Arcadia

Nadando entre secretos

Más allá de Arcadia.

De entre las sombras y las tinieblas emergía un ser maligno que encerraba los más terribles horrores, y que lo único que anhelaba era el control sobre todo ser vivo. Se trataba de una criatura ya conocida en el pasado que había logrado crear una nueva era en Arcadia.

Se encontraba en medio de la nada: En La Niebla.

Su cuerpo se recomponía por momentos, y sus pensamientos se afilaban con cada recuerdo provocando en aquel ser una terrible sed de poder.

Era escurridizo, y cualquier ser viviente que le viese pensaría que no se trataba de un simple humano.

 

 

En otro pequeño rincón de Arcadia, donde aún no había llegado la temible oscuridad que se cernía sobre el resto de los reinos; el cantar de los pájaros y la salida del Sol despertaron a Tresa y Duman. La morena, sin darse cuenta, había acabado recostándose sobre el brazo del comandante.

La mirada del castaño recorrió su rostro admirando su belleza: se fijaba en cada uno de sus lunares, que estaban colocados estratégicamente sobre sus pómulos; en sus largas pestañas y en el color verde de sus ojos.

—Espero que hayas dormido bien, cariño. El viaje de hoy va a ser duro.

Como respuesta, Tresa se sonrojó, pues no pudo evitar acordarse del beso de anoche. Duman, que pareció leer sus pensamientos, dijo lo siguiente:

—¿Qué te ocurre? ¿Te ha comido la lengua el gato? Estoy abierto a volver a dejarte sin habla, si es lo que quieres.

La morena no lograba comprender el impulso que la había llevado a querer besarlo. Tenía la impresión de que el comandante podía lanzar las palabras más ásperas y distantes, pero también las más tiernas y cálidas. Unas veces tan insoportable y otras, como anoche, tan dulce.

Para ella, Duman no era más que una hermosa contradicción.

Se levantó del suelo con la cara completamente roja, pero con una sonrisa traviesa entre sus labios. Y el castaño no pudo evitar entusiasmarse: saber que su presencia le causaba ese efecto le hacía querer derretirse por ella.

Hicieron compañía al resto de sus compañeros, que se encontraban desayunando y recogiendo sus pertenencias.

—Deberíamos de planear cómo nos adentraremos en La Ciudad Perdida. La guardia del desierto es difícil de despistar.—intervino Cecie.

—La fiesta primaveral es en dos días, si todo sale bien, podríamos aprovecharnos de ese momento.—añadió Erin, pero por las extrañas miradas del resto se vio obligada a continuar la conversación.—Es una fiesta típica del reino. En el Oeste, la primavera es la mejor época, así que hacen un ritual para asegurarse de que su año empieza con buen augurio.

—Entonces, la respuesta está clara, ¿no? Nos colamos y listo. Si nos vestimos con sus ropas nadie se dará cuenta.—dijo Will satisfecho mientras se cruzaba de brazos, pero las tres amigas se miraron entre ellas; no muy convencidas de si ese era un plan que saldría bien. No obstante, era el único con el que contaban por el momento, y apenas tenían tiempo de pensar en uno mejor.

—Tenemos otro problema.—dijo la rubia.—Para que se cumpla la leyenda es necesario reunir a los cuatro elegidos, y hasta el momento solo hemos encontrado a Erin. Cada elegido pertenece a un reino, por lo que se puede intuir que los otros dos se encuentran en Elion y en La Ciudad Perdida.

—¿En Elion?—se desesperó Tresa.—¡No podemos regresar después de todo lo que hemos avanzado!

—Cecie, ¿estás segura de lo que dices?

—Lo que cuenta es cierto.—intervino la pelirroja.—Soy consciente de la profecía desde hace ya varios años. Sé los requisitos y todas las historias que acompañan al pasado de Arcadia. Cada elegido pertenece a un reino.

Tresa parecía estar cayendo en una profunda desesperación. Los gobernadores de Elion y Seirin no se molestaron en explicar aquel dato tan importante, y a pesar de que su objetivo sea desterrar al emperador de La Ciudad Perdida, parecía extrañarla que no la hubiesen advertido.

Todos esperaban a que Tresa hablara o a que Cecie diese pie a un plan infalible, pero no fue así. Lo sensato sería retroceder y encontrar al elegido de entre todos los ciudadanos. Sin embargo, esa era una idea que a ninguno de los presentes les terminaba de convencer.

La heredera de Argag alzó la cabeza: dolida, y lista para proponer dar marcha atrás, cuando la voz de Duman desconcertó a todos.

—Soy yo.

Su tono de voz grave y despreocupado rompió los esquemas de sus compañeros, que se quedaron absortos en el sitio.

Había roto el terrible silencio que empezaba a acelerar el corazón de los presentes, y lo había hecho en el momento más inesperado del viaje.

La morena lo miró desafiante: entrecerró su mirada y frunció sus labios conteniendo su enfado y su profunda decepción. Nuevamente, volvía aquella sensación tan desagradable que solamente Duman provocaba en ella.

—¿Y por qué lo dices ahora? ¿Por qué has esperado tanto tiempo para contarlo?— preguntó agresiva.

—Nadie me preguntó. Además, ¿no era algo obvio?

La respuesta del comandante provocó que Tresa se riese de forma incrédula y que el resto de sus compañeros observasen la escena con el pecho encogido.

—¿Por qué se supone que es algo que deberíamos de dar por hecho? ¿Te piensas que todo esto es un juego? ¿Qué recorremos Arcadia por placer?

—Te recuerdo que lo que te juegas tú también me lo juego yo.—se encaró con la mandíbula tensa.—Simplemente no sentí la necesidad de contarlo.

—¿No sentiste necesidad de contarlo? — fingió sorpresa.—No me creo que esa sea la puta razón, Duman. Lo que pasa es que te has encariñado del gobernador, que te adoptó cuando te quedaste sin hogar y ahora no te atreves a ver la realidad.

Estaba convencida (al igual que los presentes), de que formular aquella frase iba a conseguir que el comandante afilase todavía más sus palabras, pero no fue así.




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