Arcadia

En La Niebla

Entre un pequeño ápice que separa La Ciudad Perdida de Argag, se encontraba sitiada la guarida subterránea de Acras. Tresa había logrado salir de aquel abismo que podría equipararse con el Tártaro, para adentrarse en el sitio más recóndito de toda Arcadia: La Niebla.

Hacía poco que acababa de recobrar la consciencia y necesitó unos largos minutos para asimilar lo que estaba presenciando. Encontrarse rodeada de escombros, tierra pulverizada y enormes formaciones rocosas le hicieron suponer que aquel extraño paisaje no podía asemejarse a ningún reino, ni a ninguna frontera proveniente de Arcadia. Era caótico y desolado, con fractales sobrevolando el aire y una espesura que le impedía ver lo que estaba porvenir. Se sentía inquietantemente frío a pesar de no sentir el soplido del viento, tampoco olía nada ni sentía las picudas piedras clavarse sobre sus pies descalzos. Lo último que recordaba era la daga sobre su pecho y fue ahí cuando se planteó la pregunta más simple, aunque compleja de entender:

—¿Estoy muerta?

Si realmente existía un desliz entre el bien y el mal: entre el cielo y el infierno, entonces ella creyó haber visitado aquel segundo hemisferio. 

Deambuló todo recto a la espera de una mejor respuesta, por el camino se encontró con ruinas antiguas y estructuras que hacían del lugar uno más místico y lejano. En algunas columnas identificaba la "A" que en su momento observó en la Costa de los esqueletos, aunque esta vez marcada sobre fractales y piedras talladas. Sin embargo, lo que más la inquietó fueron las armaduras ensangrentadas y las calaveras.

Había que ser perspicaz para observar aquello, pues los huesos estaban deteriorados y la sangre casi tan seca como el entorno que la rodeaba. Tresa estaba presenciando un campo de batalla de antaño que narraba antiguas batallas entre emperadores y gobernadores. Una historia de fantasmas que justificaba el orden político de Arcadia.

Siguiendo las marcas y aquella inicial que la suscitaba entre curiosidad y temor (hay que destacar que la "A" estaba tallada en algunas ruinas provenientes de antiguas fortalezas, santuarios y otras reliquias), el paisaje fue menguando: los caminos comenzaron a serpentear y a clarearse lejos de aquella neblina. Observó lo que parecía ser un palacio blanco (de considerables dimensiones), adornado con pequeños destellos plateados.

La heredera de Argag se sintió esperanzada ante la posibilidad de encontrar algún rastro humano, o alguna señal que la ayudara a identificar donde se encontraba. El portón, que era casi tan alto como el palacio, estaba abierto y a la espera de su encuentro. 

El interior era igual de reluciente que la fachada de afuera. Ubicó como único adorno de la entrada unas escaleras de caracol, y cada listón que escalaba, además de volverse tedioso, la provocaba una fatiga a nivel mental. Era la neblina del exterior, que parecía estar filtrándose en su cabeza. 

Mareada y con sus párpados vacilando con cerrarse, no visualizó el trono con el que se tropezó al alcanzar la cima y sus piernas tambalearon preparándola para la caída. Definitivamente, Tresa se hubiese desmayado de no ser porque escuchó una voz melosa, dulce y familiar que la despertó de la neblina que comenzaba ya a adentrarse en su corazón:

Hola, Tresa.

Aquella no era una entonación que soliese escuchar de forma frecuente. No era la voz de Acras: no era oscura ni la provocaba temor, sino todo lo contrario. Debía de ser porque su mente ya no recordaba cómo sonaba aquella melodía en sus oídos. Se había olvidado de aquella mujer y de la alegría que le producía un simple saludo suyo. 

Lo único que pudo hacer, una vez reconoció la voz, fue responderle con un nudo en la garganta y un suave tartamudeo:

—Hola...mamá.

Miró a su alrededor en busca de su figura: de su larga melena castaña descendiendo por su espalda en ese vestido celeste que tanto la caracterizaba. Buscó sus hermosos ojos marrones y sus labios a la espera de que volviesen a pronunciar su nombre con aquella dulzura.

—¿Dónde estás, mamá?— se desesperó—¿Dónde estoy, qué es este lugar?

Hija mía, la voz que escuchas es solamente el recuerdo que dejé aquí. La Niebla te permite observar el futuro y recordar a aquellos que fallecieron en la guerra.

Tresa tuvo entonces muchas preguntas, pero la conmoción fue demasiado grande como para formularlas.

Mi querida Tresa, ¿qué has hecho para acabar aquí?

Ella no respondió, sus labios formaron un pequeño puchero y sus ojos comenzaron a humedecerse en un desconsolado llanto. Ante tal escena, su madre no pudo hacer otra cosa, más que escucharla con el corazón roto.

—Yo no elegí esto... ¡Quiero regresar a casa y que todo vuelva a ser como antes! ¿¡Por qué no te puedo ver, mamá?! ¡Yo tampoco sé qué hago aquí!

La heredera de Argag estaba siendo presa del pánico y de la ansiedad, su pecho subía y bajaba sin su permiso y su respiración, entrecortada, la ahogaba en un llanto interminable. 

Hay acantilados menos ruidosos y ríos menos caudalosos de lo que eran aquellos sollozos. Increpaba su agonía con tanto clamor, que sentía que su garganta se desgarraría en cualquier momento. Era de todo menos un llanto silencioso y el eco retumbaba en el palacio haciendo de aquella pena una más insoportable.




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