L Y S S A N D E R
Sé que la mayoría de las personas me consideran un chico despreocupado, demasiado ocupado haciéndose el vago y nada interesado en lo que sucede a su alrededor. Y no podrían estar más equivocados. Sí, yo he contribuido a formar ese concepto, no molestándome en desmentirlos y mostrarles al chico que se esconde bajo esa fachada, porque con el tiempo me he dad cuento que es menos trabajo ser quien soy en realidad que darles a los demás la versión más sencilla.
No recuerdo cuando empecé a hacer esto, a hacer las cosas más sencillas para los demás, limitarme a aceptar las cosas, no responder a menos de que fuera necesario, y no poner mis emociones por encima de los demás. Tal vez fue durante el divorcio de mis padres, las cosas eran una mierda en ese momento y lo que vino después también fue como una especie de prueba, en especial para mi madre. Todos dijeron que estaba loca por separarse de él y querer quedarse la custodia de sus cinco hijos, que ser madre soltera no era buena idea, que ella nunca podría llevarlo a cabo. Imbéciles, siempre hablaban como si supieran la verdad, como si mi madre hubiera actuado mal, como si estuviera loca por querer buscar lo mejor para ella y sus hijos… No quería ser una carga para mi madre, que de por sí ya estaba sobrecargada de todo lo que sucedía a su alrededor.
Empecé a hacer todo sin que mis emociones intervinieran, sin importar si estas eran positivas o negativas, porque descubrí que hacer así las cosas eran más fáciles, no pesaban y con el tiempo adopté aquella imagen, no dejo que las cosas me perturben, o por lo menos no lo aparento. No creo que esté haciendo mal, pero sin duda mucho bien no estoy haciéndome.
Nunca me había importado la opinión que tenían los demás sobre mí, ¿por qué habría de importarme sus palabras vacías y poca importancia? Pero no podía decir lo mismo de Kathya. Joder. Lo que ella creyera de mí era importante, casi tanto como lo que mi madre creyera de mí. Nunca había intentado impresionar a una chica como deseo hacerlo con ella. Me bastaba con que les pareciera simpático, atractivo y que quisieran pasar un rato, pero Kath… No quiero que piense en mí como un descarado, algo imprudente.
Con ella no me importaría mostrarme tal cual soy, pero, aunque quiera, me cuesta trabajo. He vivido demasiado como el chico despreocupado que oculta todo bajo una fachada de indiferencia que ahora no soy capaz de desprenderme de aquella coraza. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Por eso, y muchos otros motivos, sé que no soy bueno para Kathya. Ella se merece algo mejor que un saco de piezas rotas que no sabe cómo armarse así mismo.
—¡Solo escoge uno! —soltó Millie, enfurruñada.
—Es un maldito esmalte, Audrey—agregó su melliza.
—¡Louisa, no digas groserías! —la riñó Livia, como la buena hermana mayor que era.
—¡Es que no sé cual elegir! —chilló Audrey, indecisa.
Yo solo me limité a suspirar, cansado y resignado.
Vivir con puras mujeres era tener que lidiar a menudo con situaciones como esta, en especial cuando se tenía una hermana tan vacilante como Audrey, quien siempre había tenido que batallar entre elegir una cosa u otra. Mi padre también solía desesperarse bastante con ella cuando íbamos por helados que terminaba comprándole dos, luego ella se sentía mal porque había echo gastar a papá de más.
Tener que esperar a que mi hermana se decidiera por un color para esmalte de uñas era una cosa que, si bien podía ponerme de nervios, tener que hacerlo dentro de la tienda de cosméticos, era otra totalmente terrible. Aprovechando que eran vacaciones, y que tanto Livia como Audrey se encontraban en casa, la mayor de nosotros quiso que saliéramos juntos, una de esas sosas reuniones de hermanos que, si bien me gusta pasar el tiempo con ellas, nuestros planes de salida distaban mucho. Habíamos ido al cine, y por fortuna había una película en cartelera que nos gustó a los cinco, así que ahí no hubo problema, después pasamos por algo de comer, ya que a ellas los botes grandes de palomitas que se compraron de forma individual no les llenaron, y después de eso no sé cómo terminé arrastrado a una tienda de cosméticos esperando a que la persona más indecisa del planeta escogiera entre un barniz azul y otro amarillo.
Para empeorar las cosas la tienda era un local pequeño que se estaba llenando poco a poco de otras chicas que se emocionaban por productos que coleccionan por montones, y una que otra me dedicaba una pequeña mirada sobre el hombro, curiosa, y algo molesta. Supongo que por robar espacio y no comprar nada.
Yo solo deseaba salir de ahí, pero una dependienta, vestida con una polo rosa y pantalones oscuros, sonrisa amable y ensaya, me había tendido una cesta de compras en un tono del mismo color que su uniforme, donde mis hermanas comenzaron a tirar sus compras, y ninguna se había molestado en quitármelo de encima. Además de que la única salida estaba siendo bloqueada por un grupo de niñas de once años que alucinaban con la cantidad de broches y cosas para el cabello que había en el primer exhibidor.
Dios, ayúdame.
Mientras tanto mi hermana seguía de indecisa.
—Es que esté tono es un grisáceo azulado difícil de conseguir—¿Eso era color gris? ¿Existe el color gris azulado? —. Y el otro es un tono amarillo pálido que casi parece blanco y que podría combinar con el esmalte rojo cereza que compré el otro día…
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Editado: 19.09.2025