Arcadia

Sin ti

La mente de Tresa tendía a divagar.

Apenas prestaba atención a las estrategias de sus compañeros, porque no podía hacer otra cosa más que pensar en sus dos amigas y en Cristian, por quién todavía seguía llorando su pérdida. 

Quería saberlo todo. Sostener sus manos, abrazarlas, y repetirlas una y mil veces más "lo siento". Tresa se sentía culpable, y no solamente por haberlas abandonado en La Ciudad Perdida tras la invasión de los gobernadores, sino porque era incapaz de vencer a su propia debilidad: a la historia que la precedía y de la que ni ella misma era consciente. 

Se había arriesgado trayendo con ella a sus dos mejores amigas, y aquello iba a ser algo que no se iba a poder perdonar, o al menos no tras presenciar la muerte de Cristian.

Sus pesadillas eran constantes. Recordaba los sueños que tenía, y ninguno era agradable: imágenes de Cecie y Jara siendo torturadas por los gobernadores, secuencias de Cristian tumbado bocarriba sobre una cala y con sus ojos eternamente sellados tras la tormenta, y luego aparecía en sus sueños ella misma muerta. Sin duda, de todas aquellas fantasías, la que más le perturbaba era la última, porque el motivo de su muerte no parecía ser provocado por una persona ajena, sino más bien por su propia mano.

La morena estaba convencida de que eran solamente sueños, y nada más, pero la angustia que le producían aquellas imágenes la despertaban diariamente con lágrimas en los ojos.

Seth, Erin, Duman y ella se encontraban descansando sobre un valle bajo el caluroso Sol de la mañana, para hacer frente a la deshidratación y al cansancio del Desierto Kashi.

Había pasado un mes desde el incidente en la Ciudad Perdida, y los gobernadores se habían unificado bajo el mando de Acras . Además, estaban comenzando las desapariciones, y de hora en adelante ningún rincón de Arcadia sería seguro para allá donde fuesen los elegidos.

Tras todo el tiempo transcurrido, se habían limitado a limpiar el territorio ocupado por los gobernadores: habían logrado que numerosas tropas se retiraran y que sus campamentos desaparecieran del mapa. No obstante, las discusiones entre ellos frecuentaban cada vez más, especialmente entre Duman y Seth. Para el rubio, tener al comandante presente era similar a tener que lidiar con la General Kira; pues su duro tono de voz, impaciencia y agresividad, le recordaban a ella.

Pero al contrario que él, Duman sentía cierta empatía por el joven. Y a pesar de que no lo demostrara con demasiada frecuencia ni con un afecto desmesurado, lo cierto es que se veía reflejado en muchos aspectos suyos, especialmente en aquellos relacionados con su orfandad.

Podían no haber crecido con los mismos privilegios ni con las mismas libertades que se dictaban en sus respectivos reinos, pero definitivamente eran más similares de lo que ellos mismos se imaginaban.

—El territorio del Norte, Este y Oeste están ocupados, pero la limpieza que hemos hecho en el Sur es notable.—sacó el mapa Erin—Podríamos comenzar avanzando hacia el Oeste y si las cosas se ponen feas, retroceder y tomar ventaja de la costa de Seirin. Entre el Este y el Oeste no sé cuál es mejor atravesar primero, pero Argag lleva anexionado a Elion desde hace tiempo por lo que no será fácil atravesarlos.

—Propongo avanzar hacia el Norte.—se interpuso Seth entusiasmado—Si debilitamos el centro entonces Argag y Seirin estarán debilitados.

—Tan impetuoso como siempre, ¿verdad?—respondió Duman con un molesto tono de voz—Se nota que no has salido del desierto. Las cosas no son tan sencillas como crees. ¿Tan débil te piensas que es el Reino de Elion? ¿Acaso sabes cómo atravesar su muralla de acero?—hizo silencio dejándole en evidencia y confirmando su respuesta—Entonces no hables si no tienes ni puta idea. Limpiaremos los campamentos de Oeste a Este. Argag debe de ser el último reino.

Seth no sabía qué le había molestado más: si su duro tono de voz o la falta de tacto con el que le había hablado, pero su pulso estaba inestable y la paciencia que trataba de reflejar se disipaba por momentos. Es así como, enfurecido, se levantó del círculo que habían formado:

—Te crees muy superior proviniendo de un reino como lo es Elion, ¿cierto? Puede que no sepa cómo es el mundo más allá de La Ciudad Perdida, pero he sobrevivido bajo las órdenes de un gobernador cruel y despiadado. A diferencia de ti, que pareces haber crecido en una cuna de oro, sé tratar con gente parecida a él. Así que, creo que deberías de ser tú quien me trate con más de respeto, ya que tengo más experiencia que tú en ese ámbito.

La ignorancia con la que el joven acababa de hablar logró captar las miradas furtivas de Erin y Tresa y desear, para sus adentros, que se disculpara si no quería que la prepotencia de Duman se acentuara todavía más; pues definitivamente, había tenido de todo menos una infancia feliz.

Duman no conocía a su padre. Su madre era una prostituta y drogadicta que arremetía contra su hijo en sus momentos más depresivos y despiadados. A sus cinco años se vio obligado a salir de casa, pues prefería ser un pobre indigente a tener que soportar sus arrebatos.

Creció en los suburbios y sobrevivió gracias al robo, hasta que a una temprana edad el Gobernador de Elion le adoptó y, siendo consciente de sus habilidades, le designó como comandante.

El castaño enarcó las cejas y mostró una sonrisa claramente burlona:

—Como ya te he dicho: no hables si no tienes ni puta idea.

A pesar de tener un rostro relajado, aquella frase la había soltado con tanta dureza y melancolía, que Seth no podía evitar tensar sus puños y tragarse sus propias palabras.

—Estamos en esta situación en parte por tí. Porque tuviste la genial idea de asesinar a la esposa del emperador. Si no puedes controlar tus impulsos, entonces controla tu bocaza.

Duman había echado en cara a Seth el asesinato de Elysa, y no solamente porque había sido una acción arriesgada, también porque le había arrebatado la vida a un inocente.  Él, que se encargaba de hacer del reino de Elion un lugar más seguro, no toleraba las injusticias. Y a pesar de que Seth se hubiese sincerado con la ejecución de su hermana Gretel, Duman continuaba creyendo que aquella había sido una decisión estúpida provocada por el impulso, y que justamente eso era lo que le hacía tan vulnerable.




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