Aquellas tardes de octubre

Capítulo 1:

“Dulce rosa roja, eres frágil y al mismo tiempo lastimas con tus espinas. El color de tus hermosos pétalos es hipnotizante. Te riego todos los días, quiero verte linda. Lastímame si lo deseas pero por favor no te marchites nunca, ¿Eres feliz si yo no veo la luz del sol? Aún así te amo. Amarte me lastima pero no quiero huir y dejarte sola como lo hicieron otros jardineros. Yo quiero cuidarte y enseñarte que la belleza también viene acompañada de sangre”.

Cierro mi libreta y guardó mi bolígrafo en el bolsillo de mi pantalón. Cruzó los brazos sobre la mesa y hundo mi cabeza en ellos. Golpeó mi frente con mi antebrazo una y otra vez a causa de la frustración. Ser escritor definitivamente no es algo sencillo. Debo escribir un poemario para un trabajo final de la escuela y aún no tengo nada escrito. No tengo la inspiración necesaria para escribir y tendré que entregar el trabajo a finales de octubre. Sé que aún me queda un mes, no obstante, mis bloqueos escritores suelen variar. Pueden durar días, semanas, meses e incluso años. No quiero volver a repetir el año solo por un trabajo no entregado.

Levantó la cabeza y procedo a abrir mi libreta de nuevo para releer lo que acabo de escribir y decidir si arrancar la hoja y escribir todo de nuevo o simplemente corregir algunas cosas y dejarlo así, no obstante, cuando estaba concentrado leyendo mi escrito escuché el molesto sonido de la silla frente a mí arrastrándose. Alguien se había sentado sin mi permiso. Me sorprendí y por instinto cerré la libreta de golpe, me aparté a una distancia considerable y levanté el rostro con violencia para ver al extraño frente a mí.

—Hola, lo siento, no quería asustarte —.

Dijo aquel chico pasándose una mano por el cabello. Parecía ser de mi edad, su cabello era anaranjado, sus ojos de un color gris, usaba lentes, tenía una gasa en el pómulo izquierdo, una bandita en la frente y una tímida sonrisa en su rostro. Parecía ser un chico agradable, y, por alguna razón desconocida, presentía haberlo visto antes. Aunque no recordaba dónde o cuándo.

—Solo tenía curiosidad sobre lo que escribías... ¿Puedo verlo? —.

Preguntó aquel chico extraño. Su curiosidad era bastante notoria, definitivamente no sabía disimular. Aunque la vergüenza también fue visible en su rostro.

—No asustes
personas así —Dije luego de entregarle la libreta. Él la tomó con timidez y la abrió para leer lo que había escrito. Estaba bastante nervioso, me sentía juzgado, pero sabía que la opinión de alguien más podría ayudarme. Solo por ese motivo le confíe plenamente lo que escribía a un desconocido.

Para mí la escritura era todo lo que tenía. Era el escape de realidad que necesitaba para no ahogarme en un mundo de gente ignorante y exigente, era mi consuelo emocional, era una forma de expresión confiable que jamás me iba a juzgar, era el arte que despertaba la creatividad y la felicidad de cualquiera. O al menos así lo veía yo.

Amaba perderme entre los renglones y letras de una hoja de papel, amaba crear un mundo en dónde nadie me dijera que hacer o que estaba mal, amaba tener el control sobre mí y sobre mi vida, amaba escribir e imaginar historias ajenas a mí, amaba imaginar y crear la vida que siempre desee tener. Simplemente amaba sentirme parte de otro mundo diferente al mío.

La escritura siempre me brindo desahogo y consuelo emocional, porque al tener el control absoluto sobre el bolígrafo y el papel yo era el único que podía tomar las decisiones y nadie podía cuestionarlas. En la escritura podía hacer y decir lo que quisiera sin tener una consecuencia o arrepentimiento real. Era libre, era libre de escoger sobre mi vida, era libre de tomar decisiones, era libre de hacer lo que quisiera o de no hacer lo que los demás quería, era libre de decir “no”.

Por motivos como esos la escritura era realmente importante para mí. Era como algo íntimo que no podía mostrarle a cualquiera. Era algo que solo podía compartir con una persona que realmente significará algo profundo y especial para mí.

«Porque tú no le darías una taza de cristal costosa a cualquiera sin saber si la cuidará o la dejará caer al suelo...»

Prestó bastante atención a las expresiones faciales de aquel chico para ver si puedo descifrar que piensa exactamente sobre lo que está leyendo. Sobre el desastre sin sentido que escribí. No había nada. Leía con total seriedad el poema sin ninguna expresión en el rostro, no sabía si le gustaba, si le parecía estúpido o si estaba comprendiendo realmente lo que leía. De repente una nube gris de inseguridad, negatividad y ansiedad invadió mis pensamientos. Él tenía entre sus manos el poder de juzgarme y herirme si lo deseaba y yo se lo entregué sin pensar en las consecuencias solo buscando aprobación.

Fue por ese motivo que, en un acto impulsivo y ansioso de recuperar mi poca estabilidad. Le arrebaté la libreta de sus manos con violencia y la abrace contra mi pecho. Él se paralizó por un momento. Me miró con confusión y no dijo nada durante varios segundos. No sabía el motivo, pero tenía una inmensa necesidad de llorar. Una que tuve que contener para no quedar como un estúpido y un loco.

—¿Te sucede algo? —Preguntó él, con ligera preocupación y sorpresa en el rostro. —¿Necesitas ayuda? —.

«Física no,
psicológica sí».

—Solo quería saber tu opinión —. Dije forzando una sonrisa amistosa. Él pareció disminuir su preocupación. Se acomodo mejor en su asiento, se acercó y colocó sus antebrazos en la mesa cruzándolos entre sí. Sonrió un poco.

—Me parece un poema doloroso y romántico, me gusta —.

—¿Por qué te gusta? —.

Al menos entendió que era una especie de poema. Necesitaba saber qué era lo que le gustaba exactamente, si lo sabía entonces podría escribir los demás poemas basados en su respuesta. Él bajo un poco el rostro y se quedó en silencio. Meditó unos segundos en su respuesta. Moví una pierna por debajo de la mesa a causa de la ansiedad e impaciencia. Finalmente decidió hablar, evadiendo el contacto visual en todo momento.



#1952 en Otros

En el texto hay: #lgbtq, #novelajuvenil, #mejoresamigos

Editado: 08.10.2025

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