K A T H Y A
Estaba frustrada, tenía hambre y me encontraba empapada hasta los huesos. El pronostico del clima había anunciado cielos despejados y clima cálido, como lo ha estado haciendo en los últimos días. Era el tipo de clima que te invitaba a salir de casa, comer un helado y sentarte en un banquillo del parque a contemplar la vida. Y eso era justamente lo que había hecho; salir para tomar un respiro de los asfixiantes ejercicios que había dejado el señor Pantaloncillos, así que tomé un autobús hacia el centro, busqué el viejo puesto de helados italianos, compré uno de pistacho y me senté bajo la sombra de fresno a ver como los demás se movían por el parque, ligeros, sin preocupaciones y tranquilos.
Anhelaba regresar a la tierna edad de los seis años, donde nada me preocupaba más que llegar a casa a tiempo para poder ver un capítulo de mi serie animada favorita, podía jugar todo el día, se me permitía soñar despierta, y no me aterraba ni un poco lo que podría pasarme en los próximos quince segundos. Ahora no recuerdo cuando fue la última vez que disfrute algo de verdad, que no fuera un gusto momentáneo y efímero, que fuera eterno y duradero.
Creo que es normal pasar por esta serie de crisis, después de todo dentro de un par de años me convertiré en una adulta responsable que viviría pegada a una computadora y una dura silla de escritorio, bueno, si es que escojo la cerrera adecuada para ello, de lo contrario me pasaré el resto de mi vida limpiando una parrilla grasienta de un restaurante de 24 horas a las fueras de una carretera… O puede ese sea mi futuro con o sin título. ¿Cuándo se habían complicado tanto las cosas?, ¿por qué ahora me detenía demasiado a pensar las cosas y no solo lo que dicta mi corazón? Tomar ideas sesudas es todo un martirio.
Por un momento, el cálido sol que se colaba de entre las ramas del árbol no pareció calentarme.
Escoger una carrera que definirá tu futuro supone demasiada responsabilidad que no estoy segura de asumir a mi corta edad de casi dieciocho años. Puedo decir que suena como la mejor idea en este momento, pero arrepentirme cinco años después, quizá dos, o cuando me sea imposible salir de la monotonía de mi vida como adulta… Me había puesto a analizar la vida de las personas mayores desde que este dilema me asaltó; veía la dinámica de mis padres, entre semana andan ocupados con sus trabajos de oficina, tan presurosos para llegar a tiempo y tan cansados del esfuerzo que todo eso supone, no queda un solo respiro para detenerse un segundo y respirar, en palabras de mi madre los fines de semana se crearon para hacer las labores del hogar, y la vacaciones, ¡uff!, para hacer limpieza a profundidad.
Luego estaba mi hermana. Un modelo más joven y moderno de lo que era la vida adulta de una universitaria. Casi todo el tiempo se la pasa detrás de un libro, de la computadora, estudiando; su vida social en los últimos semestres se ha vuelto casi inexistente, y aunque ahora está en casa descansado y saliendo con sus amistades de la infancia, por las noches es un fantasma que se pasea por los pasillos con una taza de té en las manos, recitando un falso discurso en caso de que algún día tenga que defender a una victima de robo.
La vida adulta es una mierda, pero a pesar de todo eso, ellos tienen una certeza que yo no: han elegido, saben que sus decisiones los llevaron por buen camino, no se arrepienten de nada. Tienen lo que quieren. Y yo todavía no sé qué es lo que quiero.
Ya he hecho mi lista, he escogido carreras que no tienen nada que ver con la ciencia, porque la verdad es que ya estoy hasta la coronilla de ver formulas y elementos químicos. Siguiendo el consejo de Katherine, elegí cosas que me gustan, o que creo que lo hacen, que no suponen un rechazo para mí y que sí me veo los próximos años de mi vida dedicándome a ello, pero siento que me falta algo. Una conexión. Una pasión.
Estuve cerca de dos horas sentada en el incomodo banco de madera que. cuando me levanté, el trasero acalambrado me lo agradeció. Decidí que era momento de regresar a casa, no solo porque ya eran casi la seis de la tarde, sino porque algunas personas empezaban a verme incomodos, y nos los culpo, yo también lo haría si viera a una chica sospechosamente echada en una banca, sola y mirándolos a todos más del tiempo socialmente aceptable.
Tiré lo que quedaba de mi cono de helado a la basura y salí del parque, pasé de largo la parada del autobús y seguí caminando. Me tomaría media hora llegar a mi casa andando, pero deseaba hacerlo, había algo relajante en el hecho de caminar, ver los escaparates de las tiendas, fingiendo que algún día comprarás, o ver a las personas pasando a tu lado, presurosas y ajenas a todo lo que sucede a su alrededor y crear una historia sobre su vida, quiénes son, qué hacen y hacerlos a todos felices.
Me obligué a dejar mis dilemas a un lado, nada bueno sacaría de darle vueltas al asunto una y otra vez, salvo un terrible dolor de cabeza. Había algo que debía aceptar y con lo cual debía darme por satisfecha: he avanzado, he hecho progresos, por lo menos ya no estoy en blanco y perdida, como en un principio, he creado una lista de cosas que me llaman la atención y otras que por nada del mundo haría, aunque me paguen un millón de dólares. Deberíamos escoger carrera en base a lo que nos gusta y nos apasiona de verdad, después de todo pasaré el resto de mi vida encadenada a ello, y creo que prefiero un empleo con una paga mediocre en algo que amo, a un trabajo mediocre en algo que detesto.
Sí, he hecho progresos. Sonreí un poco para mí misma y seguí mi camino mientras en mis audífonos sonaba Through the Dark de One Direction.
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Editado: 05.12.2025