Aquí Estabas

Draven x Aerion

::

El suelo de mi oficina estaba frío, áspero contra mi mejilla, pero no me moví. Llevaba horas ahí, recostado boca arriba, observando el techo como si entre las vetas de madera pudiera encontrar una respuesta que jamás había querido formular. A un lado, mis libros abiertos eran como viejos amigos que me habían abandonado en silencio. No había fuerza en mí para leer, ni para pensar.

Solo para mirar mi reloj de bolsillo.

Una y otra vez lo abría, escuchando el chasquido metálico de la tapa, observando las manecillas, cerrándolo, volviendo a abrirlo. Tic, tac. Tic, tac. Cada segundo era una aguja que se me clavaba bajo la piel. ¿Por qué esperaba algo? ¿Por qué contaba los minutos como si aguardara una cita que nunca acepté?

Respiré hondo, cerrando los ojos.

Maldito seas, Draven. No quiero estar pendiente de ti. No quiero que tu sombra se meta en mis pensamientos, ni que tu voz siga retumbando en mi cabeza como un eco imposible de apagar. Pero aquí estoy, mirando un reloj como si fuese una brújula que apunta a ti. Tres días, Aerion. Tres días desde que gritaste que no serías su muñeco, y sin embargo el silencio pesa más que sus órdenes. ¿Qué diablos esperas? ¿Que irrumpa otra vez, que te cargue en brazos, que todos se rían de ti? ¿O esperas… que venga porque lo elige? Ridículo. Eres ridículo. Y débil. Demasiado débil para admitir que lo necesitas.

El chasquido del reloj sonó una vez más. Lo apreté con fuerza en mi puño, como si pudiera aplastar con él la ansiedad que me corroía.

De un salto torpe, me puse de pie. Sentí que mis piernas temblaban, pero las obligué a avanzar. Abrí la puerta con brusquedad. El aire del pasillo me golpeó el rostro, más fresco que el encierro de mi oficina. Caminé, rápido, sin pensar, con la respiración entrecortada.

Los caballeros que encontré en el corredor me dedicaron sonrisas y saludos burlones.

—¡Ah, miren! La princesa de Draven salió de su torre. —¿Vas a buscar a tu caballero otra vez?

Las risas me persiguieron como dagas.

—¡Malditos sean todos! —escupí entre dientes, bajando la cabeza mientras aceleraba el paso.

Me odian. Se ríen de mí. Cada palabra suya me hiere más que el golpe de una espada. ¿Por qué sigo caminando, entonces? ¿Por qué no regreso a mi oficina, a mi santuario de papel y silencio? Porque quiero verlo. No. No digas eso. No lo admitas. No puedes necesitarlo. Tú eres Aerion, el que no se rinde ante su padre, el que no obedece más que su propia voluntad. ¿Y ahora corres como un perro detrás de la sombra de Draven? Ridículo. Más ridículo aún que dejarte cargar en brazos día tras día. Y aun así, mis pasos no se detienen.

El murmullo de la arena y el choque de espadas se escuchó antes de llegar. El campo de entrenamiento estaba lleno como siempre: cuerpos sudorosos, voces de mando, espadas que se cruzaban bajo el sol que castigaba sin compasión.

Busqué con la mirada, recorriendo cada rincón. El corazón me golpeaba el pecho con fuerza.

—¿Dónde está Draven? —pregunté, con una voz que sonó más desesperada de lo que hubiera querido.

Algunos soldados me miraron de arriba abajo, con la misma malicia de siempre.

—¿Tu caballero? —rió uno—. Está ocupado. —Lo revisa el doctor. —añadió otro, con un tono que de pronto borró todas las sonrisas de mi rostro.

—¿El doctor…? —pregunté, con un hilo de voz.

—Nada grave. Una herida en la mano. Ya sabes, hasta los mejores sangran.

Mis piernas comenzaron a moverse antes de que mi mente lo procesara. Avancé, salí del campo casi corriendo.

¿Herido? No puede ser. Es Draven. Es la montaña que nunca cae, la sonrisa que nunca se apaga. Si incluso él sangra, entonces… entonces el mundo está mal. ¿Por qué me importa tanto? ¿Por qué siento este vacío en el estómago, este nudo en la garganta? No debería importarme. No debería. Pero la sola idea de que esté postrado en una cama me quema más que el sol. Idiota, Aerion. Estás corriendo hacia él como si tu vida dependiera de ello. Y lo peor es que ni siquiera entiendes por qué.

El pasillo hacia los dormitorios estaba en silencio, un silencio casi religioso. Mi respiración parecía demasiado fuerte, mis botas demasiado ruidosas. Llegué frente a la puerta donde el doctor solía atender a los soldados heridos.

Me detuve. No pude entrar.

Mis manos temblaban, mi pecho subía y bajaba como si hubiera corrido kilómetros. La cobardía me anclaba al suelo. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué hacía yo allí?

El doctor salió entonces, con gesto cansado, cerrando la puerta a medio paso. Me miró de reojo y asintió. —Puedes pasar. No es nada grave.

Tragué saliva. Mis pies se movieron por sí solos. Crucé el umbral.

Y allí estaba.

Draven, sentado en la cama, con la mano derecha vendada. El resto de su cuerpo parecía intacto, pero verlo así… quieto, sin espada, sin esa energía que siempre irradiaba… me heló por dentro.

Él levantó la mirada y me vio. Su sorpresa fue genuina, pero lo disfrazó con una sonrisa burlona.

—Vaya, vaya… —rió—. La princesa vino por su cuenta otra vez.

Mi corazón se detuvo.

El aire me faltó. El pecho se cerró como si me hubieran clavado una daga invisible.

No puedo respirar. Maldición, no puedo. Todo se mezcla en mi cabeza: la rabia, el miedo, la vergüenza. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me importa tanto verlo con una venda en la mano? Me mira y sonríe, como si nada, como si mi mundo no estuviera derrumbándose en silencio. Esa sonrisa suya me da vida y me mata al mismo tiempo. Quiero gritar. Quiero huir. Quiero golpearlo. Quiero… abrazarlo. Maldito seas, Draven. Me estás arrancando de mí mismo.

Él se levantó despacio, acercándose. Cada paso suyo me hundía más en el pánico. Mis labios se movieron antes de que pudiera detenerlos.

—¡Idiota! ¡Estúpido! ¡Grandísimo imbécil! —grité, con la voz quebrada—. ¡Por tu culpa estoy aquí, preocupándome por nada! ¡Maldito seas por hacerme sentir así! ¡Eres un bruto, un insensible, un monstruo!



#4856 en Novela romántica
#1239 en Fantasía

En el texto hay: romance, lgbt, chico x chico

Editado: 30.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.