Arcadia

Un giro inesperado

Hay suspiros que desesperan y otros que anuncian el inicio de una tempestad.

Suspiros enjaulados, que te aterran y te cosen los labios.

Los hay de distintas intensidades, y aun así invitan a la reflexión.

Los de Tresa se sentían como un huésped: como un cuerpo inerte, sin vida, que divaga en otra realidad.

Duman se volteó hacia ella, preocupado por su lento caminar y su postura cabizbaja. Apenas había pasado media hora desde que salió el Sol, por lo que la temperatura era la idónea para comenzar su trayectoria hacia Seirin.

—¿Necesita una carroza, señorita?—preguntó con una sonrisa—Mi espalda puede no ser un trono, pero será más rápida que tus pies.

—No te he pedido ayuda. Puedo caminar sola.

Duman enarcó su ceja y se paró en seco con sus pies apuntando hacia su dirección, sorprendido por el áspero tono de voz que había empleado. Él, quien iba liderando el camino, dejó que Seth y Erin les adelantaran.

—Tú nunca pides ayuda, por eso te la cedo antes de que te eches a llorar aquí, en medio del desierto, cual niña pequeña. A este paso te sangrarán los talones y nos ralentizarás.

—¿Has caminado alguna vez entre las sombras?

El comandante hizo silencio. Su mente se quedó en blanco con aquella cuestión, y por mucho que tratara de encontrar una respuesta con la que responderle, nunca la halló. 

Tresa levantó la mirada provocando un escalofrío en él y obligándole a hablar, si es que no quería sentirse acorralado:

—He caminado por rincones que jamás me atrevería a pronunciar en voz alta, escuchado los sonidos más horripilantes y recibido el peor de los amores. Yo no he vagado entre las sombras, sino que me asomado al abismo, tantas veces, hasta perderme entre sus sombras.—el castaño aguardó a su respuesta, que nunca llegó, y su impulsividad la invitó a participar— Es fácil hablar cuando se es heredera de un reino, ¿pero has sufrido el infierno o simplemente lo has visitado? 

—Yo no he descendido al Infierno, lo soy.

Duman se hubiera reído de no ser porque la expresión con la que acababa de pronunciar aquella frase le hubiese atemorizado. Los ojos de Tresa mostraban la peor de las indiferencias, pero también los más oscuros secretos. Sus pómulos estaban ligeramente caídos y sus ojos brillaban, aunque no de la forma que a él le hubiera gustado.

Se sentía acechado. Temía incluso de parpadear y perderse un movimiento suyo. Su mirada lánguida se mantenía fija en él, y esta vez no le parecía dulce, cautivadora ni mucho menos atractiva. Aquellos atributos que él reconocía en ella cuando la miraba, se habían desvanecido para reencarnarse en un nuevo producto fruto de la malicia.

Le estaba censurando el alma.

—¿Es por Acras? ¿Te está volviendo a perturbar con su voz?

El castaño se tranquilizó tras haber podido encontrar la razón a sus palabras, pero igualmente sentía que había algo oculto que iba más allá de la lógica.

—No entiendo porque todo tiene que ser tan complicado, con lo sencillo que es finalizar todo esto aquí y ahora. Soy la heredera de Argag y la futura reina de Arcadia. Lo que quiero, lo tengo.—aquella frase la había escupido con tanto clamor y rabia, que su entrecejo no pudo evitar fruncirse y su mandíbula tensarse hacia delante. Aquella era una expresión totalmente nueva para Duman, pero lo que más le sorprendió fue la autoridad y superioridad con la que le había enfrentado.

Entrecerró su mirada inspeccionando a su amada de arriba a abajo. Aquella reacción había sido desmesurada y las frases anteriores un disparate. Él, que conocía todos sus hábitos, manías y respuestas, sabía perfectamente que Tresa no se estaba comportando como de costumbre.

Que se proclamara a sí misma como "Reina de Arcadia" era algo por lo que Duman ponía la mano en el fuego que jamás llegaría a escuchar salir de su boca. Es así, como inconscientemente soltó una carcajada, y perplejo, dejó escapar un poco de aire.

Siempre creyó que a Tresa no le hacía falta nada para convertirse en soberana. Le sobraba belleza, actitud, humildad, y la indecisión que mostraba a comienzos de su relación se disipaba por momentos. Si bien le quedaba todavía un largo camino por recorrer y experimentar, cada paso que daba lo hacía con más madurez. Sin embargo, ahora mismo no podía evitar verla como el gobernador de Elion: codiciosa, insensata y corrompida por el poder.

—Toda reina es inútil si no es capaz de sobrevivir, dirigir a su propio ejército y comportarse frente a sus ciudadanos, y tengo la impresión, señorita Tresa, de que tú fracasas en todo eso. Gobernar es elegir por encima del egoísmo, y uno que no sabe gobernarse a sí mismo es incapaz de hacerlo sobre toda una nación.

Su mirada cambió para mantenerse fija en Duman, que lo observaba con desdén. El comandante se estremeció por su semblante, quiso ocultarlo, pero de repente se sintió intimidado por algo mucho más oscuro y terrorífico. Parecía una historia de fantasmas: como si un ente hubiese entrado en Tresa y la hubiese poseído convirtiéndola en su peor versión.

Definitivamente, solamente había una pregunta rondando por su cabeza: ¿Quién era esa persona que le miraba con tanta frialdad y superioridad?

Tresa pasó de largo dejándole aún más sorprendido. Sus pasos habían sido firmes, aunque inquietantes. Su cabeza, altiva, ni siquiera se molestó en mirarlo de reojo. La sostuvo por la muñeca volteándola, pero su respuesta fue zafarse y, con una fuerza sobrehumana, pegó a Duman una patada en la boca de su estómago haciendo que cayese hacia atrás, dolorido y ahogando un pequeño alarido.

En ese momento comprendió que Tresa estaba experimentando el mismo delirio que en la Costa de Oslon, y que la persona a la que tanto amaba se había vuelto contra él. Lo que no se imaginaba era que esta vez era diferente.

Erin y Seth, que se percataron de la fuerte discusión, acudieron sofocados al encuentro.




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