Arcadia

La Ciudad Perdida

Estaba siendo estrangulada por el terror.

El oleaje nos impedía avanzar más de cuatro pasos seguidos y las velas habían sido desgarradas a causa del viento, que comenzaba a volverse insoportable.

La lluvia caía en cortina y el cielo, más oscuro que el mismísimo infierno, se iluminaba de vez en cuando por los truenos que comenzaban a asomarse. Retumbaban en mis oídos y cuando caían, alumbraban el terrorífico océano sobre el que, más que intentar navegar, parecía ser él quien nos capitaneaba.

Cristian, en un intento de permanecer de pie y tomar el control del barco, perdió el equilibrio. El viento le azotó en el costado y sus pies tropezaron consiguiendo que se asomase por la borda.

Alcé el brazo intentando estirarlo hacia el casco del barco y sostenerle por la muñeca, pero mis reflejos no fueron lo suficientemente rápidos y el marine cayó al mar.

—¡Cristian!

Todos nos quedamos paralizados, y mi pulso, más disparado que nunca, se asomó por la borda en un intento de ver al moreno.

Su rostro reflejaba el peor de los horrores. Trataba de avanzar hacia el barco, pero el oleaje, más bravo que antes, le alejaba por cada brazada que pegaba.

—¡Tresa, aléjate!— me apartó Cecie provocando que ambas cayésemos de espaldas.

—¡No podemos abandonarlo, hay que ir a buscarle!

—¡¿Has perdido la cabeza!?

Pero la conversación pronto finalizó con una fuerte sacudida del barco. Traté de buscar con la mirada un salvavidas o algo que sirviese de apoyo a mi amigo en caso de que saliese a flote, pero no había nada, y peor aún: cuando me volví a asomar ya no había rastro de él.

Will salió disparado al timón para ocupar el lugar que mi amigo había dejado vacío. Comenzó a esquivar las olas más grandes logrando que el barco se mantuviese estable; pero más adelante la tormenta comenzó a volverse más fuerte y un trueno se cruzó en la trayectoria del barco, rozando el casco y haciendo que la parte delantera se hundiese ligeramente. No obstante, el problema, en ese momento, era la enorme ola que se interponía y que Will no había podido prever.

Quise gritarle a Jara, que era la que más adelante estaba situada, que se alejara de ahí, pero el miedo era tan grande que las palabras no me salían.

Ante tal estado de espanto, el lenguaje había llegado tarde. La ola atizó el barco y los mástiles cayeron sobre nosotros hasta finalmente perder el conocimiento.
 

No recuerdo el momento exacto en el que recobré la consciencia; pero nada más hacerlo recompuse la compostura para observar a mi alrededor y darme cuenta de que, no se había tratado de una pesadilla: anoche sufrimos una terrible tormenta y Cristian había muerto ahogado.

Mi túnica estaba rasgada, además de empapada. Tenía pequeñas heridas en el abdomen, en las rodillas y una ligera brecha en mi pómulo derecho.

Alcé mi mirada encontrándome con el primer albor del día: el Sol comenzaba a asomarse por el horizonte dejando ver sus hermosos cabellos dorados, y el cielo, más anaranjado que nunca, se teñía de un magnífico tono pastel que hacía del paisaje uno idílico.

Rápidamente, agaché la cabeza y la acosté sobre mis rodillas. Mis lágrimas comenzaron a salir. Quería gritar hasta quedarme afónica: dejarme las cuerdas vocales y no ser capaz de pronunciar ni una sola palabra. Soltarlo todo y suplicarle a la vida que me devolviese a Cristian, aunque sea para despedirme y agradecerle por todos estos años de amistad y comprensión.

Verdaderamente, deseaba ser yo quien se hubiese muerto ahogada, y no él.

—¡Tierra, tierra!

Ladeé la cabeza hacia Jara, que llena de exaltación despertó al resto de la tripulación. Pero curiosamente no sentí satisfacción, ni mucho menos alivio. Sentía tanta rabia e impotencia, tanto desgarro, que no podía evitar observar el empiece de aquella hermosa ciudad con malestar y sin ningún ápice de felicidad.

—Por fin estamos aquí.— susurró Erin a mi lado.

—Y a costa de que.—sollocé.—¿Realmente ha merecido la pena llegar hasta aquí?

La pelirroja ladeó su cabeza hacia mi dirección, con la mandíbula tensa y con pequeñas heridas ensangrentadas en su clavícula.

—Cristian sabía dónde se metía, Tresa.

—¡No lo sabía! ¡Él solamente quería hacerme compañía y acabó muriendo en algo que no le incumbe!

Will, que puso una mano sobre mi hombro, interrumpió la conversación.

—Yo también le conozco de hace mucho, pero créeme, era inevitable. No es tu culpa, nadie podía salvarlo en una situación como esa.

De un brusco movimiento, aparté su mano y caminé hasta asomarme por la borda. A distancia, parecía que no se trataba más que de brillantes pepitas de oro. Todo era traslúcido y La Ciudad Perdida relucía sin igual.

Era como sobrevolar el mismísimo cosmos repleto de estrellas.

Y fue ahí cuando, nada más observar la ciudad a lo lejos, mis ojos se paralizaron.

Luces, caminos brillantes y farolillos que marcaban un hermoso recorrido. Era la ciudad dorada sumergida en secretos que, viera por donde se viera, no hacía otra cosa más que resplandecer.

Will recondujo el barco para evitar encallar en el embarcadero, que estaba repleto de guardias, y hacerlo en la bahía más cercana.

Conforme nos íbamos acercando, Erin se iba asomando sutilmente sobre estribor, preparada para desenvainar su lanza y arremeter contra el guardia que parecía estar vigilando la costa.

Se bajó del barco de forma discreta, y de un rápido movimiento le atravesó el pecho y le tapó la boca con la mano para acallar sus sollozos.

—Si esperamos a que se desangre se nos va a hacer eterna su muerte, y no tenemos todo el día.—dijo Duman; pero apenas pudimos sugerir otro plan cuando el castaño arremetió contra aquel guardia con un limpio corte en la yugular.

Su cuerpo cayó al suelo y Duman se asomó disimuladamente para asegurarse de que no había más soldados. Se adentró en la caseta más cercana y pasados dos minutos nos indicó que le acompañáramos.




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