Arcadia

"Monstruos"

Con Will sentado en la parte posterior del caballo, Cristian galopaba mientras esquivaba los grandes árboles. Tenía la impresión de que alguien los acechaba desde las sombras: una criatura que se había convertido en los ojos de Arcadia.

Le pegó al caballo con los estribos para que aumentara el ritmo, a pesar de escuchar los lamentos de Will.

—Aguanta un poco más, pronto pararemos.

Su amigo se mordió el labio inferior, soportando de la mejor manera el dolor de sus heridas y la fiebre, que gradualmente comenzaba a aumentar. El marine echó un vistazo, de reojo, a sus alrededores, y a pesar de saber que no había ningún soldado persiguiéndolos, no podía evitar sentirse intranquilo.

El bosque no finalizaba, o al menos él no encontraba el camino.

Finalmente, tiró del caballo para que detuviera el paso, bajó a Will, y le apoyó sobre el tronco más cercano. El pelirrojo notaba que Cristian estaba malhumorado, y no solamente por su expresión, que tenía el entrecejo arrugado y su semblante estaba más serio de lo normal; sino porque desde que se adentraron en aquel bosque su amigo no había pronunciado ni una sola palabra, a excepción de aquella última frase.

—Nos hemos perdido, ¿verdad?

El moreno levantó su mirada para posteriormente cederle una manzana, sentarse frente a él y echarse su pelo hacia atrás.

—Eso parece. Vaya puto laberinto, pensé que el camino que seguimos desde Elion hasta Seirin era el mismo, pero ya me he dado cuenta de que no es así.

—Seirin tiene tres bosques. Muchos se confunden y creen que es solamente uno porque son pequeños. De todas formas, todos desembocan en el mismo punto, que es el reino del Este.

Cristian lanzó un sonoro suspiro y se llevó a la boca otra manzana. Entreabrió su boca, pero luego lo pensó mejor y frunció sus labios.

—¿Qué ocurre?

—¿No crees que hay algo raro en este bosque?

—¿Algo como qué?

—Siento como si nos estuvieran observando, pero al mismo tiempo pienso que no es un soldado ni nada parecido.

Will se calló. Erin ya les había comentado, en la Costa de Oslon, que había zonas que mantenían la esencia de Acras. Sin embargo, no estaban experimentando ningún síntoma parecido al de Tresa, Jara o Cecie.

—¿Qué crees que puede ser?

—Secuaces de Acras. Tendrá espías buscando a los elegidos. Creo, que si no nos están molestando es porque no les interesamos.

Una vez terminaron de cenar, Will se quitó su camisa para que su amigo pudiera limpiarle las heridas con las plantas medicinales que tenía guardadas en su bota.

—Me las dio Cecie, a escondidas, el día que los gobernadores nos hicieron prisioneros.—dijo el pelirrojo sonriente—Qué chica más lista. No sé porque me da la impresión de que ellas se las estarán apañando mejor que nosotros.

Cristian puso la medicina sobre su espalda. Tenía cuatro grandes marcas que le impedían poder tensarla o hacer cualquier movimiento brusco.

—Espero que hayan cicatrizado por la mañana.

—¿A qué hora partiremos?

Cristian echó un vistazo al cielo, y se dio cuenta de que apenas había anochecido. Se habían pasado todo un día galopando y esquivando a los soldados de los alrededores. Creía necesario que Will descansase para dejar que la medicina hiciese efecto.

—A mediodía.

El pelirrojo se sorprendió al principio, ya que pensaba que estaría exasperado por no haber encontrado el camino de vuelta y reencontrarse con Cecie y Jara. Sabía que lo había hecho por él, y no quería retrasarlo.

—No te preocupes por mí. Puedo montar a caballo.

—No es por ti.—afirmó avergonzando a Will, y a pesar de haber mentido, en parte decía la verdad—Creo que lo que has dicho es cierto. Cecie y Jara pueden apañárselas. Estoy convencido de que no se quedarán de brazos cruzados esperando a que alguien las rescate. Con esto no quiero decir que las vayamos a hacer esperar, solo que quiero hacer algo antes.—desvió su mirada hacia su derecha, donde, más allá del frondoso bosque, parecía haber una ladera.

Will le miró extrañado, y antes de que pudiese preguntar qué era aquello que escondía su mente, Cristian le interrumpió:

—Yo haré guardia esta noche. Descansa.

Su amigo entrecerró su mirada dándole a entender que aquello sería algo de lo que hablarían al día siguiente. Por fortuna, él estaba lo suficientemente cansado como para conciliar el sueño, por lo que cayó dormido apenas Cristian terminó de alimentar al caballo.

La noche fue terrible. El marine estaba acostumbrado a escuchar toda clase de sonidos que se asomaban desde el mar. Él había pasado noches frías y también cálidas a bordo. Noches, en las que podría jurar que el mismísimo océano estaba poseído.

Pero aquella noche fue distinta, y él lo sabía.
Tenía el cuchillo en su mano preparado para clavársela a cualquiera que amenazara contra él o Will. Tenía claro el movimiento que haría su muñeca.

Lo que más le desconcertaba eran los sonidos. No parecían provenir de animales salvajes, ni tampoco de personas, o al menos no humanas.

Aquello era distinto: más salvaje y escalofriante. Era parecido a un grito de guerra, agudo, que provocaba un temblor en el marine con tan solo escucharlo. No quiso ni imaginar qué clase de criatura era capaz de soltar tal escándalo, tal vez, porque se podría tratar de algo no visto hasta entonces.

Era la primera vez que un sonido le causaba auténtico temor, la primera vez que le temía a la noche y que deseaba, con todas sus fuerzas, que el Sol saliera cuanto antes. Escuchaba pasos, silbidos, golpes y chillidos que le petrificaban. Sus ojos se posaban en lo único que visualizaban: los árboles, pero temía que de repente apareciera alguien (o algo), por lo que retiraba rápidamente su mirada para asentarla sobre su amigo.

Su mente le comenzó a torturar con fantasías. Imaginaba rastros de sangre sobre el tronco en el que estaba apoyado, al caballo descuartizado y unos pares de ojos, rojos, acechándolo desde quién sabe dónde.




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