K A T H Y A
Heme aquí, despertándome temprano un lunes por la mañana durante las vacaciones de verano, cuando en realidad todavía debería de estar tirada en mi cama soñando con Louis Partridge, en lugar de andar pensando que carajos ponerme. Y tampoco es que importe mucho, a cualquier otra persona normal le valdría un cacahuate ponerse lo primero que encuentra. Pero yo no soy una de las protagonistas de aquellas sosas novelas que Mel intentó hacerme leer; a mí sí que me importa qué es lo que me pongo y cómo es que me veo. Las primeras impresiones cuentan, y mucho.
Por eso dedico, como mínimo, casi veinte minutos a ver qué es lo que pondré. Tal vez para mañana deba preparar mi ropa con ocho horas de antelación para no tener despertarme tan temprano porque soy consciente del tiempo que tardo en arreglarme.
Tal vez solo así pueda ahorrarme un par de minutos y pueda posponer a alarma otros quince minutos.
Terminó escogiendo un peto de mezclilla en tono claro, con una camisa blanca sencilla y sin estampado alguno. Y supongo que, por eso, cuando bajo a desayunar, mi madre se me queda viendo con una delgada y bien traza ceja, como queriéndome decir: ¿Por eso te tardaste demasiado? A lo que yo respondo encogiéndome ligeramente de hombros, sin sentir culpa o remordimiento alguno.
—Te he preparado algo para el almuerzo—acerca una lonchera verde a cuadros y pequeñas margaritas.
—Gracias.
Tomo la bolsa, aunque no sé porque lo hizo. Es decir, he sobrevivido casi toda mi vida académica comiendo las sórdidas sobras que dan en la cafetería. No sé que fue lo que le pico que ahora está preparándome el almuerzo. Tal vez sea el calor, que está haciéndola consiente de que la comida en el refrigerador no durará mucho a pesar de que se encuentra en una cámara de refrigeración.
—¿Quieres que pase por ti después de clases? Me queda de paso después de pasar por el supermercado.
Niego con la cabeza.
—Puedo tomar el autobús.
—¿Segura? Hace calor y…
Vuelvo a asentir.
No es que no aprecie las pequeñas muestras de cariño que mi madre tiene hacia mí, pero es que en estos momentos se vuelve imposible compartir un espacio tan pequeño como lo es el coche cuando se puede pasar el viaje de quince minutos acribillándome a preguntas sobre mi futuro, a las cuales todavía no tengo una respuesta del todo clara.
Claro que me he pasado noches en vela pensando en qué será de mí después de la preparatoria, y al igual que mis padres quiero ir a la universidad y estudiar una carrera que me guste y que al mismo tiempo me generé un buen sustento económico. Y aunque creo que en este último punto me estoy siendo algo ingenua. Pero es que todavía no encuentro eso que me despierte pasión, como lo es el derecho para Katherine. Así que no, prefiero pasarme aquel trayecto en un transporte con pegada al cuerpo de otros usuarios sudados y apestosos a sudor que tener que enfrentarme una conversación que solo me genera ansiedad. Cobarde, sí, pero necesario.
—De acuerdo. Pero de todas formas me avisas cuando salgas y llegues a casa, en caso de que yo no esté por aquí todavía. A veces a tu padre se le olvida que tiene un celular.
Asiento y me meto un bocado de tostada a la boca.
Veinte minutos después me encuentro en el salón A-13, que es donde tomaré mis cursos propedéuticos de química. Decidí inscribirme a las clases de verano solo porque no tenía nada más que hacer, y estar en mi casa no era opción. Si bien era cierto que podía tomar mi teléfono y buscar entre mis contactos alguien con quien salir, la verdad era que no sería lo mismo que salir con mi mejor amiga, y a pesar de que me llevo bien con Camille, no me apetece fingir que todo lo que me dice me parece interesante y no parecer que estoy al borde un brote psicótico por la obsesión de mi madre por mi futuro académico.
El salón no está tan lleno como lo estaría normalmente, apenas si se llega a usar la mitad de su capacidad. La mayoría de los estudiantes están desperdigados en las bancas del fondo, sintiéndose tan miserables y solitarios por tener que tomar aquellos cursos para tener el derecho a cursar el próximo año. Pobre cositas feas. Por fortuna –o desagracia, teniendo en cuanta que ellos no lo saben y creen que soy su igual–, no estoy aquí porque ando mendigando decimas extras, sino solo porque soy un asco en química. De acuerdo, puede que estuviera a un pelín de reprobar, pero por obra del destino, Google y Respondo tu tarea.com logré arañar un siete, no es mi mejor calificación, pero era eso o reprobar, le conté el mismo chiste a mi mamá y claramente no le hizo gracia.
Sé que en cuanto llegue el señor Pantaloncillos, el único profesor dispuesto a dar clases en verano –mi teoría es porque no le gusta saborear la soledad de su oscura casa–, los desplegará hacia las bancas de enfrente, porque esas son sus reglas en su salón de clase. Detesta que los estudiantes se escondan en las comodidades de los rincones, para esquivar sus preguntas y evitar poner atención, así que como somo pocos, eso tampoco será una opción para los perezosos.
Decido que será buena estrategia que me ponga en la segunda fila, pegada a la pared, al lado opuesta de donde se encuentra el escritorio, cruzo totalmente la entrada, ya que me había quedado estática en la puerta, haciendo un análisis de la habitación y los estudiantes, pero antes de que pueda tan siquiera cruzar el pasillo que me conducirá a mi nuevo lugar durante las próximas semanas, me detengo, de golpe, y para nada sorprendida, pero sí que un poco fastidiada.
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Editado: 29.08.2025