—Lo juro, Tony.
Un delicioso espasmo de placer lo recorre al oírlo. Mucho mejor que en sus sueños. Mucho más peligroso. Intenta controlar el impulso de enderezarse. Declina la idea de cogerle el rostro y pedirle que lo repita contra sus labios. No le hará ningún favor a ninguno de los dos el hacerlo.
Se intenta dormir, pero ya no se siente tan mal, ya no le duele tanto la cabeza ni el estómago. El dragón que había estado escupiendo fuego en su pecho se había calmado y lo único que le quedaba era el cuerpo sentado a su lado, respirando de manera pausa y desigual.
Cada fibra de él le dice que lo eche, que lo incite a escapar mientras pueda. Pero Tony no es, ni de casualidad, tan abnegado. Se gira un poco, espera la reacción, pero la mano de Peter, desde hace un rato quita pese a seguir aún los dedos enredados en su cabello, cae.
Sabiendo que tarde que temprano tendrá que levantarse, Tony abre los ojos y se queda muy quieto viendo a Peter dormir. Estaba sentado, con el codo clavado en la rodilla, y la mano sosteniendo su cabeza. Que inmunes a toda norma de decoro eran los jóvenes. Qué soberbia tenían para mandar a joder al mundo y dormir de cualquiera manera, sin tener que pensar en la pila de músculos doloridos que les depararía el día siguiente.
Con un suspiro compasivo estira la mano y enreda sus dedos con los del chico. Se da unos cuantos segundos (quizá minutos, Tony era un idiota cliché cuando se enamoraba) mirando la unión de sus manos. Benditos todos los santos. Enamorado. Aquello era como lanzar una moneda al aire y esperar a ver qué tipo de desastre natural se vendría en consecuencia.
Como sabe que ningún tiempo viendo como encajan sus manos bastará, Tony corta el momento tirando suavemente la mano. Peter farfulla algo, pero no separa los párpados hasta que Tony imprime más fuerza en el siguiente jalón y lo lanza más hacia delante.
No es premeditado, solo es idiota. Peter medio dormido y desorientado ve en todas direcciones y Tony con los ojos cerrados cuál inocente paloma, gira en la cama. El tiempo se ralentiza en lo que Peter capta la indirecta. Se tiene que valer del sonido de su respiración para saber qué es lo que piensa. La oye saltar suavemente, de seguro percatándose al fin de lo que se le ofreció.
¿Pensará que fue apropósito? ¿Creerá que solo estaba dormido y no se dio cuenta de lo que hizo al girar de determinada manera? ¿Se habrá preguntado en qué momento Tony le cogió la mano y la atrapó dentro de la suya? ¿Notaría como el pulso le iba loco y desesperado? ¿Desearía que Tony pare con el juego del mentor y alumno de una vez y les dé a ambos lo que más anhelan?
Nada en sus sonidos indica que surca su mente, pero el peso de la cama cambia cuando se levanta. Lo más inteligente es irse. Despegar las manos que aún tenían enganchadas y huir. Pero Peter es un chico con inteligencia emocional promedio, así que se tendrá que limitar a esperar y ver.
Le prometió que estaría allí cuando despierte, algo que rompe el esquema que siempre habían trazado para aquella pantomima, sí; pero nada en esa promesa implicaba que se tumbaria a su lado. Tony vio el deseo, más crudo, más real que nunca cuando juntó sus rostros. Peter deseaba hacerlo y la forma en la que titubea al abrir la cama para él lo confirmaba. No tanto como lo rápido que huía cada que Tony se acostaba luego de la ducha, también cierto. Estaba seguro que lo deseaba, pero desear algo y al final hacerlo eran dos cosas diametralmente opuestas. Cómo también sabía.
Un ruido hueco retumba desde el suelo hacia arriba y Tony siente como la mano de Peter se desliza soltando su agarre. Acto seguido, antes de que la presión de su sabia huida lo alcance a lastimar, la cama vuelve a mecerse cuando más peso, y mejor distribuido, cae. No intenta abrazarlo o acurrucarse contra él. Se tiende boca arriba, con el brazo que debería tocar su cuerpo, flexionado y lejos. Como no ve, no sabe si lo acomodó bajo su cabeza o sobre su pecho, pero no está donde Tony lo hubiera preferido: rodeando su cintura, como cuando lo arrastra ebrio por su casa.
Su presencia se percibe con la misma claridad que percibirías un misil nuclear recostado a tu lado: letal ingeniería de la más alta calidad; concebida con el poder para arrasar el mundo que habitaba. Eso era Peter para él: un arma calibrada para destrozarle el buen criterio y la cordura. Y dio justo en el blanco de la diana de su vida.
La respiración entrecortada y tensa tarda en calmarse. No necesita preguntar o verlo para saber que está atravesando un maldito ataque de pánico. Tony se queda todo lo quieto que puede, casi sin respirar. El aire crepita tenso y lleno de todo lo prohibido. Cada célula en su cuerpo está atenta y pendiente del cuerpo junto a él. Aprieta con firmeza los ojos y agradece estar dándole la espalda, porque no hay forma alguna de que pueda esconder como el deseo le crispa el rostro.
Sus respiraciones se acompañan hasta que la de Peter se rinde y al cabo de lo que se siente como cien vidas, se duerme.
¿Soñará con él? Diablos, espera que no; pero sabe que sí. Lo sabe porque Peter no era tan bueno en esconder aquella mierda mala y retorcida entre ellos.
Tony tenía más experiencia en esa área. Solo por eso era bueno. Más años agonizando. La tenía desde que, antes de cumplir los diecisiete, Peter lo atacó en el taller.
Por esa época Tony aún intentaba ser un buen mentor, un buen ejemplo. Ayudar, enseñar, dar, compartir y todas esas cosas. Lidiaba como podía con el dolor, a veces fracasaba, pero había empezado a mejorar. Lentamente, pero mejorando. Hasta el día en el que Peter en su taller, con el traje puesto y demasiadas ideas lo arruinaron todo.