Arcadia

Insostenible

Gretel iba a ser condenada a mediodía, y a pesar de que Seth hubiese asumido reiteradamente la culpa, el juez no pudo evitar verlo como un acto heroico por parte de su hermano mayor.

El rubio había sido liberado con la primera luz del Sol. Sus ropas rasgadas y sus zapatos embarrados le daban un aspecto lastimoso, y en un último intento de socorrer a Gretel, se lanzó impulsivamente hacia los guardias, que recientemente le habían liberado.

A pesar de ser consciente de que aquella era una acción completamente inútil.

—¡Soltadla!

—¡Aparta, mocoso!— le abofeteó uno de los guardias. —¡Considérate afortunado, no volverás a correr la misma suerte!

Finalmente, ambos soldados se alejaron para adentrarse nuevamente en el palacio dejando a Seth completamente abatido.

 

Habían descubierto a su hermana pequeña con las manos en la masa. Siendo esa la última vez que Seth volviese a confiar un cometido suyo a alguien más.

No podía (ni mucho menos quería), esperar a ver su ejecución, que se iba a hacer pública en la plaza.

Aquella situación le parecía tan catastrófica, que no podía evitar verla como algo irreal.

Realmente, quería con todas sus fuerzas creer que el mundo, una vez más, se estaba burlando de él.

 

Seth se sentó en el suelo, desolado, mientras se llevaba las manos a la cabeza en busca de un plan con el que poder socorrerla, pero lo cierto es que el tiempo corría y nada bueno se le ocurría.

Faltaba media hora para que colgasen a su hermana en la horca. Es así, como impacientemente comenzó a correr rodeando el palacio hasta finalmente posicionarse en la parte trasera.

No dudó en comenzar a escalar la pared delante suya mientras se ayudaba de la arenisca que sobresalía.

Los calabozos se encontraban en el piso más bajo, por lo que no tendría que alcanzar una gran altura. Sin embargo, antes de que volviera a colocar su mano en el siguiente bloque, la voz de un guardia le desconcentró provocando que torpemente cayera al suelo haciéndose daño en el tobillo derecho.

El rubio se sobó con dolor la extremidad, y, en un intento de volver a escalar el palacio, se dio cuenta de que su pie le impedía avanzar.

—¡Joder!—exclamó dando un puñetazo en el suelo.

Apenas podía mantenerse en pie y dar dos pasos seguidos. Definitivamente, aquella caída había provocado una fisura en sus ligamentos.

Sus ojos, llenos de rabia y de desesperación, comenzaron a humedecerse. Se apoyó en la pared, que momentos antes intentaba subir, y su llanto poco a poco comenzó a crecer.

Por un instante, quería desaparecer y hacer oídos sordos a lo que ocurría a su alrededor. Deseaba con todas sus fuerzas manipular el paso del tiempo para recuperar a su hermana y volver a estar felizmente juntos.

Pero la realidad le había golpeado de la peor forma posible.

Antes de recuperar la compostura y forzarse nuevamente a escalar, siendo consciente de que una caída más podía impedirle volver a caminar. Unos gritos le desconcentraron.

Definitivamente, sabía el motivo que había detrás de aquellas voces, por lo que cojeando, se acercó a la plaza, que se encontraba a la vuelta de la esquina encontrándose con una aglomeración de gente y, metros más adelante, con Gretel, que estaba sobre un altar con la soga y el verdugo a su lado.

Su hermana no le vio, estaba casi o incluso más asustada de lo que estaba Seth. Sabía el motivo por el que se la condenaba, y algo dentro suya prefería que fuese a ella a quien la ejecutase y no a su hermano mayor.

La admiración que sentía hacía él iba más allá del simple cariño que se le podía tener a un hermano. Para Gretel, Seth era la única persona que le importaba en el mundo, y viceversa.

Es por eso, que incluso en momentos como este, era capaz de sacrificarse por él.

Porque Seth, era sencillamente la persona a la que más quería.

 

El ritmo cardiaco del rubio se incrementaba por momentos. Empujaba con brusquedad a la muchedumbre, que no hacían más que observar la escena como si se tratase de una vulgar obra de teatro. Pero a cada paso que daba, la condena de Gretel se adelantaba.

En tan solo dos pasos, la General Kyra había llegado al encuentro y dado su aprobación al verdugo para que prosiguiera con la ejecución. Y en un intento del rubio de extender el brazo y gritar a los cuatro vientos que se detuvieran, Gretel se colocó la soga por el cuello y se subió a un pequeño taburete.

Los ojos de Seth se encontraron con los de la General Kyra, que no hizo más que mostrar una malévola sonrisa de medio lado haciendo que el hermano, estupefacto, susurrase para sí mismo.

—Detente...

La general dio la orden y el verdugo le quitó la silla a Gretel provocando su muerte. Lo último que escuchó de ella fue el agonizante grito que soltó por su boca minutos antes de ser ahorcada.

Ni siquiera se habían molestado en censurarle el rostro.

La General Kyra quería que Seth observase con sus propios ojos el pálido rostro de su hermana: sus ojos entreabiertos y sus labios eternamente sellados. 

 

El mundo se había caído a sus pies. No podía moverse ni mucho menos apartar su mirada. Se encontraba completamente desesperanzado.

Quería sumergirse en una eterna niebla y desgarrar su propio corazón en la oscuridad.

Sentía como su alma se desangraba y su juicio se derrumbaba por momentos.

Su corazón se había calcinado con aquella pérdida.

 

Definitivamente, aquella escena quedaría grabada en la mente de Seth hasta el fin de sus días.

 

En un ataque de ira, el rubio se abalanzó abriéndose paso entre la gente con el fin de cortarle la garganta al verdugo, a la General Kyra y a todo aquel que se interpusiese en su camino, pero antes de que le diese tiempo a sacar el pequeño cuchillo que tenía guardado en su tobillo, un general le agarró del brazo sacándole de la multitud.




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