su rabia, retrocedió un paso, y sin previo aviso, sacó un cuchillo de entre su ropa. Lo vi en sus manos, reluciente bajo la luz de la luna.

-¡No! -grité.

Pero fue demasiado tarde.

Álvaro se lanzó hacia Adán, y la escena se tornó en caos absoluto. No pude pensar, solo corrí hacia ellos, gritando, rogando que parara. Pero el daño ya estaba hecho.

La luz que reflejaba la luna se apagó en mis ojos cuando vi a Adán caer al suelo, sangre brotando de su pecho.

El tiempo se detuvo. La sangre se expandió por la arena blanca, formando un charco oscuro que parecía tragarse todo a su alrededor.

Yo no podía moverme, no podía gritar. Adán ya estaba allí, con los ojos abiertos, pero la vida ya no brillaba en ellos.

Ahora, solo me quedaba reflexionar. ¿Qué quedaba para el futuro después de todo esto? ¿Cómo se seguía adelante cuando ya no estaba? Todo lo que amaba, lo que era mi inspiración de seguir, ya no estaba.




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