"Árbol... libérame" Abraham fue incapaz de olvidar esas palabras, además del cuarto oscuro que parecía haber sido producto de su mente.
El problema era que no podía dejar de indagar en una cosa hasta no conocer la verdad acerca de ella, pero esto estaba fuera de sus límites, no podía investigar algo que no comprendía, lo que causó que intentara apartar con fuerza de su cabeza lo sucedido.
Decidió no comentar lo que había visto pues seguramente nadie le creería, a decir verdad ni siquiera él lo creía.
En las horas después de ese suceso las cosas simplemente fueron de mal en peor, siendo que sus compañeros parecieron haber encontrado una razón más para burlarse de él no solo durante las clases sino que también durante la hora de receso, incluso su propio profesor no lucía del todo contento con él y eso que era un excelente alumno, solo que no se sentía como siempre. Caso contrario a sus dos hermanas, ya que ambas no parecían haber tenido problemas con sus nuevos compañeros.
De regreso a casa en el autobús junto a Samantha y Lucy el sol estaba en su punto más alto iluminando todo bajo él. Su primer día había comenzado como un desastre y si era posible ni siquiera logró pasar sus muy bajas expectativas. Tras salir de aquella siniestra habitación lo primero que vino a su mente fue que alguien le había jugado una cruel broma, sin embargo esta idea la descartó tan pronto como llegó a la conclusión de que era imposible que alguien pudiera haber hecho desaparecer una puerta de esa forma.
Lucy pasó un brazo por sus hombros a modo de consuelo.
—¿Por qué esa cara larga? —cuestionó en un canturreo—, ¿no lograste hacer ningún amigo?
—Todos... —tragó saliva— todos se burlaron de mí.
Ella frunció el ceño.
—Podrías juntarte conmigo y mis amigas en el receso —sugirió—, seguro así te dejan en paz, además...
—¡No! —interrumpió Abraham, y se arrepintió de inmediato por la violencia de su grito—. Quiero decir, creo que prefiero estar solo.
Samantha se giró sobre su asiento delante de ellos para mirarlos con irritación.
—¿Quieren callarse? Intento concentrarme —dijo con voz áspera, y alzó un pequeño libro haciendo énfasis a sus palabras.
El autobús se detuvo, Abraham supo al mirar por la ventana que ya habían llegado. Aunque observó que un detalle que antes no había visto se asomaba por detrás de su casa: Era un árbol seco y sin hojas, diversas ramas se encaramaban entrelazándose unas sobre otras, creando algo parecido a una enredadera.
Descendió del autobús junto a sus hermanas sin poder despegar su mirada de aquel extraño árbol que juraba que el día de ayer no estaba ahí. Una vez que bajó tomó la manga del suéter de Lucy para llamar su atención y preguntó:
—¿Ese árbol siempre estuvo ahí? —inquirió con curiosidad.
—¿Qué árbol?
Abraham señaló con su dedo índice las ramas que sobresalían por el tejado.
—Ese —dijo.
Lucy siguió con la mirada su mano, luego de unos segundos regresó su vista a su hermano.
—¿Cuál? No veo ningún árbol —respondió con desconcierto.
—¿Seguro que no comiste algo en mal estado? —preguntó Samantha metiéndose en la conversación.
Abraham arrugó el entrecejo.
—¿No lo ven? —insistió con ligera preocupación, comenzó a sentirse extrañado y a preguntarse si lo que sus ojos veían era correcto.
—No... no vemos nada, ¿tú sí? —contestó Lucy ladeando la cabeza en incomprensión.
Él decidió no responder, sabiendo que lo que dijera solo empeoraría la situación. Así que optó por reírse entre dientes y decir:
—Solo es una broma —mintió en voz algo trémula—, no se tomen todo tan en serio.
Lucy y Samantha lo miraron con poca convicción, pero ninguna dijo nada al respecto. Después de esta confusión los tres se dirigieron a su casa, cruzando por el pequeño patio de asfalto y deteniéndose frente a la puerta principal. Lucy sacó un juego de llaves del interior de su mochila insertando una de ellas en el cerrojo girando a la vez el picaporte. Empujó la puerta haciendo que ésta rechinara mientras se abría hacia adentro.
Abraham lo único que quería era llegar a su habitación y jugar con su Nintendo Switch para tratar de olvidar su terrible día. Al entrar a la casa con su mirada clavada en el suelo dejó su mochila en algún lugar de la sala y subió de dos en dos los escalones hasta llegar al pasillo superior, para luego virar a su izquierda topándose con su puerta, la abrió de un empujón y se tumbó bocabajo sobre su cama. Se giró sobre sí mismo mirando al techo con mirada cansada.
Buscó su Switch que debía estar sobre la caja debajo de su cama. Sus manos tantearon un objeto sólido y lo tomó, lo levantó alzándolo a la altura de sus ojos, seleccionó un juego y comenzó su partida.
¡Crac!
De pronto algo golpeó contra su ventana.
Abraham se enderezó de golpe, sobresaltado se levantó con cautela de su cama, miró su ventana notando que el cristal estaba cubierto por un líquido rojo que parecía ser sangre.
Sus ojos se abrieron de par en par y retrocedió un paso. Se quedó unos minutos en blanco sin saber que hacer hasta que reunió el valor suficiente para volverse a acercar y vio que detrás de la sangre se encontraba un pájaro inmóvil encima del alféizar con su pico destrozado, sus patitas tiesas y con pequeños temblores en sus alas.
Abraham lo miró horrorizado, llevó sus manos a su boca. Sintió náuseas, y se forzó a tragar la bilis que amenazaba con salir de su garganta, haciendo que su lengua saboreara un sabor amargo.
—¿Qué sucede contigo? —preguntó una voz a sus espaldas.
El niño dio media vuelta, y se fijó en que su hermana Isabelle estaba de pie apoyada en el marco de la puerta con unos auriculares colgando de su cuello. Tenía una expresión desdeñosa dibujada en su semblante. Eran los más parecidos entre los hermanos con su piel pálida, ojos grises y cabello oscuro que habían sacado de su papá, sus otras hermanas eran más parecidas a su mamá con su cabello rubio.
Editado: 18.01.2021