Aquí Estabas

Noah x Brom

::

No recuerdo exactamente quién lanzó el primer golpe. Solo sé que, de pronto, estaba en el suelo, rodando entre sillas caídas, con los nudillos ardiendo y la sangre corriéndome por la boca. El corpulento me había golpeado, pero yo también había acertado un buen derechazo en su mandíbula.

—¡Basta! —la voz de Brom resonó fuerte, casi como una orden militar.

Pero nadie le hizo caso. El vino en mi cuerpo me pedía pelear, descargar toda mi rabia contra ese desconocido que había tenido la desgracia de provocarme.

Un segundo golpe me hizo tambalear, y cuando iba a responder, sentí de nuevo las manos de Brom, esta vez sujetándome con fuerza por detrás.

—¡Suficiente, Noah!

—¡Suéltame, maldito muñcote de porcelana! —espeté, pataleando como un niño caprichoso.

Él no me soltó. Con una fuerza que no le suponía, me levantó casi a la rastra y me arrastró fuera del salón, mientras yo seguía maldiciendo a medio mundo.

Los murmullos, las risas y algunos aplausos quedaron atrás cuando cruzamos la puerta hacia el aire fresco de la calle.

¿Por qué siempre termino así? ¿Por qué siempre acabo siendo el tonto que se mete en peleas absurdas? Tal vez porque en mi interior sigo buscando un enemigo tangible al que golpear, alguien que encarne todo lo que me frustra. Es más fácil lanzar un puñetazo que admitir que tengo miedo de perder lo que amo. Brom no lo entiende… o quizás sí lo entiende y por eso me saca de aquí a la fuerza. Maldición, ¿qué sería de mí si él no apareciera en los peores momentos? No lo admitiré jamás en voz alta, pero lo necesito. Y esa idea me enfurece aún más.

El carruaje de Brom nos esperaba. Él prácticamente me arrojó dentro, cerrando la puerta detrás de sí.

—¿Qué haría sin ti? —murmuré con sarcasmo, recostándome en el asiento, medio adormilado por el alcohol.

—Seguramente estarías muerto o preso —respondió él sin inmutarse.

—Qué optimista eres.

—No. Qué realista.

Me reí, aunque más parecía un jadeo entrecortado. El mundo giraba un poco, y yo dejé que el vaivén del carruaje me arrullara. Brom, como siempre, permaneció sentado con la espalda recta, mirándome de reojo con una mezcla de fastidio y… ¿era eso preocupación?

No lo sabría decir.

El carruaje se detuvo frente a la entrada principal. La brisa nocturna había enfriado el aire, pero mi cuerpo ardía con el calor del alcohol. Brom bajó primero, y luego regresó a abrir la puerta con esa elegancia irritante que parecía innata en él.

—Arriba, borracho.

—¿Qué haría yo sin tu cortesía…? —balbuceé, intentando salir, pero mis piernas decidieron ignorar cualquier orden. Tropecé con el primer escalón del carruaje y caí de bruces contra Brom.

Él soltó un suspiro de resignación.

—Eres un desastre.

Antes de que pudiera replicar, me levantó con sorprendente facilidad, cargándome como si fuera un saco de patatas.

—¡Oye! —me quejé, golpeándole el hombro con el puño cerrado—. ¡Bájame!

—¿Para qué? ¿Para verte arrastrarte por el suelo como un gusano?

—¡Sería más digno que esto!

—Lo dudo.

Y con eso, avanzó con pasos firmes por el vestíbulo de la mansión. Los sirvientes lo miraban con disimulo, conteniendo la risa. Yo, colgando de su hombro, me sentía humillado.

Maldito Brom. Siempre tiene que venir a rescatarme, siempre con esa actitud de superioridad que me saca de quicio. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué sigue soportándome? Cualquier otro ya me habría dado la espalda hace tiempo. Pero él no. Y lo peor es que no puedo entender si lo hace por amistad, por lástima, o simplemente porque le gusta hacerme quedar como un idiota. ¿Por qué no puedo… confiar? ¿Por qué cada gesto de los demás me parece una trampa? Tal vez porque si confío, entonces alguien tendrá el poder de herirme. Y no pienso darle a nadie ese poder… ni siquiera a él.

Al llegar a mis aposentos, me dejó caer de golpe en un sillón. Yo protesté, pero mi cuerpo estaba demasiado pesado para moverme.

—Quédate quieto —ordenó él.

Yo cerré los ojos, dispuesto a dormir allí mismo, cuando de repente sentí el agua fría empapándome la cara.

—¡¡¡AHHH!!! —me levanté de un salto, jadeando, con el cabello goteando y la ropa mojada—. ¿¡Qué demonios haces!?

Brom sostenía una jarra vacía con absoluta calma.

—Lo evidente: devolverte al mundo de los vivos.

—¡Estás loco!

—No. Estoy harto de cargarte como a un muerto.

Me pasé las manos por el rostro, escupiendo agua.

—¡Maldito seas, Brom! ¡Algún día me las vas a pagar!

Él sonrió apenas, con esa sonrisa leve que más parecía un desafío.

—Lo dudo. Siempre terminas debiéndome favores.

Lo fulminé con la mirada, aunque por dentro sabía que tenía razón.

—No entiendo por qué sigues viniendo cada vez que me meto en líos —le espeté, aún temblando de frío.

—Porque si no lo hiciera, tú ya estarías muerto —respondió él, acomodándose los puños de la camisa.

—¡Tsk! Siempre con tus aires de héroe. ¿Quieres una medalla o qué?

—No. Quiero paz, y tú no sabes darla.

Solté una carcajada amarga.

—Y tú no sabes divertirte.

—Si por “diversión” entiendes terminar sangrando en el suelo de un club, entonces prefiero seguir aburrido.

Le saqué la lengua como un niño, lo cual solo provocó que alzara una ceja con desdén. Esa era nuestra dinámica: insultos disfrazados de conversación, golpes de sarcasmo que, de algún modo, sostenían nuestra amistad más que cualquier gesto amable.

La noche ya había caído por completo cuando alguien golpeó la puerta. El mayordomo apareció, con la postura impecable de siempre.

—Señor Noah —dijo con voz solemne—. Ha llegado una carta dirigida a su hermana.

Mis ojos, todavía enrojecidos por el alcohol y la furia, se abrieron de par en par.

—¿Una carta? ¿Para ella? —me adelanté antes de que pudiera entregar el sobre.

Lo tomé con brusquedad, ignorando la protesta del mayordomo. Miré el sello, y mi corazón se detuvo por un segundo.



#5040 en Novela romántica
#1295 en Fantasía

En el texto hay: romance, lgbt, chico x chico

Editado: 30.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.