Arcadia

Truco o trato

—¿Añoras a tu familia?

Aquella cuestión iluminó la cara de Cecie, que instintivamente comenzó a fantasear con nuevos escenarios, aunque esta vez acompañados de lágrimas y abrazos.

—¿Cómo están, se encuentran bien?—se abalanzó, desesperada, entre la oscuridad.

Él hizo una pausa dejando entrever que aquella no era la pregunta que había formulado, y que alcanzar esa respuesta no iba a ser tan sencillo.

—Aún si es a ciegas y en este habitáculo, me conformo con escuchar sus voces para confirmar su bienestar.

—Ese deseo ya se te ha concedido.

Su respuesta la desconcertó, tanto, que su boca se secó y sus párpados dejaron de pestañear. El gobernador de Elion había sembrado en ella la duda de si su madre había sido realmente torturada. Y a pesar de que su mente se mantuviese fría y segura de que aquel suceso había sido una manipulación, aquellas palabras la aterraron.

Cecie agachó su cabeza contra el suelo y se repitió reiteradamente que aquello era solamente un juego, que lo único a lo que debía de aferrarse era a aquello que conocía y daba por seguro: a sus creencias. El problema era que su propio centro de gravedad comenzaba a desestabilizarse, así como su realidad, que se mostraba difusa y en ocasiones distorsionada. 

Tenía un debate interno y consigo misma entre lo que suponía y debía de creer. Para ella, no había nada más peligroso que un juego mental, que posicionarla a sí misma como su peor enemiga: que batallar contra su persona.

Su mente se inundaba de pensamientos irracionales que la forzaban a creer aquellas conjeturas, y si no fuera porque Cecie es inteligente y lograba discernir y acoger los juicios racionales, su delirio la hubiese llevado probablemente a un brote psicótico.

Fue entonces cuando se encendió la luz del habitáculo y pudo observar, en lo que llevaba de confinamiento, otros colores además del negro.

—Si no sabes dónde se encuentra ella, entonces te propongo que me ayudes a localizarla. Serás recompensada, además de liberada. Prometo ofrecerte el mejor oficio y a tu familia las más grandes de las fortunas. 

Su tono de voz fue calmado y la rubia por primera vez sintió una débil esperanza.

—Desconozco su paradero desde La Ciudad Perdida. Fingir un encuentro con ella es inútil y contactarla es como buscar una aguja en un pajar. Además, Tresa no respondería a mi comunicado.

—Pero cometerá un error, es inevitable. El egoísmo ha cegado a tu amiga. Ha elegido sobre sí misma por encima de vosotras y de su familia. Se ha dejado llevar por la codicia y el deseo de gobernar Arcadia. Es fácil encontrar a alguien que ya está debilitado mentalmente. Si eres inteligente, sabrás que lo más conveniente es actuar antes de que ella lo haga. De la mano de Acras puede convertirse en una combinación abominable.

—Tresa no es tan fácil de manipular. De todas formas, la profecía involucra a los cuatro, así que por mucho que consiga a Tresa le será inútil. He viajado junto a ellos de camino a La Ciudad Perdida, si alguno de los gobernadores subestima su determinación y capacidad para lograr una revolución, entonces os sugiero que os detengáis, por el bien de Arcadia. El futuro ya está decidido.

—Parece que todavía no lo has entendido. Lo que Acras quiere, lo consigue.—hizo una pequeña pausa—La única sangre importante es aquella que proviene de un heredero, el resto es insignificante, y él es uno de los antiguos emperadores y por tanto el auténtico creador de Arcadia. Es imposible no ceder.

La mente de Cecie se quedó en blanco. ¿Podría aquello suceder? ¿Una nueva era marcada por la oscuridad de su propia amiga: por sus más siniestros deseos? ¿Se trataba de un nuevo truco, o realmente estaba comentándole una realidad inminente?

No se lo imaginaba, y no sabía si era porque no quería hacerlo, o porque se trataba de algo imposible. Y fue ahí, cuando una fugaz idea se le cruzó por la mente. Fue improvisada, precipitada y alocada, fruto del desvarío que estaba sufriendo. Cecie sintió que no tenía ya nada que perder, que, o se arriesgaba ahora, o se arrepentiría para toda una eternidad.

—Es verdad.— admitió rendida—Es probable que Tresa comience a delirar nuevamente a las órdenes de Acras, o peor aún, que sea la miseria de su corazón la que guíe sus acciones. Estoy dispuesta a ayudarte a averiguar su paradero con una condición, que Jara y mi familia no sufran ningún daño. 

El gobernador de Elion entrecerró su mirada. Aceptó su condición y acordaron que las dos amigas permanecerían encerradas hasta que la rubia lo considerase. Aun habiéndole concedido el deseo de liberarlas permanentemente, no pudo evitar preguntarse qué era lo que escondía su mente. La consideraba inteligente y cautelosa, y a pesar de que esta vez Cecie no hubiese sido precavida; sabía que estaba frente a una mujer a la que era mejor mantener como aliada.

La joven regresó a la celda y se encontró con Jara, que había recobrado la consciencia. Sin embargo, ella apenas pudo estrecharla entre sus brazos, temblorosa, cuando vio su expresión afligida y su mirada perdida. Nunca había visto a su amiga tan frágil y vulnerable, y por mucho que quisiera preguntar lo sucedido ahí dentro, no se atrevió a hacerlo.

Reinó un silencio demoledor. Jara echó la vista arriba tratando de ordenar las cuestiones que rondaban por su cabeza, buscando la forma de consolarla.

—¿Recuerdas cómo eran nuestros días antes de que esto sucediese? —intervino Cecie—Creo que a mí se me han olvidado.

Había cierta lástima en su tono de voz, y más allá de la melancolía, Jara detectó un declive que, para bien o para mal, transformaría sus vidas. 

La morena sentía que desde su partida de Argag había pasado más de una década. Lo percibía como algo tan lejano, que echaba de menos cualquier cosa que perteneciera a ellas: desde una suave caricia, hasta una broma pesada.

Lo que sucedió a continuación inquietó a Cecie. Estaba lejos de sus verdaderas intenciones, pero Jara, que era impulsiva, caótica e irracional; era de las pocas personas capaces de alterar sus planes y poner patas a arriba lo ya establecido. 




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