La música fuerte y aturdidora hace que Peter se estremezca. Su mirada se desliza por las superficies del taller que no parecen haber estado en el ojo de un huracán.
No eran muchas.
Tony está sentado en el fondo de todo aquel desastre. Su silueta, medio derrumbada sobre el borde de la banqueta, medio extendida a lo largo del mesón de trabajo, descansa con una botella en la mano. El contenido apenas se ve: uno o dos dedos. Imagina que hace una hora, cuando F.R.I.D.A.Y. le envió la alerta, la cantidad era diferente.
La urgencia de llamar a alguien punza en la parte posterior de su mente. Se dice de muchas formas que aquello es lo correcto. Que es chico y que no tiene las herramientas para solucionar aquel desastre.
No lo hace.
No puede hacerlo porque ya había visto la preocupación nublar la vista de Happy, la desaprobación en los penetrantes ojos de Rhodes y la frustración en el azul de los de Pepper. Sabía que llamarlos implicaría meter en problemas a Tony. Sabía que contarles el estado del taller, de su mentor y la casa en general, sería el equivalente a delatarlo.
—¿F.R.I.D.A.Y. puedes apagar la música? —carraspea mirando en todas las direcciones.
—Enseguida, Peter.
—Hum, gracias.
La música se corta de golpe y Peter suspira sintiéndose inmediatamente más dueño del lugar.
—¿Quieres que llame a alguien?
Peter vacila. Mira a lo lejos la figura desgarbada sobre el mesón.
—De momento lo tengo bajo control pero… por si acaso, mantén a Happy en el marcado rápido.
—Con gusto.
No es que sienta la presencia física de la IA, o que eso siquiera fuera una opción, pero se siente algo reconfortado con sus ojos metafóricos vigilando.
Retoma la marcha y se frena un par de veces. No tiene idea por dónde empezar, esa siempre es la parte más difícil de decidir. ¿Y si alguien venía? ¿Qué era peor, dejarles ver el estado de Tony o el de la casa? ¿Lo llevaba al cuarto? ¿Lo metía en la ducha? ¿Lo dejaba quieto donde estaba y limpiaba el tiradero de cosas?
El dolor perpetuo en su cabeza palpita evaluando el panorama. Una parte de él odia todo aquello, otra dolía. Ambas agradecían que F.R.I.D.A.Y. hubiera sido lo suficientemente sabia y autónoma para saber que debía llamarlo a él y no a los demás.
Algo de todo ese cuadro tiene que cambiar. Eso lo tiene muy en claro. Ya tenía un par de días leyendo páginas sobre apoyo para… adictos. Se sintió culpable de solo buscarlo con esas palabras, pero ese era su mentor. La primera vez que Peter lo vio servirse un whisky pensó que era un hombre refinado, cool y elegante. Bastó ver el primer episodio de real decadencia para corregir esa idea romántica del alcohol.
Ya habían pasado dos años. Casi tres, y Tony aún tenía episodios. Se suponía que no tan seguidos, ni tan intensos. Se suponía. Peter escondía la mitad. Happy no era tonto, sospechaba de él; pero no lo interrogaba al respecto. No indagaba como iban las reuniones que Tony y él tenían en la sede, pese a que siempre lo miraba de aquella forma lenta y deliberada, dejándole en claro que sabía que Peter tenía un secreto.
Sacude su cabeza y decide empezar por la parte fácil: ordenar. Desliza la mochila y chaqueta fuera de sus brazos y las hace un pequeño bollo que acomoda en uno de los mesones. Recoge las banquetas derrumbadas, las acomoda bajo las mesas metálicas y prosigue ordenando las mismas. Acomoda las herramientas donde F.R.I.D.A.Y. le va indicando y estudia los distintos proyectos con ojos soñadores. Le encantaría llegar al momento de su vida donde esa fuera su realidad. Estar en el taller, creando, construyendo…
Le toma una larga hora, pero acomoda todo lo suficientemente bien como para que si una visita repentina llegara, pensara que Tony solo se lanzó a tomar y ya. No verían el huracán de odio y dolor que dejó a su paso.
Hecho eso, Peter se dirige al hombre que ronca entrecortadamente en la silla. Lo mira desde todos los ángulos, buscando rastros de sangre. La última vez que Peter tuvo que resignarse a llamar a por refuerzos había sido cuando Tony se abrió la mano con un trozo de cristal. La herida no paraba de sangrar. Peter intentó limpiarla, intentó contener el desastre, pero cuando la sangre no paró de escurrirse por su ropa, se resignó y con impotencia marcó el número del jefe de seguridad de su mentor y esperó apretando la herida con un paño sucio que alguna vez fue su bufanda.
Happy intentó explicarle por qué Tony seguía haciendo esas cosas, pero Peter sabía lo suficiente de la vida como para entender de dónde venían los comportamientos autodestructivos de su mentor. Tony se sentía tan culpable como víctima. Odiaba odiar y le frustraba extrañar. Peter no lo excusaba. Todos cometían errores, algunos más que otros. Quizá cuando tenía quince años le era más fácil ver a su mentor como una víctima de sus circunstancias. Pero Peter ya no era ese niño. Peter ya estaba cerca de cumplir los dieciocho y sabía que uno podía entregarse a la furia o pelear contra ella y salir adelante.
Mantenerse en ese estado era una decisión de Tony, así a él no le gustara reconocerlo.
Tampoco lo juzgaba. Tony no parecía tener las bases que cualquiera necesitaba para aprender a tragar, aceptar e intentar ser mejor. Se notaba a leguas que esa parte de la enseñanza alguien se la salteó.