Mis arrugas, las de hoy,
son un mensaje del mañana: un anclaje a la vejez.
Mis pies, los de ahorita, ya ancianos, cansados del descanso,
castigan las rodillas por mis humillaciones.
Mis ojos, los de anoche,
no ven en este día tan oscuro,
y vagan como luciérnagas buscando su luz perdida.
Mis dedos, los de antier,
no juzgan mi pasado,
no crean juegos,
no juegan con la imaginación palpable.
Mis ganas, las de años atrás,
a veces aparecen y me revientan los testículos,
y el corazón me reclama el vacío del éxtasis.
Mis deseos —los que aún andan en tu palma—
quieren oponerse a que me olvides.
Pero no soy yo.
No eres tú.
Es mi niñez la que grita tu nombre,
hundiéndose en mí.