Arcadia

Al grito de una batalla

La lesión de Duman apenas había sanado y el calor del desierto, voraz y despiadado, le envolvía en un cansancio difícil de soportar.

Estaba impaciente por llegar a Elion y recuperar a Tresa. A diferencia de cuando se marchó, regresar a su reino no le causaba melancolía. Si antes estaba dispuesto a defenderlo a capa y espada su corazón ahora libraba una batalla mucho más intensa y su acero, si derramaba sangre sería para brindar lealtad a otra persona y no a su gobernador.

Para él no existía una escala de grises. Como el blanco y el negro, el Sol y la Luna; sus anhelos se habían transformado en algo más hipnótico y ambicioso que iba más allá de provocar un cambio de poder. Y aquel era un sentimiento que solamente los elegidos podían comprender.

Sentados sobre la arena y refugiándose del Sol tras el cobijo de una gran duna, la tríada repartió la comida dándole prioridad al castaño. Seth y Erin llevaban tres días sin probar bocado, lo único que habían ingerido sus cuerpos eran escasas migajas de pan y gotas de agua.  Ya no les quedaban suministros para subsistir, y a pesar de que el comandante quisiera aferrarse a la esperanza de que su reino se encontraba cerca, lo cierto es que su vida se veía ahora marcada por la suerte: o llegaban a Elion y salían airosos de la situación, o pronto morirían deshidratados bajo el abrasador Sol del desierto.

—Hay que continuar. No podemos detenernos ahora.—dijo la pelirroja.

—Duman está agotado. Necesita descansar.

Erin iba a responder, pero decidió sellar sus labios. No quería decirlo en voz alta, pero ella ya le advirtió al comandante del disparate que suponía emprender aquel rumbo. Sus miradas se cruzaron y de un salto Duman se levantó del suelo mientras se llevaba el último trozo de pan a la boca.

—Me encuentro perfectamente, puedo seguir. Además, la arena comienza a disiparse, por lo que pronto encontraremos un camino.

—Quiero creer eso que dices, Duman.—intervino Seth—Pero temo que estés delirando y que realmente nos quede más de la mitad del camino. A este paso el desierto velará nuestro entierro.

—Conozco mejor que nadie los alrededores de Elion. Vosotros os empeñasteis en acompañarme, así que no tratéis de detenerme ahora.

Caminar por el desierto es difícil y hacerlo con una herida en el abdomen más que una osadía es una temeridad. El comandante, ante la falta de nutrientes, apenas podía recuperarse de la herida que Tresa le había propiciado. No quiso admitirlo, pero por un momento creyó que aquella mala decisión podría costarle realmente la vida.

De repente su mente comenzó a nublarse, su visión se distorsionó y sus ojos no discernían la arena del cielo. Se cayó entonces al suelo (que comenzaba ya a endurecerse), y su herida nuevamente comenzó a brotar. Lo último que recordó fue un aroma agradable que le recordaba a su hogar: el del mar.

Sus compañeros acudieron sofocados a su encuentro para frenar la hemorragia con sus ropajes, quedándose con apenas una camiseta interior. Erin le llevó sobre su espalda y entre los dos se alternarían su cuerpo hasta llegar a Elion, pero ambos sabían que no aguantarían mucho tiempo.

O la travesía restante era corta, o Duman moriría y posteriormente también ellos.

 

 

 

 

 

En el comedor del castillo de Argag, la figura autoritaria del gobernador de Elion denotaba cierta acritud. Sus manos, a pesar de estar apoyadas la una sobre la otra como símbolo de diplomacia, hicieron creer a Cecie que aquella conversación traspasaría la formalidad. Era consciente de que el soberano iba a querer reunirse con ella tras la huida de Jara, por lo que lo único en lo que podía pensar era en una excusa con la que poder ganarse su simpatía. 

—Antes de proceder a la tortura y condenaros tras los crímenes cometidos, vuestro gobernador me ha aconsejado aguardar a vuestra respuesta.—se posicionó frente a ella con la frente ligeramente fruncida y su mirada entrecerrada—Él asegura que ha sido una estrategia sabia—la sostuvo del cuello con fuerza, empujándola ligeramente hacia atrás y haciendo que Cecie ahogara un pequeño gemido—¡Habla antes de que pierda la paciencia! ¿Qué estás tramando? 

El gobernador de Argag había sido astuto previendo el actual escenario. Él no sabía de su alianza, pero sí de que iba a ser duramente cuestionada por él. Escuchar sus palabras hizo que Cecie cogiese una idea en el aire.

—Obligué... a Jara a encontrar a Tresa.

La frase apenas alcanzó a rozar el aire. Él no disminuyó su firmeza ni mucho menos cambió su expresión. Si quería salir airosa de la situación, entonces Cecie debía de darle una mejor respuesta.

—Ella estaba deseando salir de aquí.... Jara es una persona que me es difícil de controlar.... Por eso le dije que si encontraba a Tresa aseguraría su propio bienestar...

El gobernador de Elion hizo más fuerza, frunció sus labios y con una simple mirada sepultó a Cecie, quien guió sus manos hasta los dedos del soberano, arañándolas y logrando zafarse de su agarre.

Cayó al suelo rendida y entre tosidos mientras sus dedos rozaban sutilmente su cuello magullado.

—Por eso me pediste que asegurara la vida de tu amiga.—carcajeó desdichado—Eres odiosamente inteligente. Más te vale que encuentre a la heredera de Argag, aunque tengo curiosidad por saber cómo piensa hacerlo cuando ni siquiera Acras ha logrado encontrarla. 

La rubia hizo silencio y mantuvo su mirada fija en el suelo, a la espera de una respuesta con la que poder proteger a Jara de la ira de los gobernadores, pero el soberano no le dio tiempo a pensar cuando la siguiente frase terminó ahogándola por completo:

—Si la reclusa no aparece con Tresa en una semana, entonces me encargaré personalmente de buscarla para traerla de vuelta y que sufra el peor de los horrores. Argag sufrirá una emboscada que será inminente, tanto por mar como por tierra.—sonrió de forma malévola dejando entrever su dentadura y sus ojos inyectados en una terrible sed de sangre—Así que igual tu amiga desaparece antes de que me tome la molestia de hacerlo yo mismo.




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