Arcadia

Un nido de locos

Las siguientes escenas sucedieron rápido.

Un nuevo escuadrón formado por: Seth, Erin, Tresa y Duman; saltaba de vivienda en vivienda esquivando las flechas de los soldados, que desesperados trataban de detener su paso.

Los ciudadanos corrían a refugiarse en sus casas. Conocían de primera mano la ira del emperador, y no querían estar presentes para cuando arremetiese contra los intrusos que habían provocado la muerte de Elysa.

Los movimientos de los cuatro estaban sincronizados. Seth, que era quien guiaba al grupo, saltaba con gracia bajo la furiosa mirada del emperador, que les seguía desde abajo; pero pronto se vio arrinconado por un enorme tejado que era imposible de escalar.

Damián, aprovechando su incertidumbre, lanzó la lanza de uno de sus soldados lo suficientemente recio como para romper el tejado sobre el que estaban posicionados, y caer a sus pies.

—Necesitaréis algo más que valor, si es que pensáis salir de aquí con vida. —amenazó con el filo de su espada.

Instintivamente, todos desenvainaron sus armas para apuntarlas hacia el emperador, quien alzó la cabeza: orgulloso y con un semblante autoritario.

Estaban dispuestos a hacerle frente, si bien por distintos motivos; pero todos anhelaban liberar al reino de su mandato.

La mirada de Damián Assad recorrió la de cada uno de ellos hasta finalmente asentarla en Seth.

—Debí de ordenar que te ejecutasen a ti también. Supongo, que el no hacerlo te ha sido más favorable de lo que pensaba. —sonrió de medio lado.

Nadie pareció comprender al principio lo que significaron aquellas palabras, hasta que la mirada de Duman se postró en Seth: incrédulo y con un asombro tan hiperbólico que apenas pudo gesticular o articular las siguientes palabras:

—Él es el último.

—Así es: los cuatro elegidos frente a mí. Cuanto más creo en el destino, mejor parecen funcionar mis planes.

—Entonces era cierto: todo este tiempo no se ha tratado más que de una trampa.— murmuró la pelirroja.

Damián levantó la mano ordenando a sus soltados que se detuviesen y no iniciaran el ataque que estaba por venir. Deseaba permanecer más tiempo conversando con ellos y ser él quien les revelase todo aquello que desconocían.

—Los prometedores soberanos de Argag, Elion y Seirin están deseosos de volver a rendir culto a Acras. El único impedimento que tenían para lograrlo eráis vosotros y yo. Traeros aquí ha sido un propósito inteligente: o sois vosotros, los elegidos quienes dictamináis mi sentencia; o soy yo quien pone fin a vuestro destino.

—Acras murió hace mucho, han pasado décadas desde entonces. Eso que cuentas es una insensatez.—respondió Tresa con el ceño fruncido.

—Pobre ingenua. Si de verdad crees eso, te recomiendo que, de ahora en adelante, cambies tu pensamiento.—comenzó a carcajear—Acras murió por vejez hace cincuenta y cinco años, y tras los cinco años de la Guerra de Tegea: cuando finalmente el país se desligó en reinos, Acras renació cinco décadas más tarde, con el nacimiento de los elegidos el primer día del año; y los gobernadores planean ayudarle para volver a gobernar. Si me matan, el sacrificio se cumplirá: la sangre de un primogénito le hará resurgir de las cenizas.

Erin se tapó su boca escondiendo su asombro y su creciente confusión. Ella, quien siempre había creído que aquellos rumores no eran más que calumnias, no podía evitar sentirse una ilusa.

—¿Y por qué querrían ayudarle a revivir?—balbuceó—¡Es un disparate!

—Porque es su única opción para volver a gobernar y someter Arcadia bajo un mismo poder; pero a mí eso no me importa. Yo quiero dominar Arcadia solo, sin depender de la fuerza de nadie. Ha sido mi propia ambición la que ha causado este revuelo: soy la amenaza que están obligados a detener si es que desean que Acras regrese.

Seth, al contrario que sus compañeros, no sabía cuál debía de ser la primera pregunta para formular. Había escuchado leyendas urbanas sobre Acras y los reinos que se encontraban cruzando el desierto. Era consciente de la profecía; pero jamás hubiese dado por hecho que él formaba parte de ella. Aun así, aquella idea no le perturbaba lo más mínimo. De hecho, algo dentro suya se alegraba; pues era la excusa perfecta para iniciar el cambio que tanto anhelaba.

Quería iniciar una revolución.

—Para desgracia de Acras y de los gobernadores, existe una profecía.—continuó el emperador, aunque esta vez más desafiante—Cuatro elegidos provenientes de cada reino liberarán el país y le devolverán la libertad que tanto merecen sus ciudadanos. El simple hecho de que os hayan traído hasta aquí denota una terrible desesperación por su parte.—sonrió.

La mente de Tresa, con tan solo escuchar sus palabras; se imaginaba el peor de los horrores.

Un nuevo cambio estaba por surgir, uno desesperanzador y lleno de oscuridad. Se cernía una tempestad sobre Arcadia que haría sacudir los corazones de sus ciudadanos. Una niebla, que impediría ver cualquier ápice de luz. Y estaba en sus manos modificar aquel rumbo.

—Si eso sucede, entonces ya no quedará nada.—dijo la morena— La gente vivirá atemorizada y los reinos se romperán. ¡Surgirá el caos!

Assad caminó lentamente hacia ella: con la espada sobre su mano y su oscura mirada sobrevolándola por encima de su hombro.

—Tú eres primogénita directa del gobernador de Argag. Al provenir de sangre real, este asunto recae principalmente sobre ti, y serás tú quien más sufra las consecuencias de esta batalla. En otras palabras.... Eres la legítima heredera no solamente de Argag, también de Arcadia. —alzó su cabeza de forma autoritaria— Este es un país débil, y se necesita una nueva fuerza que dictamine nuevas leyes. Una jerarquización social que respete a las clases más altas: más mano dura. ¿Realmente serás capaz de dicha tarea, Tresa?—sonrió al percatarse de que sus palabras la habían estremecido.




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