Camino por la acera con cierto cuidado para no pisar las pequeñas hojas o charcos que dejaron los árboles secos del otoño y la reciente lluvia. Miró hacia el cielo y me quedo hipnotizado viendo las nubes grises y los hermosos colores rojisos, anaranjados y violetas que deja el atardecer. Camino silenciosamente junto a Fuyu. No hemos hablado desde que salimos de la escuela hace siete minutos y comenzamos a caminar hacia su casa como acordamos horas atrás. Fuyu definitivamente era un chico de pocas palabras, formar una amistad sería realmente difícil si seguíamos de este modo.
«Tal vez solo es tímido...»
Si era así entonces tendría que hacer algo para mantener una conversación normal. Había oído que hablar sobre cualquier cosa que hubiera alrededor funcionaba para romper con los silencios incómodos. No sabía si era cierto pero decidí intentarlo.
—El atardecer se ve hermoso, ¿No lo
crees? —Pregunte con la esperanza de que no se quedará en silencio y simplemente se limitará a asentir con la cabeza, esto ya era lo suficientemente incómodo para mí. Al parecer funcionó bien porque él decidió hablar nuevamente.
—Me gusta más ver tus ojos perdidos en él— respondió en un susurro. Fue inevitable no ahogarme con mi propia saliva cuando lo escuché decir aquello. Comencé a toser sin parar, de mis ojos salieron varias lágrimas y el oxígeno comenzó a hacerme falta. Fuyu me ayudó pasándome una botella de agua que traía en su mochila. Luego pregunto si necesitaba ayuda médica o algo parecido.
«Si él continúa diciendo esa clase de cosas; me veré en la obligación de asistir al cardiólogo con más frecuencia...»
Cuando logré recuperar parte de mi estabilidad decidí devolverle la botella a Fuyu, la rechazo con la excusa de que podría llegar a necesitarla en otro momento. Nos quedamos en silencio por unos segundos, viéndonos fijamente hasta que él decidió hablar nuevamente.
—¿Es normal que rasques demasiado tus mejillas o es nerviosismo?— Preguntó con cierta timidez en el tono de voz. Si no hubiera hecho esa pregunta posiblemente jamás me habría percatado de que lo había estado haciendo en ese momento y que solía hacerlo con más frecuencia de la que debía cuando me encontraba nervioso o estresado. Hoy ya lo había hecho al menos diez veces durante todo el día.
Fuyu y yo comenzamos a reír por la extraña situación y volvimos a caminar entre empujones y maldiciones hacia el otro.
«Tal vez puedo darle una oportunidad a esta amistad...»
☆•[ ... ]•☆
«La nostalgia y la soledad siempre estuvieron presentes en su voz y en sus ojos; dando un grito de ayuda que yo en mi ignorancia jamás logré escuchar».
«Sus palabras fueron las cuchillas que solían acariciar a sus muñecas. Sus ojos fueron el espejo que reflejaba aquel abrazo que nunca llegó a su corazón y sus pensamientos fueron la soga alrededor de su cuello que terminó silenciando todo rastro de dolor».
«Existen frases que aunque viven constantemente en la mente jamás llegan a la garganta; existen lágrimas que aunque hacen doler el pecho jamás llegan a los ojos».
«Si mis ojos no se hubieran cerrado por mi propio dolor, si mi garganta no se hubiera secado por mi falta de expresión, si mis oídos no se hubieran obstruido por la melodía del egoísmo y la confusión, y si mi corazón no hubiera estado roto por la presión de no sangrar de desamor, ¿Crees que te hubiera salvado la vida?».
—Y no olvides quitarte los zapatos antes de entrar —.
La voz calmada de Fuyu me trae devuelta a la realidad. No soy capaz de entender lo que ha dicho hasta que dejó de escribir y miró hacia arriba. Estábamos frente a una casa grande de color blanco, con varias ventanas y una puerta amplia de color negro.
—¿Escuchaste lo que dije? —preguntó, sonriendo.
—Lo siento, estaba anotando algunas ideas para un poema —me excusé con timidez, volví a guardar la libreta y el bolígrafo en mi mochila.
—Dije que mi familia no se encuentra en casa, puedes estar tranquilo —.
Le dije que estaba bien con eso, no obstante, cuando Fuyu abrió la puerta y procedió a cambiarse los zapatos por unos zori. Me invadió una amarga inseguridad que me hizo perderme en mis pensamientos y meditar algunos segundos. ¿Era correcto lo que hacía? Estaba por entrar en la casa de un chico que acaba de conocer, su familia estaba ausente, no tenía el permiso de mi familia y tampoco el de la suya, no éramos para nada cercanos. Eso se veía demasiado mal y extraño, al menos para mí.
Jamás había hecho algo parecido precisamente porque crecí con la fiel creencia de que mi hogar era una especie de templo que me mantenía seguro y que me brindaba el consuelo emocional que necesitaba cuando quería aislarme del mundo; Era mi deber cuidarlo y preservarlo. Por ese motivo no solía llevar a cualquier persona a casa. Porque para mí era algo demasiado intimo. Era permitirle a alguien conocer y adentrarse a una parte valiosa de mí. Era permitirle entrar en mi mundo; y para mí eso solo podía hacerlo con alguien que fuera realmente especial y confiable. Lo mismo solía pensar de ir a la casa de otra persona. No entendía en absoluto porque con Fuyu era diferente. Me sentía seguro con él aunque solo llevará algunas horas de conocerlo. Sentía como si lo conociera desde antes y esa era una sensación extraña.
—¿No quieres entrar?
—preguntó Fuyu confundido. Él se encontraba a un lado de la puerta para permitirme entrar.
—Estaba distraído, no es nada —Sin añadir nada más procedí a entrar también y a cambiarme los zapatos por unos zori que él amablemente me prestó.
—Veo que dudas demasiado —Dijo él riéndose y guiándonos a su habitación.
Fuyu no se equivocaba. Solía dudar de absolutamente todo, incluída mi propia existencia.