AquÍ No Hay Amor (dual)

40

Adam había anunciado su visita y los encontró esperándolo.

Mío se echó a un lado permitiéndole entrar y siguiéndole después. En el momento en que lo vio, el niño se levantó y corrió, evitando chocarse con Adam en el último instante. Le abrazó la cintura a la vez que vociferaba emocionado:

—¡Roif! Has venido. Me prometiste un paseo. ¿Nos vamos? ¿Cuándo vamos?

Adam frunció el ceño contrariado hasta que entendió quién era Roif. Se aclaró la garganta, mirando a los dos astray.

—Buenas tardes —saludó, levantando la mano enguantada. Aunque el gesto era la fórmula de saludo oficial, le resultó ridículo y la bajó enseguida, eligiendo sentarse—. Señores, quiero darles la bienvenida al Reborn 15.3.

—Gracias —contestó Arklow, el otro se mantuvo callado.

—Les agradezco la ayuda prestada a mi hija —continuó Adam, procurando recordar que era un hombre con poder y no debía sentirse intimidado ante unos astray—. Y les aseguro que procuraré hacer realidad cualquier deseo vuestro.

El de cara oscura, señor Dacer, recordó Adam, sonrió, enseñándole todos sus perlados dientes.

—¿Eres el hada madrina?

—Vank… —lo advirtió Celso, cambiando su atención hacia un Adam de expresión pérdida—. Señor Varper, los agradecimientos sobran y no esperamos recompensas. Hicimos lo que cualquiera habría hecho para un ser humano necesitado.

—Es discutible —replicó Adam—, y mi oferta sigue válida por tiempo ilimitado. Pero no estoy aquí solamente por eso. Debo tener algunas palabras con usted en particular.

—Vank es mi amigo. No tenemos secretos.

Adam se mantuvo firme.

—Le aseguro que se trata de una cuestión de máxima importancia. Si quiere compartirlo, puede hacerlo, no es mi problema. Pero antes de tomar la decisión, le sugiero que escuche lo que tengo que decirle.

—Entendido. —Vank se levantó sin hacer caso a las protestas de Celso—. Me voy con el otro estirado —dijo señalando a Mío—. Parece que el niño ganó y vamos a dar un paseo.

—Señor, si me permite… —intervino Mío.

—Sí, de acuerdo. —Adam asintió sin prestarle atención. Sus pensamientos estaban confusos, tenía la sensación de que estaba perdiéndose algo importante. Los hombres se comportaban extraño, hablaban raro y parecían esconder sus verdaderas opiniones.

—Le escucho —dijo Arklow, y Adam pensó en la mejor forma de tratar el tema.

—Lo que voy a contarle fue una sorpresa para mí y será mayor para usted. Le pido que preste atención.

—No soy un niño trastornado, señor Varper, pero carezco de paciencia. Le sugiero que empiece.

—Perfecto. —Adam torció el gesto por el carácter inflamable de su interlocutor—. Entonces empezaré por el principio. Después del accidente del barco, me negué a tomar en consideración la posibilidad de que mi hija estuviese… —se detuvo mirando sus manos y eligió no entrar en detalles—. Tomé todas las medidas necesarias y envié a mi empleado a Stray para buscarla y seguir los pasos de Ailyne. En su casa tomó muestras y las trajo aquí para verificarlas.

Celso alzó una ceja y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Muestras…

La voz de Adam se endureció.

—Mi hija estaba a la merced de un astray. Necesitaba conocer todo sobre usted: pasado, presente y posible futuro, y no me disculparé por ello.

—Supongo que puedo entenderlo —admitió Celso de mala gana.

—Los resultados fueron… —Adam se detuvo y sonrió—. Usted es medio reborner.

Celso abrió la boca, consiguiendo dejar salir una única palabra.

—¿Cómo?

—Nuestra tecnología permite resultados exactos.

Celso continuaba mirando al hombre como si le hubiesen crecido dos cabezas. Había escuchado con atención, pero no conseguía entenderlo

—¿Qué diablos significa eso? —vociferó, derribando la silla en la prisa con la cual se levantó.

—Que las instrucciones genéticas almacenadas en su ADN contienen transmisión hereditaria de un reborner —le explicó un Adam calmo, sin sobresaltarse por la respuesta vehemente.

—Déjese de palabrerías. ¿Cómo es posible?

—Eso me pregunté yo también, por eso lo investigué.

—Claro que lo hizo.

—¿Le interesa conocer su pasado? Tengo entendido que tiene algunos huecos sin llenar.

Celso entornó los párpados hasta que de su mirada quedó una sola rendija fina. No le gustaba que su vida hubiese sido invadida, pisada y repasada, pero la oferta era tentadora, no podía discutirlo. No podía negarse el saber quiénes eran o dónde estaban sus padres.

—Si empieza a contarme un cuento de niños… —advirtió a Adam, sin acabar la frase.

Este hinchó el pecho y contestó ofendido.

—Le aseguro que no está en mi intención.

—Adelante —lo invitó, dándole la espalda y eligiendo el paisaje antes que la expresión compasiva que delataba el rostro del reborner.




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