Tarde de cine
—¿Y esto dónde, mamá?– pregunté sosteniendo una serie de platos con frituras.
—Encima de la mesa, —dijo señalando la mesa en frente de la televisión—, para que puedan agarrar –contestó, ella era la más emocionada de todos.
Pasa que hace tiempo empecé a salir con alguien. Decidí contarle esto a mi madre, pues es hasta cierto punto mi mejor amiga —aunque claro, no todas las cosas que me pasan le cuento—, la idea de que estuviera con alguien de mi misma escuela le entusiasmo tanto que decidió hacer una reunión entre amigos e invitarla para conocerla.
TIN, TIN.
Y ahí estaban. Sofía fue la primera en llegar.
Creía que era la más alta, aunque claramente no fuera el caso. Tan solo contaba con sus poderosísimos 1.68 mientras que yo medía diez centímetros más. Su pelo le llegaba arriba de los hombros, y decoraba sus orejas con unos enormes aretes en forma de triángulo y arriba de ellos un círculo, llevaba puesta una falda rosa con mayas blancas, tenis negros de plataforma y una playera rosa con una Hello Kitty en medio.
Atrás de ella, llegó Evan, su novio, él traía puesto un pantalón rojo, tenis blancos y una blusa grande con mangas a juego con la de su novia.
Después, llegó Lía y Lea. La última mencionada era quien más me atraía, ellas eran hermanas gemelas, ambas vestían del mismo estilo. Un pans morado, tenis verdes y una bolsa de mano del mismo color de sus zapatos, con lazos de cadenas. Pelo recogido en una coleta alta y aunque tenían la misma vestimenta podía diferenciarlas, a pesar de también compartir el mismo color de ojos, Lea, tenía unas pecas en su rostro exactamente sobre sus pómulos que parecían rocio de chispas de chocolate, algo adorable.
Pero ella no coincidía conmigo, así que se las cubría con mucho, mucho maquillaje.
Quince minutos después, llegaron tres amigos más —¿Está de más explicar que todos ellos eran más cercanos a mi mejor amigo que a mí?— Eleazar fue el primero en pasar. Este traía un pantalón de mezclilla negro con una blusa de color rojo y negra a cuadros con tenis vans negros.
—¡Chicos! Pasen a la sala, por favor, pongan la película que quieran y siéntase como en casa— sonrió mi mamá, con unos cupcakes que ella misma había preparado.
—¡Señora Lucy! Mi mamá preferida, —rió, mirándola mientras que ella negaba con gracia. Y yo, le lanzaba una mirada de advertencia.
—Buenas tardes. –Saludan todos mis amigos al unísono.
Decido ponerle fin a mi amigo, y al fin pasar a lo que vienen.
Más tarde, ya viendo la película, volteó pues siento una mirada sobre mi cuello. Y en efecto, es Lea.
—¿Qué ves?– Murmuro muy apenas, para que solo ella pueda escucharme.
—Tus labios, y tu cuello– dice, sonriendo coqueta. Tiene linda sonrisa.
Nos miramos por unos breves minutos, y noto cierto brillo en sus ojos. Veo sus labios, y noto como los muerde.
Nuestras miradas se encuentran, y ella me hace señas para poder ir arri... Un momento, estamos viendo una película en compañía de amigos. No, esto no puede ser posible.
Sonrió, y niego con la cabeza.
Ella hace muecas, y voltea hacia la televisión.
Y yo hago exactamente lo mismo, mientras suelto un pequeño suspiro para mí.
¿Por qué no se siente bien? Se supone que es algo normal y debería interesarme, ¿no?
No miento también he tenido mis momentos hormonales, pero creo que hay un cierto límite y respeto con personas y lugares.
Dos horas más tarde, la película concluye y todas las comidas y postres que mi madre preparó, solo quedarán en el futuro, y en nuestro estómago por un momento.
—Muy buena película, Vera– menciona Lea, sin siquiera verme.
—¿Verdad que sí? Vamos un día a mi casa a jugar, ¿les parece?– Sugiere Sofía, acurrucándose en los brazos de su amado.
—Y me invitas. –Responde Evan, bajando si cabeza. Empalagosos.
—Claro, pero a ti no te invitaría a jugar— todos nos miramos intercambiando sonrisas. Y cochinos.
Aunque estoy seguro que puedo entablar una muy buena amistad con ellos, no me interesa. Eleazar siempre ha estado ahí, apesar de su mala reputación.
—¿Todo bien?– Pregunto, mientras me acerco a él. Había entrado a la cocina por un vaso de agua.
—Sí, Len. ¿Por qué preguntas?
—Solo porqué sí, ¿ya no puedo preocuparme por mi amigo?— alzo las cejas.
—Claro, claro. Preocúpate por mí, siempre. Es más, necesito un caldito de pollo, mole y...
—Mariachis– lo interrumpo.
—Claro– sonrie, tomando agua. Hay algo raro.
—Con gusto, su majestad– hago una reverencia, riendo. —Ya, en serio, hermano. ¿Qué te pasa?
—Nada... Solo, ¿en verdad piensas tanto en la leyenda como para tomarla en serio? —Me pregunta directo a los ojos, parece más serio.
—Si te pones a pensar mejor, es demasiado interesante. ¿No lo crees? Es como uno de esos comics que te gustaba leer de pequeño.
—Ahora prefiero el fútbol y siempre lo preferí, todos saben eso. Así que más te vale no decir nada— dice, terminandose el agua en un solo trago—mientras no te metas en el árbol no creo que haya problema, entonces— golpea mi hombro encaminandose a la sala.
—¿Se podrá?— La curiosidad mató al gato, Lean. Recuerda.
—Len. –Advierte Eleazar parando de golpe.
—Obvio no, cómo crees— niego.
—Si de verdad es algo que harás, creo que deberías de hablarlo con ella— señala con la mirada a Lea.
—No le veo el por qué en realidad.
—¿Todo bien por aquí, chicos?–Mamá entra a la cocina con tres cajas de pizzas. El aroma es tan delicioso que tan solo de imaginarme las rebanadas me da hambre. —Traje esto para que no se vayan con la barriga vacía –comenta sonriendo.
—Muchas gracias, señora Lucy, pero ya nos retiramos. Tengo que ir a ver unas cosas con alguien.
—Qué pena, había traído de tres quesos, tu preferida.
—Supongo que tendré que venir otro día para ponernos al tanto de los chismes de nuestros vecinos mientras disfrutamos de unas deliciosas pizzas— sonríe.