Arcadia

Primeros pasos


A medida que avanzábamos, el clima se iba sintiendo cada vez más frío y pesado. Los caminos poco a poco se iban extendiendo y el paisaje iba siendo cada vez más montaraz y bravío.

Estaba anocheciendo, y el Sol descendía volcándose sobre nosotros y obligándonos a parar a buscar un sitio donde poder pasar la noche.

Jara fue la primera en recostarse sobre el molino que habíamos podido divisar a lo lejos de la llanura, mientras que Cecie nos repartía un pequeño trozo de pan untado en la mermelada que había conseguido de su casa.

 Todos nos sentamos en círculo, hambrientos, disfrutando de aquella comida, que a pesar de ser de las más comunes, lo cierto es que sabía como una auténtica ambrosía.

Sin embargo, el único que no disfrutó con nosotros de aquella estancia fue el Comandante, que se alejó del molino para tumbarse más adelante sobre el césped y admirar en soledad la caída del Sol. El tono rojizo se vertía sobre él profundizando aún más su presencia y dándole un aspecto en cierto modo envidiable.

 

—¿Piensa dormir también solo?— comentó Cecie.—Se ha llevado hasta sus armas, ¿qué se piensa? ¿Qué le vamos a asesinar mientras duerme?

Instintivamente, ladeé mi cabeza hacia su dirección comprobando las palabras de mi amiga. Se había llevado no solamente su espada, también su arco. Y visualizar aquella última arma no podía evitar provocar en mí cierta envidia.

Desde pequeña siempre había querido saber usar el arco, en vez de la espada. Lamentablemente, para el Gobernador de Argag, el arte de la espada no se podía equipar al de una simple flecha.

Me alejó de todo aquello que no estuviese relacionado con la etiqueta de palacio, a pesar de pedirle reiteradamente que me enseñase a usar aquella arma. Es por eso, que en momentos como este, no podía hacer otra cosa más que anhelarlo desde la lejanía.

 

—Deberíamos de partir nada más se ponga el Sol.— dije mientras me recostaba sobre el suelo.—El camino hacia Seirin no es tan corto como el que recorrimos para llegar a Elion.

Cristian imitó mis movimientos, al igual que Cecie y Jara, que se recostaron apoyados en el molino mientras que el moreno hacía uso de su propio brazo para descansar más cómodamente.

Sin embargo, una vez se cerró el cielo siendo la Luna la que nos iluminara esta vez y no el tono rojizo del Sol, mi cuerpo era incapaz de adormecerse.

Las palabras del Gobernador de Elion se clavaban en mi mente con una enorme frustración, pero al mismo tiempo pesadumbre. Mi pecho se sentía en cierto modo apagado y mi mente perdida.

Detestaba admitirlo, pero llevaba la razón: sentía como algo dentro mío se había teñido de un gris oscuro hasta sucumbirse en la oscuridad.

Como un apagón había invadido mi cuerpo adormeciendo mis sentidos y mi auténtica identidad.

Realmente, me sentía muerta por dentro. Y lo más desgarrador era, que me sentía culpable de sentirme así: Tan rota e inestable.
 

Tan vacía.
 

Inconscientemente, me erguí y levanté mi vista observando a la mano derecha del gobernador. Recompuse la compostura y observé que el resto de mis compañeros estaban dormidos, por lo que sigilosamente me levanté hasta acercarme a él.

Ninguno hizo un esfuerzo en relacionarse con el otro.

A pesar de encontrarme un par de metros más alejada de él, su mirada no reparó en mí, tan solo se quedó observando tumbado (al igual que yo), el cielo estrellado, que esa noche estaba precioso.

—¿Es que no te apetece dormir con tus amigos?— preguntó el castaño en tono burlón.

—Quería dormir sola.—respondí honesta.

—¿Sola?—respondió entre pequeñas carcajadas.—¿Acostándote en el mismo sitio que yo?

—Solamente quería descansar sin necesidad de dormir codo a codo con ellos.—formulé exhausta por el tono tan grotesco que empleaba.

No hizo más preguntas, pero aún así le escuché esbozar una sonrisa.

De alguna forma, me recordaba al Gobernador de Elion. Sentía que sabía lo que mi mente escondía y la verdad que había detrás de aquellas palabras.

Y eso conseguía ponerme los pelos de punta.

Finalmente, ladeó su cuerpo dándome la espalda hasta caer los dos profundamente dormidos bajo el cielo estrellado.







 

A la mañana siguiente, el primero en despertarse fue Cristian, que empezó a preparar las cosas para marcharnos: cargó en su pequeña cartera de cuero la mermelada y la leña que Lisset nos había proporcionado antes de marcharnos de su casa.

Echamos un último vistazo al molino, y comenzamos nuevamente a caminar hasta encontrar un pequeño sendero rodeado de bosques y colinas.

Ninguno sabía si el camino que estábamos siguiendo era el correcto. Sin nosotros quererlo, nos dejábamos guiar por el Comandante, que lideraba junto a Cristian el sendero.

—¿Cuánto tiempo más tendremos que aguantar esta situación?—se lamentó Jara.—Me es difícil de creer que el Gobernador de Elion haya mandado a su más leal soldado acompañarnos.

—A mí también me parece extraño.—admití.—Pero no nos queda otra que aguantarnos.

—Ni siquiera sabemos su nombre.—continuó Cecie mientras le observaba a lo lejos.—Ni él el nuestro. No parece interesarse por la profecía, tan solo se limita a cumplir órdenes. ¿No es raro que no sienta ni un ápice de curiosidad?

No pude evitar mirar fijamente la espalda del Comandante, que se encontraba metros más adelante de nosotros.

Cecie tenía razón. A pesar de ser uno de los soldados más reconocidos de Elion desconocíamos cuál era su nombre y sus verdaderas intenciones. Tampoco había hecho ninguna pregunta acerca de la profecía ni de la conversación que tuve con el gobernador.

No parecía tener ninguna intención de relacionarse con nosotros. Apenas llevábamos un día, pero la distancia que mantenía con nosotros era tan fría y reacia, que no podía evitar sentirme intimidada por él.

 




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