Aquí Estabas

Draven x Aerion

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El eco de las alarmas aún vibraba en mis oídos cuando lo escuché. La voz de Draven. Grave, firme, como siempre… pero esta vez, con un matiz de hierro que me caló hasta los huesos.

—Aerion, quédate aquí. —No fue una petición. Fue una orden.

Sus ojos se posaron en mí con esa mezcla insoportable de autoridad y cuidado. Su cuerpo erguido, aunque la venda en su mano derecha y el ligero temblor de su brazo delataban la herida reciente. Yo lo vi. Yo lo sabía. Y sin embargo, él se atrevía a ordenarme como si yo fuera una pieza débil de cristal a resguardar.

Me quedé en silencio unos segundos, intentando contener el ardor en mi pecho. Pero no pude. Nunca he sido bueno guardando lo que me consume por dentro.

—No. —mi voz salió baja, áspera, casi temblorosa por la rabia—. Si me quedo, tú también te quedas.

Él frunció el ceño, con esa paciencia que siempre me resulta insultante.

—Aerion, esto no es un juego. Ellos pueden estar tras de ti, o tras de tu padre. Eres un blanco.

Me puse de pie de golpe, el corazón golpeando con tanta fuerza que me mareé un instante.

—¿Y tú crees que voy a quedarme quieto, como un objeto inútil, mientras tú sales herido a enfrentar lo que sea que nos espera? ¡Olvídalo! —Lo señalé con el dedo, la ira encendiéndose como brasas en mi garganta—. Si yo me quedo, te quedas conmigo. Y si decides salir, entonces salimos los dos.

Demonios. ¿Por qué me enoja tanto? ¿Por qué cada palabra suya me atraviesa como una lanza que no puedo esquivar? No soporto ese aire protector suyo, esa manera de verme como alguien que necesita ser resguardado, como si yo fuera un niño que aún no sabe sostener una pluma. ¡Soy más que eso! He leído más de lo que cualquiera en este maldito castillo podría soñar, y aun así me trata como si fuera apenas una sombra. Pero… ¿y si en verdad tiene razón? Él está herido. Y aun así me mira con esos ojos, como si yo fuera el que necesitara protección. Como si sus músculos y su experiencia fueran un muro impenetrable, y yo… apenas un aprendiz jugando a caballero. Maldita sea. No sé qué odio más: que me mire con lástima o que parte de mí desee quedarme detrás de él.

Draven abrió la boca para replicar, pero entonces un tercero irrumpió. Un caballero, jadeante, el mismo que había traído la noticia del ataque.

—Si van a seguir con sus peleas matrimoniales, les ruego que las dejen para después. —soltó sin aire, con la cara perlada de sudor—. No estamos en un drama de salón, maldita sea, estamos en un ataque.

Mis mejillas ardieron de furia. —¿¡Qué has dicho!? —estuve a punto de abalanzarme sobre él, pero Draven levantó la mano.

Y para mi sorpresa, se rió.

—Escuchaste, Aerion. —su sonrisa tenía esa chispa que me sacaba de quicio—. “Peleas matrimoniales”. Supongo que no es la primera vez que alguien lo piensa.

Me hervía la sangre.

—¡Cállate!

¿Por qué tiene que hacerme esto? ¿Por qué, incluso en medio de la tensión, tiene que reírse? Es como si el mundo entero estuviera colapsando y él siempre encontrara espacio para su insolente alegría. Y lo peor es que esa sonrisa suya logra lo impensable: quiebra mis muros. Me desarma. Me hace sentir ridículo, pequeño. Y yo… no puedo permitirlo. No quiero que me vea como alguien débil que necesita su compasión. Prefiero que me odie antes que me trate con esa mezcla de cariño y burla. Porque si me acostumbro a eso, si me permito caer en esa calidez, temo que nunca más pueda salir de ella.

Draven dejó de sonreír y se inclinó hacia mí, sus ojos brillando con seriedad esta vez.

—Aerion. Escucha bien lo que voy a decir. —Su voz descendió, firme, sin posibilidad de réplica—. No importa lo que suceda, vas a quedarte a mi lado.

Lo miré, confundido. —¿Qué…?

—Lo que escuchaste. —alzó su mano herida, apretando con fuerza la empuñadura de su espada—. No pienso apartarte de mí, pero tampoco voy a dejar que te adelantes ni un paso. Te quiero aquí, conmigo, donde pueda verte.

Mis labios se movieron antes de que pudiera pensar. —No planeaba hacer lo contrario.

Su sorpresa fue breve, un pestañeo apenas. Yo continué, la rabia aún escociendo en mi lengua:

—Tú eres el herido. Así que… —tragando el nudo en mi garganta, lo miré de frente—. Soy yo quien debe protegerte esta vez.

Qué estúpido suena al decirlo en voz alta. ¿Cómo podría yo, con mis brazos flacos y mi torpeza, proteger a alguien como Draven? Un hombre que parece hecho de acero y sol. Un caballero que arrastra con él la admiración de todos. Y sin embargo… lo dije. Lo dije porque no soporto verlo sangrar, no soporto la idea de que él lleve siempre la carga. Porque aunque el mundo me llame ratón de biblioteca, yo no soy un ratón. Yo… soy un hombre. Y los hombres que callan su miedo mueren ahogados en él. No quiero morir así. Si mi destino es ser atravesado en esta guerra absurda, que sea a su lado. No detrás.

Los caballos relinchaban en el patio. El aire olía a humo y hierro. Avanzamos con rapidez, Draven al frente, yo apenas un paso detrás. Cada sombra entre los muros parecía ocultar una amenaza, cada esquina una emboscada.

Los primeros bandidos surgieron como perros hambrientos, armados con cuchillos y hachas oxidadas. Draven los enfrentó sin dudar, incluso con la mano vendada. Yo apenas tuve tiempo de retroceder cuando la sangre salpicó la tierra.

Él se movía como un río imparable, la espada danzando en un vaivén que partía y apartaba. Yo lo miraba, conteniendo el aliento, con los dedos crispados sobre mi daga sin atreverme aún a usarla.

Uno de ellos intentó flanquearnos.

Y yo, contra todo instinto, avancé.

Hundí mi daga en su costado, la sentí atravesar carne y hueso, sentí el calor de la sangre en mi mano. Y en ese instante mi estómago se revolvió.

Pero Draven giró la cabeza, sus ojos encontrando los míos.

—Bien. —dijo, corto, firme. Y volvió al combate.

Maté a un hombre. No sé su nombre, no sé su historia. Solo sé que quiso herirme. Y yo, como un reflejo, lo detuve. Quiero vomitar. Quiero lavarme las manos hasta arrancarme la piel. Pero más fuerte que eso, mucho más, es la voz en mi cabeza que grita: “Lo lograste”. Draven me miró. Y dijo “Bien”. Por primera vez en mi vida, ese hombre me vio no como un estorbo, no como una carga… sino como alguien capaz de pelear. Y esa chispa, esa mirada, es un fuego que no quiero apagar jamás.



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En el texto hay: romance, lgbt, chico x chico

Editado: 30.08.2025

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