Aquel verano nuestro

C A P Í T U L O D O S

L Y S S A N D E R

Sé que no debería avergonzarme por esto, incluso supongo que debería mostrarlo con orgullo, pero he creado la imagen de un chico relax que no pinta con estas vibras de ser un sabiondo en ciencias. No es un secreto para el resto del mundo que se me da genial aparentar ser un idiota despreocupado, pero que Dios se apiade de mí el día que alguien, además de mi familia y Nolan, se entere de que se me da genial todo lo relacionado con la química, que tengo tomos especializados, y que mi regalo por mi sexto cumpleaños fue un juego de química.

Supongo que por eso no debería sorprenderme que Kathya haya creído que había asistido a las clases de verano del señor Hamer porque había suspendido química. Aunque la verdad fuera porque el propio señor Hamer me había pedido que asistiera porque estaba dispuesto a ayudarme a pasar el examen de admisión para entrar a NYU, porque a pesar de que soy el coco de muchos otros profesores, para él soy, lo que podría llamarse, su favorito.

Además, no tenía nada más que hacer este verano. Nolan se había ido a Alemania con su familia, para finar unos detalles de la boda de su hermana, Lana, y mi madre había amenazado con buscarme un trabajo de verano si me veía haraganeando por la casa, por lo que no me quedó mayor opción que aceptar la oferta del señor Pantaloncillos, que la verdad me viene como anillo al dedo. Nunca está de más aceptar toda la ayuda que me puedan ofrecer para ingresar a la universidad. Porque la necesitaré.

Pero no mentiré, me supo un poco mal que Kath siga creyéndome un idiota. El resto de la escuela puede irse a la mierda con la imagen que tienen sobre mí, pero lo que piense ella es importante porque… Es importante.

Hay veces en las que quisiera decirle: ¡Ey, mira! Soy un genio, no un completo idiota. Tengo buenas notas, aunque no lo parezca y las ciencias se me dan genial. Pero siento que, en lugar de asombrarse, se burlaría de mí. Claro, como si un chico que se la pasa siendo el chistosito del grupo y un pesado con los demás pueda tener calificaciones arriba de ocho.

Nunca creí que el ser yo mismo terminaría alejándome de una chica. Jamás me había pasado, porque nunca he querido ser yo mismo, tanto como lo deseo con ella.

De las otras chicas con las que he salido antes (salir es una palabra muy dura, mejor usemos tonteado, ya que suene mejor que liarse), no tuve la necesidad de mostrarme tal cual soy, bastaba con sonreír un poco, ser un tonto y listo. Porque a ellas no les interesaba conocerme más allá de lo que necesitaban, y a mí tampoco me importaba mucho. Pero con Kath… las cosas son diferentes. Ella me gusta, desde hace tiempo que lo hace, y por eso sé que debo dejar de comportarme con un estúpido, y que probablemente deba alejarme de ella y olvidarla, porque se merece algo mejor que yo. Lo supe desde el primer día en que la vi. Y eso fue antes de que Nolan empezara a salir con su mejor amiga.

4 años atrás, verano

—Recuerda, tienes que pasar con la señora Norrison a recoger el pedido, después tienes que llevar a Millie y Louisa a su clase de baile. Y no pases demasiado tiempo jugando videojuegos. Mariela llegará de la universidad por la tarde y podrá cuidar de ustedes, mientras tendrás que hacerlo tú.

Asentí, aunque dudo que ella pueda verlo. Está demasiado atareada, yendo a un lado a otro de la casa, revolviendo papales, alzando cojines, buscando algo, qué no sé que es, porque solo se limita a darme ordenes con el ceño que ya se le ha hecho costumbre, incluso desde antes de que se divorciara de papá.

En los últimos meses la sonrisa y el gesto cariñoso de mi madre ha desaparecido, dejando una versión un poco más huraña y seria. Está molesta casi todo el tiempo, y cuando no está gritándole a mi padre por el teléfono, está llorando en su habitación, aunque intente hacerlo en voz baja, y con la puerta ligeramente cerrada, sé que lo hace, porque yo me quedó al otro lado de puerta, escuchándola y llorando también, a veces.

No sé que es lo que sucedió entre mis padres, ellos creen que todavía soy demasiado pequeño para comprender los rollos de los adultos, pero tengo 13 años, maldita sea, ya no soy un bebé, ya estoy por entrar a octavo. Soy el hombre de la casa, ahora que mi papá se ha ido, o al menos eso dijo, pero hace mucho que no lo veo o que no viene a verme, que ya no sé si creerle o no, porque aprendí que el abre la boca tanto que la mitad de las cosas que salen de ella son mierdas. Como cuando dijo que siempre seríamos una familia.

Ahora mi madre está más molesta y estresada que antes, ya que a Audrey se le ocurrió que sería un buen momento como para tener apendicitis.

—Sí, lo haré.

No quería hacerlo. Y en el fondo me fastidiaba demasiado que mi madre me mandara a hacer tantas cosas, que hablara mal de mi padre siempre que terminaba una llamada con él, que mis hermanas no dejaran de llorar preguntando por él, y me fastidiaba todo el mundo, porque sus vidas parecían asquerosamente perfectas mientras la mía se estaba yendo al drenaje.

Pero soy consciente de que mi madre no necesita esa carga extra, así que hago bola aquella sensación asfixiante que se hace un mi pecho, e intento botarla lo más lejos posible, aunque siempre está ahí, pero finjo que no, y actúo como si nada me importara, que nada sucede y que todo esto no me parece abrumador, incluso aterrador, porque ya suficiente tengo que verlo en el rostro de mi madre.




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