Arcadia

Juntas de nuevo

Hay amigas que saben a gloria.

Amigas, que están dispuestas a irse al inframundo si es contigo y a saborear el cielo si es de tu mano.

Porque hay ocasiones en las que el paraíso lo forman los demás: Cuando están dispuestos a dar pequeños pasos contigo, aunque sea a la distancia observándote a lo lejos.

Lo verdadero y lo sublime prescinde de palabras con las que acicalar su propio verso.

Al igual que las verdaderas amistades.

Al igual que Cecie y Jara.




 

Divisar a lo lejos a mis dos amigas hizo que mi ritmo cardiaco incrementase de manera absurda paralizando mis pasos.

Por un momento no creí reconocerlas. Mi mente no era capaz de comprender el motivo, ni mucho menos el momento, por el que se habían lanzado a seguir el mismo camino que yo.

Habían dejado atrás todo aquello que amaban: su hogar, su familia, Argag... Y  había sido por mí.

Ver sin mirar el futuro: Eso era lo que habían hecho.


 

De repente, mi cordura volvió nuevamente a mí impulsando mis piernas hasta su celda y logrando zafarme de los fuertes brazos del guardia.

—¡Tresa!—sollozaron al unísono, pero rápidamente me separaron de ellas para meternos a Cristian y a mí en la celda continua.

Surgieron preguntas de todo tipo: ¿Qué hace Cristian contigo? ¿Cómo habéis acabado en prisión? ¿Cómo habéis aguantado tanto tiempo en Elion?

—Gracias a mí, desde luego.—respondió el moreno a aquella última pregunta.

—¿Y se puede saber que hacéis vosotras aquí?—pregunté con los ojos llorosos y con un hilo de voz intentando cambiar de tema, aunque aquella respuesta ya la sabía.

Instintivamente, llevé mi mano hasta alcanzar la de mis dos amigas y la estreché tan fuerte como pude.

—Acompañarte.

Aquella respuesta había sido suficiente como para humedecer mis ojos.

Por un instante, me sentí a salvo.

Mi respiración volvió a la normalidad  y mi ritmo cardiaco se estabilizó con tan solo notar el suave roce de nuestras manos.

Ahora, más que nunca, sentía aquella tranquilidad que solamente se tiene estando en familia.

 

Ambas empezaron a contar su aventura de camino a Elion. No omitieron ni un solo detalle sobre como esquivaron a los guardias ni sobre lo sucedido en el bosque.

—¿Entonces, no lo atravesasteis?—preguntó Jara mientras, molesta, se volteaba hacia Cecie.

—No, fuimos en barco, ¿por qué iríamos a atravesarlo?—respondió el moreno confuso.

Pero apenas pudimos seguir conversando y fingir que todo estaba bien, que nuestro a día a día había regresado a ser como era antes, cuando una voz: grave, autoritaria y ronca, captó nuestra atención.

—El Gobernador te espera.—sonrió el Comandante de manera egocéntrica.

No hicieron falta palabras, una mirada fue suficiente para indicar a los guardias que debían de sujetarme y llevarme al piso de arriba.

Lo último que escuché fueron los gritos de mis compañeros, que angustiados, exclamaban mi nombre reiteradamente con la esperanza de que me volviesen a ver atravesando aquel pasillo.

Tras subir las grandes y puntiagudas escaleras, que hacían forma de espiral, pude divisar a través de un pequeño balcón que había al final del pasillo: la ciudadela, y más allá el mar.

Millones de recuerdos se cruzaron entonces por mi mente cuestionándome el momento en el que decidí emprender esta aventura.

Con lo sencillo que hubiese sido quedarme a las afueras del reino y empezar una nueva vida.

Una vida lejos de las complicaciones.

Una vida simple y sin dificultades.

 

Aquellos pensamientos fueron rápidamente interrumpidos en el momento en el que el guardia tiró con fuerza de mis grilletes provocando que soltase un pequeño alarido, y que rendida me dejase llevar a una gran sala.

La luz del sol, que ese día se encontraba parcialmente nublado, entraba por los ventanales dándole un poco de color al habitáculo, pero no había nadie. El suelo (al igual que el techo y las paredes), era de mármol negro, por lo que cada paso que daba, por muy pequeño que fuese, resonaba con profundidad.

Inconscientemente, me volteé con la esperanza de encontrarme con los guardias, pero habían desaparecido. 

La incertidumbre de no saber donde estaba se iba convirtiendo poco a poco en miedo. Y de nuevo surgían dudas:

¿Qué sería de Cecie y Jara? ¿Las volvería a perder?

¿Y de Cristian?

 

Y fue ahí cuando, sumida en mis propios pensamientos, divisé al fondo de la sala un trono seguido de una pequeña mesa esbelta y bañada en oro.

Mi asombro crecía por momentos, y en un ataque de curiosidad, me aproximé a los aposentos que mis ojos admiraban a la distancia sin necesidad de cuestionarme nuevamente dónde estaba, pues con ese simple vistazo comprendí de inmediato cuales eran las intenciones del Comandante.

Apenas me dio tiempo a escabullirme por uno de los enormes ventanales, que se encontraban ligeramente abiertos, cuando de repente la puerta se cerró bruscamente haciendo que me voltease asombrada.

Mis manos comenzaron a sudar de manera exagerada y mi pecho se encogió nada más observar al Gobernante de Elion postrar su mirada sobre mí.

Sus pálidos ojos recorrieron cada parte de mi cuerpo, inspeccionándome, y cuando por fin se detuvieron, se acicaló su fina barba mientras que con pasos firmes caminaba para sentarse sobre el trono.

Llevaba una capa granate, bordada en oro, que no dudó en desprenderse de ella dejando ver su gran túnica de seda blanca.

Quería ser capaz de poder articular palabras, pero no encontraba la manera. Me quedaba absorta en sus movimientos: la manera en la que cogía la uva, se acomodaba en el trono, se acicalaba...

Lo hacía ver tan bien, tan elegante y tan fino, que por un momento se me olvidaba  que minutos antes me encontraba encerrada en un calabozo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.