—Tío, ¿sabías que aquí no puedes echar un polvo? —Vank susurró para que no lo escuchara Lance que acababa de retirarse.
—¿De veras? —se burló Celso, lo que atrajo una mirada mortífera por parte de su amigo.
—¡Lo sabías! —lo acusó, alzando la voz.
—Yo sí, pero tengo curiosidad por saber cómo te has enterado tú.
—Roif me enseñó un sitio anoche —dijo Vank con las cejas unidas por la frustración—. Tenía la ilusión de que fuese un bar, pero no se parece ni de lejos. Lo llaman «local para intercambio social», ¿puedes creértelo? —vociferó claramente asqueado y medio indignado.
—¿Y?
—Pues pensé: me da igual cómo lo llamen mientras pueda disfrutar de una cerveza fría y una mujer caliente, sin importar el orden.
Celso carraspeó en un intento de ocultar la risa.
—No te permito reírte —Vank lo amenazó furioso con el índice. Se levantó, mirando alrededor—. Por tu culpa estoy aquí y es malditamente peor que vivir en un monasterio. Algunos monjes preparan whisky, ¿lo sabías? Pues te informo que en Reborn el alcohol está prohibido. No existe. O supongo que se encuentra para uso medicinal. Pero como los accidentes o los casos de violencia son casi inexistentes, no apostaré a que descubra una sola gotita de alcohol ni en un condenado hospital. —Al finalizar se dejó caer en la silla, deprimido y sin fuerzas.
Celso alzó las cejas en una expresión aburrida.
—¿Has acabado?
Vank se tiró de cabeza contra la mesa, levantándola luego para escrutarlo con una mirada penosa.
—No, no he acabado —lloriqueó—. Estoy vestido como un puto loro mutante. Perdón, no tengo permiso de soltar tacos. Ni nombrar partes del cuerpo, porque mi culo no existe. La comida tiene gusto y color a vómito. Quisieran, pero no pueden, forzarme a usar guantes para… todo. Y conseguiré acercarme a una mujer en cuanto una computadora lo decida. ¿Qué significa esto? Nunca. Jamás llegaré a tocar una mujer de Reborn porque no llevo la sangre y es imposible que salga compatible con alguna. Y están buenísimas, tío.
Celso se removió en la silla.
—Dame unos días y decidiremos qué hacer, ¿vale? Yo tampoco estoy encantado con la estancia. Pero hay que tener en cuenta que es preferible alargarla. En Stray no nos recibirán con aplausos. Siento haberte metido en esto.
—Ya, no te preocupes. Soy mayor, tomé la decisión por mí mismo.
—Vank… —Celso lo miró con el semblante serio—. Hay algo que debo contarte.
—Tu cara me dice que se trata de una enfermedad sin cura, pero no puede ser posible, aquí hay cura para todo, ¿verdad?
Celso sonrió con amargura, meneando la cabeza en negativa.
—No para la que yo tengo.
—Suéltalo.
—¿Desde cuándo nos conocemos nosotros? —preguntó.
Vank entrecerró los párpados, soltando un suspiro.
—Ahora sí que me asustas. ¿Has dejado tu testamento? Tu casita me serviría algún día, después de que la DUAL se haya aburrido de torturarme.
—Vale. —Celso se rindió, entendiendo que el camino largo no era el recomendado. Se levantó y empezó a vagar por el cuarto, pensando que era mejor poner distancia entre ellos—. Conoces la historia de mi vida. Sabes cómo, dónde y cuándo me encontró mi tía. Ellos me hicieron unas pruebas y… —se detuvo, aún buscando las palabras que podían hacer la confesión menos chocante.
—Tío, si han descubierto que vas a morirte pronto y planeas dejarme solo en esta imitación de vida, te juro que encontraré el modo de resucitarte y acabar contigo a mi estilo —comentó Vank, cuando le fue claro que se había quedado atascado.
—Resulta que llevo su sangre. Dicen que mi padre es de aquí.
Vank pestañeó unas cuantas veces.
Celso esperó, pero el susodicho parecía haber perdido la voz.
—Di algo —pidió, forzándose en mantener el contacto visual, si bien le parecía que Vank veía a través de él.
—¡Espera, joder! Me parece que no me funcionan los oídos. ¿Acabas de decirme que eres un reborner? —lo acusó Vank. Su voz sonó sin inflexión alguna, solo una vena que pulsaba disparatada en la sien izquierda era indicio de su trastorno.
—No soy un reborner —se indignó Celso—. Puede que lleve su sangre, pero eso no me hace uno de ellos.
—Me embargaron la reserva de hierbas, así que debería estar limpio. Pero a lo mejor los efectos secundarios, los que yo no conocía, tardaron en aparecer. Estoy seguro de que no puede ser posible que me encuentre aquí, en este mismo instante, ni en esta ciudad, ni que mi mejor amigo acabe de confesarme que es un maldito reborner. Es la peor pesadilla que he tenido nunca. Debería haberte escuchado cuando me dijiste que mis cigarros acabarían con matarme las neuronas. —Vank habló con la mirada perdida y pinta de estar en trance.
—Vank…
—Si de verdad esto estuviera pasando, mi mejor amigo, el puto reborner, haría algo para demostrarme que no estoy soñando —continuó este sin hacer caso a la interrupción.
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Editado: 27.09.2020