Aquellos

El hombre que espera en la esquina

Ahí está aquel joven que espera en la esquina. Normalmente me retiro antes de ver que espera, por lo tanto, no tengo idea de quién es y por qué, en caso de tener algún motivo o razón, espera en aquella esquina. Aquel joven que espera en la esquina lleva siempre una maleta de dos bolsillos oscura con dos iniciales bordadas con letra arábiga y algunos arabescos en hilo dorado: TR. Algunas veces la lleva retocada con betún negro, normalmente los lunes, aunque, contrario a todo lo que se esperaba, el viernes ya luce tan vieja como la semana anterior. 

El joven que espera en la esquina mira con cierta indiferencia a todo aquel que camina frente a él. Los observa por el rabillo del ojo y luego tuerce la mirada indiferente. Es un joven moreno, blanco como los óleos. El joven que espera en la esquina tiene unos bellos ojos verdes, que miran siempre hacía mi, siempre me apuntan como armas, como pistolero hacia la víctima, como cazador a bestia. 

Al inicio de la historia misteriosa que me creé sobre el joven que espera en la esquina, no solía ver hacía este lado de la calle. Apenas empecé a especular sobre él, lo vi mirando mientras yo lo miraba. Pensando quien sabe que de mi, mientras yo pienso que sé yo sobre él. El joven que espera en la esquina se mantiene inmutable, innerte esperando, y esperando bajo la lluvia y el sol, mientras yo solo lo miro, igual de innerte, indiferente a todo lo que me rodea, hasta saber que espera. 

Apenas llega mi hija me retiro a su lado de la escena. El joven sigue esperando y yo me voy con más intriga de la que tenía ya, el ruido desconcierta y solo con la sinfónica caída de la tierra sobre la piel me logro relajar, escondido en medio de la oscuridad, con uñas de mugre y sangre. El joven que espera en la esquina es tan guapo como un homicidio y tan provocativo como el suicidio más bárbaro imaginable, como una escena sádica y enfermiza que, aunque te produce repulsión, por más temor que nos cause ver la sangre pululando, emergiendo, naciendo del órgano, no puedes parar de ver. 

Aquel joven, TR, que espera con su maleta oscura de dos bolsillos, negra el lunes y gris en el viernes, en esa esquina me mira y me incita. Me espera, me llama y me provoca. Quiere que cruce y me postre a su lado. Que lo mire directamente a los ojos verdes y le sonría como si estuviera demente, directamente a los ojos. Aquel joven que espera en la esquina, es más que una ilusión para mí, es un joven de menos de la mitad de mi edad, pero me espera. Su maleta se va con mis zapatos al norte. 

Aquel joven que espera en la esquina que me espera, me invita a seguirlo por el pecado. Me invita a sus fauces, a sus cauces y a sus lagos. Me incita tocarlo, olerlo, saberlo y tenerlo. Poseer su ser en mi jaula y entre mis garras despedazarlo y reconstruirlo como mío. Eliminar de él a cada quien que ha tocado su alma, su ser y su ver. Aquel joven que espera en la esquina ya no espera como ayer.

Aquel joven que esperaba en la esquina me esperó por última vez. Me miró cuando crucé la calle, me miró cuando lo saludé y sonrió con tal devoción que, incluso cuando lo maté, evidenció la felicidad más grande de la vida. Porque el placer de ahogarse en las salivas de ambos, en las sangres de ambos, en medio del horror y del dolor, no te lo quita nadie.

Aquel joven que esperaba en la esquina ahora espera en la morgue. Mi hija espera en la esquina, sabe que pasó pero no lo dice, no lo habla, no lo ve porque no existe. Aquel joven que esperaba en la esquina, miraba con devoción niñas de un día caminar a mi lado. Nunca se repetía una. Aquel joven que esperaba en la esquina fue un complice con el que compartí la pasión más desenfrenada que me he permitido. Aquel joven que esperaba en la esquina miró mis debilidades, mis felicidades y mis escapes al horror de mi ser. Todo aquello firmó su muerte. Aquel joven que esperaba en la esquina, espera con una sonrisa. Y ahora yo espero en la misma esquina.

 Tengo su maleta oscura el lunes y gris el viernes, con las letras TR en hilo dorado. Con su corazón en el segundo bolsillo y el arma en el primero. Aun sangran los cueros cuando miro a la calle y me veo a mi mismo recogiendo a mi hija todos los días. Sabiendome ya de entreda, el final. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.