Aquí Estabas

Caelum x Ezra

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La tarde parecía interminable. Desde mi ventana, el cielo se teñía de un azul denso, casi metálico, y cada minuto que pasaba me arrancaba un suspiro cargado de impaciencia. Caminaba de un lado a otro de mi habitación como una fiera enjaulada, observando mi reflejo en el gran espejo de cuerpo entero que ocupaba la pared junto al tocador.

Mi reflejo me devolvía la mirada con esa mezcla de arrogancia y ansiedad que últimamente me era imposible ocultar. El cabello, perfectamente peinado hacia atrás con un ligero brillo; el traje oscuro, ajustado a la medida con una exactitud quirúrgica; la corbata, atada con la precisión de alguien que no se permite errores.

Ezra. Ese hombre. Esa pieza imprevista que ha entrado en mi tablero como si no necesitara invitación. No puedo negarlo: desde que estreché su mano he sentido una extraña vibración recorriendo mis nervios. Una parte de mí, orgullosa y mezquina, se niega a aceptarlo… pero otra, más silenciosa y peligrosa, lo reconoce: él tiene algo que me atrae y me perturba por igual.

¿Qué verá en mí cuando me observe esta noche? ¿Verá al médico brillante, al hombre impecable que todos respetan, o notará las grietas de esta fachada que con tanto esmero construyo? No… no puedo permitirlo. Ezra debe verme perfecto. Él debe reconocer que está ante alguien superior, alguien que no se quiebra, alguien que controla el escenario. Porque si flaqueo, si siquiera dejo ver un resquicio, perderé. Y yo no pierdo. Nunca.

Me acerqué al espejo, acomodando el nudo de mi corbata una y otra vez, hasta que la tensión en mis dedos comenzó a doler.

Me separé un paso y volví a mirarme de pies a cabeza. Sonreí, aunque la sonrisa se sentía forzada, como si hubiera sido esculpida sobre mi rostro con cincel.

Un sonido distante me interrumpió. El crujido de ruedas sobre adoquines. El golpeteo de cascos de caballo contra la piedra húmeda de la calle. Un carruaje se acercaba.

El corazón me dio un vuelco, tan violento que tuve que sujetar el borde de la ventana. Corrí la cortina y vi, bajo la luz mortecina de las farolas, cómo un carruaje elegante se detenía frente a mi residencia.

La puerta se abrió con suavidad, y de él descendió la figura que había esperado con tanta obsesión: Ezra.

Alto, erguido, con el porte natural de un hombre que ha enfrentado tormentas en alta mar y que, aun retirado, no ha perdido la autoridad de cada uno de sus movimientos.

Me quedé unos segundos demasiado quieto, casi como si contemplar esa silueta pudiera grabarse en mi memoria. Luego reaccioné: debía salir.

Tomé aire, avancé con pasos medidos por el pasillo y descendí la escalinata hasta el portón principal.

Cuando abrí la puerta, Ezra ya estaba allí, sonriéndome con esa calidez que parecía tan natural en él.

—Buenas noches, Caelum —dijo, inclinando ligeramente la cabeza. Luego, como un caballero de manual, extendió su mano hacia mí para ayudarme a subir al carruaje.

Por un segundo estuve tentado a aceptarla de inmediato, pero mi orgullo habló antes que yo.

—Ser tan cortés no es necesario —dije con tono firme, aunque por dentro mi pulso se desbocaba—. Puedo subir por mí mismo.

Ezra rió suavemente, sin ofenderse.

—Como guste. Pero la cortesía nunca sobra.

Subí, intentando mantener la compostura, y me acomodé en el asiento tapizado de terciopelo oscuro. Ezra me siguió y el carruaje comenzó a avanzar.

El sonido de las ruedas sobre la calle, el balanceo suave y el aroma a cuero viejo llenaban el espacio reducido. Yo me sentía atrapado, demasiado consciente de la cercanía de Ezra.

El plan, Caelum, recuerda el plan. Esta noche no puedes permitir que la improvisación te arrastre. Cada detalle debe servir para inclinar la balanza a tu favor. Ezra no debe tener una buena impresión de ella. Debe verla como algo trivial, insípido, alguien incapaz de estar a su altura. Si logro que lo perciba así, su curiosidad se desvanecerá antes de transformarse en algo más.

Y mi secretaria… sí, ella debe brillar. Ezra debe fijarse en su porte, en su elegancia, en esa educación impecable que la hace destacar entre las demás. Si todo sale bien, no solo lo alejaré de mi ex, sino que además lo ataré a un terreno donde yo controlo cada movimiento.

¿Y lo mejor de todo? Veré el rostro de mi ex retorcerse cuando note que ha perdido. Que mientras ella me rechazó, yo fui capaz de atraer al mismo hombre que la había intrigado. Esa será mi victoria más dulce, mi revancha definitiva. Sí… este es el tablero y yo soy el jugador que dicta las reglas.

Mientras repasaba mi estrategia en silencio, no me di cuenta de que Ezra me observaba con atención. Cuando notó mi concentración extrema, soltó una risa baja.

—Se ve muy concentrado, Caelum —comentó, divertido.

El sobresalto me obligó a reaccionar con torpeza. Mis palabras se atropellaron, saliendo sin filtro:

—Ah, no, nada… solo pensaba en… en que seguramente esta noche conocerá a mucha gente. Caballeros influyentes, damas distinguidas, familias importantes… usted sabrá moverse, por supuesto, aunque si necesita una presentación, yo… yo me encargaré.

Ezra arqueó una ceja, curioso, y su sonrisa se amplió un poco.

—Lo aprecio. Aunque, con su ayuda, estoy seguro de que me sentiré en casa enseguida.

Mi garganta se secó. Había hablado demasiado, había mostrado nervios. Maldita sea.

El carruaje siguió avanzando hacia la mansión donde se celebraba la fiesta de compromiso, y yo me recosté contra el asiento, apretando los puños sobre las rodillas.

Controla la lengua, Caelum, contrólala. Pareces un niño balbuceando excusas frente a un maestro severo. Así no se gana. Ezra lo notó, estoy seguro; lo vi en sus ojos, esa chispa de curiosidad que tanto temo como ansío. Él se pregunta qué escondo, y quizá eso sea una ventaja. Sí… tal vez mi nerviosismo sea la carnada perfecta. Pero debo jugar con cuidado: un movimiento en falso y toda mi estrategia se desploma.



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En el texto hay: romance, lgbt, chico x chico

Editado: 30.08.2025

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